Chubut Para Todos

Ricardo Darín: “Estamos hechos mierda, hay que darse cuenta”

El actor está a punto de estrenar Kóblic, el film de Sebastián Borensztein que protagoniza junto a Oscar Martínez, en el que interpreta a un piloto de vuelos de la muerte. “No queríamos que fuera un tipo justificable”, asegura.

— La película transcurre en 1977 y tu personaje, con todas sus contradicciones, es un piloto de la Armada subiendo a un vuelo de la muerte; sin embargo no sos el más malo de la película.

— Esa es la habilidad de los guionistas de hacer transitar a un personaje de muy dudosa reputación y encontrarse con tipos todavía más pesados; entonces, por contraste, empieza a respirar el personaje de otra forma. La única mínima posibilidad de empatía que se puede tener con él es que es un pobre tipo en el fondo. Tiene esa pequeña luz de detección, algo dentro suyo le dice que hay cosas que no hace, tiene conflicto interno. El que no tiene ese conflicto interno es otro escalafón, pero el que lo tiene es un pobre tipo, más allá de que todo lo que haga o deje de hacer sea repudiable.

— No estamos acostumbrados a pensar el perfil más humano de los personajes nefastos, y en la película aparece.

— Los peores hijos de puta de la historia de la humanidad han tenido familia, niños, los han bañado, tenían perritos a los que han cuidado y querido mucho. Cantan canciones, se toman de las manos y muchos rezan después todos juntos. Después nos enteramos de que el señor es un energúmeno. Una cosa no inhibe la otra.

— Vos en 1977, ¿cómo estabas?, ¿qué entendías que pasaba?

— Yo todavía hoy no no puedo terminar de entender a la Argentina. Empecé a sentir un poco de miedo antes del ’77. Ya en el ’75, finales del ’74, estaba bastante preocupado y era muy pendejo. Estaba preocupado por la sensación térmica, que había. Yo era muy callejero y se veían cosas muy extrañas, muy raras. Cuando se instaló definitivamente el terrorismo de Estado, ahí ya estábamos todos absolutamente amordazados, salvo los que salieron a hacerse oír o a intentar modificar las cosas, de forma equivocada o no, ya sabemos cómo terminaron las actitudes de todos.

— El personaje de Oscar Martinez es terrible, es de esos Comisarios que hicieron que mucha gente le tenga miedo a la policía.

— Yo vengo de una generación que cuando era chiquitito te decían: “Si te pasