Chubut Para Todos

Liderazgo e innovación: reinventar la Patria

Evitar la discusión sobre la nueva crisis política argentina, tras los resultados de las elecciones de medio término, más parecida al estertor que sigue a un estado de parálisis de un gobierno que parece no haber comenzado a gobernar, no debe ser considerado un intento de eludir la cuestión sino más bien de afirmar la necesidad imperiosa que tiene la Argentina de entender la política como algo más amplio que una simple disputa por el poder. Somos realistas: no ignoramos las enseñanzas de Maquiavelo. Pero afirmamos aquí que la política es mucho más que el tablero de ajedrez en el que se disputa el presente. La historia nos enseña que mientras los gobernantes se desgañitaban por adelantarse una o dos jugadas al rival o sólo pateaban el tablero, los estadistas supieron imaginar futuras partidas, nuevas reglas y nuevos juegos.

Si vamos más allá del ABC del arte de gobernar encontraremos, casi de inmediato, el don de todos aquellos que supieron construir los estados-nación que hoy juzgamos eternos. En efecto, cada nación tiene sus padres a punto tal que podríamos decir que son producto de su imaginación. Cuesta creer que podría existir una Alemania como la actual sin Bismark o una Francia sin Luis XIV. Tampoco podríamos hablar de Estados Unidos sin los gestores de su constitución, conocidos como los “padres fundadores”. Quienes frecuentamos el mundo del derecho sabemos que un estado-nación es el resultado de la complejidad de las culturas y que está sujeto a una organización previa, determinada por la paciente tarea de sus “fuerzas vivas”, pero la historia nos demuestra que sin un líder que opere sobre la realidad como un factor aglutinador no habría patria. La Argentina no puede entenderse sin la generación del 80: sin Alberdi, sin Roca, sin Sarmiento. En todos ellos está presente el ejercicio propio del estadista: se trata de ir más allá de la simple administración de los asuntos de una población determinada para construir ciudadanía mediante la imaginación. Mi tesis es que la patria es una invención. Si Alberdi representa las bases ideológicas sobre las que se construyó la República, Roca fue la necesaria homogeneización que nos permitió regirnos bajo una misma historia común que nace en mayo de 1810 y no admite ulteriores revisiones: ese origen reciente, acaso un poco arbitrario, es la garantía que tenemos, como argentinos, de tener al menos un acuerdo que nos nombra como tales y nos distingue, desde Ushuaia a La Quiaca bajo el color de una misma bandera.

A la mediocridad de los gobernantes del siglo actual, que podría corresponderle también a los de la segunda mitad del siglo pasado, debemos oponer la acción fundadora de nuestros escasos estadistas, que entendieron la acción de gobernar como un acto de invención. El pueblo mantiene vivo su pasado y construye su presente, pero no puede ir más allá. El futuro es la labor de sus líderes: son ellos quienes deben construir lo que viene. Que Sarmiento haya importado maestras desde los Estados Unidos suena, aún en este presente, a locura, y sin embargo hay un antes y después de su temeraria apuesta por la educación argentina, que durante años nos tuvo como líderes y como faro cultural para toda América Latina. La escuela pública y gratuita, primer escalón para la movilidad social ascendente de nuestro país, es el fruto del “sueño loco” de una sanjuanino que José Ingenieros elogió magistralmente en su libro inmortal: “El hombre mediocre”. También vale el ejemplo del primer gobierno de Juan Perón (1946-1952), que a través de un hábil sistema de subsidios, hizo posible la expansión del hasta entonces incipiente cinturón industrial, con sus fábricas de equipamiento militar y su industria pesada del sector automotriz. Recordemos que la Industria Nacional era, para las élites de la Argentina agropecuaria de aquel entonces, poco menos que una una locura, inviable desde todo punto de vista.

Vale la pena reiterar que el pueblo conserva su pasado y construye su presente, pero sólo puede proyectarse hacia el futuro mediante la labor de sus estadistas. Cuando decimos que no se equivoca al emitir su voto, lo que damos a entender es que el pueblo anhela, con notable intuición, ser regido por líderes que puedan crear algo que antes no existía. Por eso apostaron por Alfonsín, que prometió regresar a las bases democráticas del país y siguieron las promesas de “revolución productiva” de Menem. Por eso confiaron en la Alianza que derrotó a Scioli en el ballotage de 2015, que ofrecía un camino nuevo frente a un candidato que se proponía como “segunda marca” de un kirchnerismo ya agotado. Lo mismo puede decirse de la elección de 2019, cuando la polarización entre Macri y Cristina parecía un callejón sin salida y la ciudadanía se resignó al candidato que ofreció la ilusión de un paso al costado para salir por fin de la repetición maniquea kircherismo – macrismo.

El desafío para nuestros líderes es también un llamado a esa misma ambición que los hizo dedicarse a la política: si quieren entrar en la historia deben construir caminos nuevos. La ciudadanía no puede imaginar el país que tendríamos si Buenos Aires pensara el país no como la cabeza de un territorio que desconoce, sino como el octavo territorio más extenso del globo; tampoco podría soñar lo que ocurriría si un acuerdo histórico con Chile nos acercara al Pacífico, futuro epicentro del comercio mundial; ni sabría entender las implicaciones que tendría para nuestro territorio una red ferroviaria de alta velocidad que conecte nuestros principales centros urbanos y cree nuevos polos industriales y comerciales; tampoco podría anticiparse a las exigencias que la cuarta revolución industrial, en crecimiento exponencial, impone a las naciones más exitosas del planeta. El desafío para el liderazgo no es detentar el poder ni conservarlo: es crear. Gobernar es crear. La vieja frase de Antonio Machado parece algo gastada, pero es a todas luces eficaz: “caminante no hay camino. Se hace camino al andar”. La patria no es sólo algo que heredamos, que amamos y que nos cobija: la patria es algo que todos los días reinventamos.

Por Fernando León