Chubut Para Todos

Inventar un futuro

En esta encrucijada, es hora de salir de la emergencia para transitar por un país normal.

Una de las características que presenta este 2022 es la baja expectativa económica de sus habitantes. Como marcan la mayoría de las encuestas se espera que este año sea igual o peor que el anterior.

Esta suerte de “depresión social” afecta a todos los niveles, pero impacta particularmente a quienes tienen o pueden tomar decisiones de inversión, desde grandes industrias a las microempresas. Es difícil imaginar que un país con tantos problemas sociales, altas tasas de pobreza e indigencia, alto desempleo encubierto pueda iniciar un camino diferente sin intelecto aplicado a generar nuevos negocios y perspectivas de producción y de empleo.

Trampas por doquier. Quizás por la propia historia argentina la palabra negocio ha adquirido una connotación negativa. Hacer negocios en la traducción local significa “tongo”, “negociado”. La genial película Plata Dulce dirigida por Fernando Ayala de fines de la dictadura, dejó establecido el modo ideal de cómo se gana dinero en el país: plata fácil, negocios de corto plazo, esquemas Ponzi. La escena final cuando Rúben Molinuevo (Julio De Grazia) va a visitar a la cárcel a un lúgubre Carlos Bonifatti (Federico Luppi) víctima y victimario de la bicicleta financiera, deja un diálogo que es el testamento económico de la argentinidad:

Rúben: —También cómo nos cagaste a todos ¡eh!, a tu propia familia, toda la guita, ¡cash, cash! ¡Hacé todo el líquido que podás, ¿vos no pensaste que todo podía ser una trampa?

Carlos: —(gira, mira la ventana y dice) ¡Mirá cómo va a llover!

R: —Ja ja vos no querías hacer todo líquido.

C: —Cortala Rúben, ¿viniste hasta acá a verduguearme?

R: —No, hablo en serio, ¿sabés cómo le viene esta lluvia al campo?

C: —¿Vos tenés campo?

R: No, pero está el país. Con una buena cosecha nos salvamos todos. No hay nada que hacerle ¡Dios es argentino!

Por supuesto que ser empresario también tiene mala fama. La imagen del “empresario modelo” para la media argentina es Lázaro Báez, caracterizado por hacer negocios con el Estado. No existe la idea tan establecida en los capitalismos centrales del empresario que “arriesga”. No casualmente, hasta el PRO, un partido formado a imagen y semejanza de su fundador Mauricio Macri en su momento, había puesto el acento en el “emprendedor” como sujeto político, aquel que de la nada logra construir su establecimiento. No está mal, pero al mundo actual lo rigen las grandes corporaciones.

Abandonos. Argentina abandonó hace tiempo un proyecto de desarrollo, el “vamos viendo” supera cualquier previsión de mediano plazo. Un ejemplo obvio: quien llega al Aeropuerto de Ezeiza no sabe cómo salir de allí, se ve atribulado por un montón de personas que le ofrece transporte de dudosa reputación. A nadie se le ocurrió hacer un tren que conecte el aeropuerto con otras redes de transporte, en un país que tiene una oportunidad de ingreso de divisas en el turismo.

Las ideas de desarrollo se han ideologizado. Los sectores identificados con la centroizquierda si no son explícitamente anticapitalistas, se parecen mucho, creen que solo el Estado puede gestionar la economía, más allá de la eficiencia, porque se espera que una empresa estatal no puede generar ganancias, y desde este punto de vista toda ganancia es injusta, un robo. Pero no es solo un pequeño grupo, un sector importante de la sociedad cree que la mayoría de las empresas de servicios públicos deben estar gestionadas por la política. En cambio, los sectores referenciados con la centroderecha han retornado a las posturas anti-estado. Crece la idea que el Estado es el enemigo de la sociedad y que los impuestos son una especie de robo instrumentado por los políticos sin contraprestaciones a cambio. Esta metáfora del “100% Barrani”, es decir que se puede vivir al margen de pagar impuestos, una fuente real de financiamiento del Estado, se va extendiendo, incluso en sectores de nivel socioeconómico bajo. No se trata exactamente de falsa conciencia de clase, son quienes soportan en mayor medida las dificultades para acceder al sistema público de salud, sus niños padecen el deterioro de la escuela pública, o sufren en forma habitual hechos de inseguridad.

Good by Perón. Sin embargo, el modelo estatista también está agotado. El Estado argentino ha tocado un límite en la relación recaudación-gasto-emisión-endeudamiento. La explicación del fenómeno inflacionario probablemente exceda lo monetario, pero la emisión monetaria es una causa central como se observa en Estados Unidos y Europa que vuelven a tener tasas de inflación como no pasaba desde los años 80.

Pero la Argentina está en una encrucijada, no puede reducir el gasto público que mayoritariamente se va en sueldos, jubilaciones, y ayudas sociales. Puede sí como ya se empieza a hacer reducir subsidios a la energía y transporte, lo que aumentará el fastidio social (como le pasó a Macri con Aranguren y su famosa frase “tengo un Excel que cumplir”).

Es obvio que no hay salida fácil del laberinto. La única alternativa es que el país crezca por una década ininterrumpida para bajar la pobreza a la mitad. Es probable que la única oferta creíble que pueda pronunciar la política es eliminar la indigencia, es decir sostener a quienes no pueden acceder a la canasta alimentaria, los que pasan hambre. Por lo demás, aunque parezca broma, el país tiene que generar las condiciones para atraer inversiones internacionales. Para eso se deben establecer marcos regulatorios claros que solo puedan ser modificados por mayorías agravadas en el Congreso. Nadie va a poner un peso en el país, si de repente no se pueden repatriar parte de las ganancias, o tener que pagar impuestos extraordinarios. Pero es también viable si existe un Estado regulador en especial, para las inversiones en sectores extractivistas como la minería o el petróleo que tienden a dejar un gran pasivo ambiental. Es hora de salir de la emergencia para transitar por un país normal y previsible.

Por Carlos De Angelis-Perfil