Chubut Para Todos

A Guzmán no lo echó Cristina, Guzmán se hartó de Alberto

El ahora ex funcionario se fue como un ingrato. No le dio tiempo a quien más lo defendió, el Presidente, a generar su reemplazo. Todos los caminos conducen a Massa, quien exigirá todo —y más— antes de aceptar.

Si Cristina Kirchner hubiera tenido la lapicera, Martín Guzmán no habría asumido nunca como ministro de Economía; se habría ido el 13 de julio del 2021, cuando intentó echar a Federico Basualdo de Energía; o hubiera terminado sus días como miembro del gabinete una vez firmado el acuerdo con el FMI en el último verano.

El economista platense discípulo de Stiglitz llegó al gobierno del Frente de Todos y se terminó yendo por responsabilidad exclusiva de Alberto Fernández. En su extrema debilidad política, que deriva básicamente de su personalidad zigzagueante y de una errónea lectura alfonsinista del manejo del poder, el Presidente ahogó el margen de maniobra del único ministro que por capacidad y voluntarismo mantenía vivo el “albertismo”. Guzmán decidió una salida peronista: acompañó hasta la puerta pero no entró al cementerio.

Insistir con la culpa de CFK es miope. La verdadera responsabilidad de CFK fue haber ungido a Alberto por tuit. Alberto empezó a dar muestras de independencia el mismo día en que ganaron las PASO (o ganó porque esta semana el Presidente se adjudicó en solitario el triunfo: “el día que gané las elecciones”, dijo ante Gustavo Sylvestre sin ruborizarse). Hasta ese momento la mesa del Frente de Todos funcionaba. Después de esos avasallantes guarismos de las urnas a nivel nacional, Alberto cambió su cuartel central de campaña, empezó a rodearse sólo de los propios y le dio la oficina más alejada a su despacho a quien, se suponía, era el garante de la unidad y hacedor de su reconciliación con Cristina, Eduardo “Wado” De Pedro.

La historia contrafáctica no sirve y menos en momentos de tembladeral. Pero hasta ahora el análisis dominante insiste en que el mayor error de Alberto fue mantener su alianza con CFK, darle lugares en el Gabinete y dejarse manejar por ella. El mismo énfasis puede utilizarse para sostener lo contrario: que Cristina le regaló la candidatura, le dio demasiada libertad para elegir el equipo económico y terminó usando su peso político para reorientar al gobierno demasiado tarde.

Lo que sí está claro es que hay un antes y un después del 2 de julio del 2022 para el Gobierno de Alberto Fernández. No sólo por la renuncia de Guzmán sino porque CFK dejó de cuidar las formas en público y ayer en Ensenada fue absolutamente impiadosa con su creación presidencial. No usó eufemismos ni metáforas. Fue al hueso. A los tres minutos de empezar a disertar ya estaba dándole una lección de lectura peronista a Alberto explicándole lo que significaba el convencimiento para Perón.

Siguió desmintiendo a Carlos Melconián (el economista había dicho que había ido a ver a Cristina porque ella lo había convocado y ella ayer dio lujo de detalles sobre el origen del encuentro después de un llamado de la Fundación Mediterránea) y terminó con un disparo letal y por debajo de la línea de flotación dando a entender que todas las conversaciones de su celular podían hacerse públicas pero que no todos podían decir lo mismo.

Era obvio que se refería a Alberto. Y era más que obvio que no se refería a las charlas políticas del Presidente sino a chats privados de los que se hicieron eco algunos pasquines periodísticos de poca monta en los últimos días.

Alberto estaba en Olivos. Guzmán en su casa, Sergio Tomás Massa en la cancha de Tigre y Cristina arriba del escenario cuando el —hasta entonces— ministro de Economía llamó al Presidente y le confirmó que renunciaba. Alberto no debería haberse sorprendido porque en la última semana Guzmán había pedido más poder para seguir: Energía, el Banco Central, la AFIP. El ministro puso un plazo. El Presidente escuchó, discutió y, fiel a su estilo, lo fue llevando. Pero esta vez el heredero de Stiglitz iba en serio. Sin embargo Alberto quedó tan knockout con el llamado de la renuncia que no atinó siquiera a negociar posponer el anuncio público para el momento en que tuviera organizada la sucesión.

Guzmán —tan brillante en términos académicos como torpe en lo político— se sintió liberado y puso send en el tuit con el que comunicó al mundo que dejaba de ser ministro. Posiblemente no fue su intención y quizás entienda la lección con los años, pero renunciarle así a quien te dio la oportunidad y te bancó a su manera hasta el final es de mínima ingratitud. Y de máxima casi traición.

En tanto, en Ensenada, Cristina seguía hablando en su tono standapero cuando los celulares de toda la platea empezaron a estallar. Sentado en primera fila Máximo decidió no interrumpir con cuestiones banales a su madre. La vicepresidenta se enteró de la renuncia de Guzmán recién al bajar del escenario. Forzarla a una reacción en vivo no hubiera sido lo más inteligente.

Sin embargo, cuando salió del Polideportivo y se subió al escenario montado afuera para saludar a la multitud que no había podido entrar, CFK ya enterada, optó por no darse por aludida. Quizás lo más destacable fue que insistió en que hará todo lo posible porque el Frente vuelva a ganar las elecciones el próximo año como en el 2019.

La peor crisis del gobierno ya estaba desatada y era pública. Alberto convocó una vez más a Olivos sólo a los más cercanos. Y hasta dio letra para los off, “decile a los periodistas que Martín se fue por culpa de Cristina”, le dijo por teléfono a un amigo suyo fuente habitual de muchos periodistas. La orden no se cumplió. Alberto entraba en un cono de insensatez hasta para los propios que lo máximo que lograron fue proponerle esperar hasta hoy para tomar la decisión final. En rigor más que tomar la decisión, para encontrar quién quiera hacerse cargo.

Massa estaba en la cancha sufriendo con el empate de Tigre y Talleres cuando Guzmán renunció. Debe haberlo tomado como un triunfo personal. El encono de CFK con Guzmán era por diferenciasen el rumbo económico. El de Massa era ya personal. El diputado hacía rato que destruía en público como en privado a MG con una virulencia y saña que excedía lo meramente político. Estaba claro que había utilizado el millaje en el avión presidencial primero a la Cumbre de las Américas y después al G7 para plantearle a Alberto la salida de Guzmán. Alberto no se animó. Guzmán sí. Y quizás haya sido también su mayor contribución a este momento. Guzmán ya no tenía margen de maniobra. El ala kirchnerista de su ministerio ya no solo no le reportaba.

Ya había empezado a jugarle en contra. Guzmán renuncia y tiene el tupé juvenil de dar recomendaciones para quien lo suceda.

Insólitamente recomienda lo mismo que Massa. Un ministro con mucho más poder consolidado que en el actual esquema. Sin embargo, Alberto sigue resistiendo. Ayer solo compartió algún WhatsApp con Sergio Tomás, y solo para demostrar tranquilidad. No pidió ayuda ni sugerencias. Es que el plan Massa ya lo sabe de memoria. Solo falta digerirlo. Pero está claro que de todos los posibles candidatos es el único que le evitaría el mal trago de tener que consensuar con Cristina. Porque Massa trae aval político propio. Y en todo caso tiene espaldas para discutir y consensuar personalmente con CFK.

Ayer ella lo dijo en público: “ojo que si me convencen yo cambio. No sería la primera vez…”. En su próxima aparición pública estaría bueno que de cátedra de sus cambios que —a simple vista— no están tan claros.

Anoche el Presidente se durmió casi antes de lo previsto. Para la medianoche ya no había más ruidos en el primer piso de la residencia.

Hoy será un día vertiginoso. Deberá dar señales claras a los mercados antes de la apertura de mañana si no quiere dar feriado cambiario y bancario.

No tiene muchas salidas. Nadie va a aceptar el ministerio si él no logra consenso político en la coalición. Y si alguien toma ese riesgo los mercados el lunes estallan. Eso sería suicida para cualquiera. Hay solo dos puertas que tocar. O habla con Cristina. O encumbra a Sergio Massa. Que, by the way, también es consensuar con Cristina pero sin que se note tanto. Hasta hoy.

Por Nancy Pazos – Infobae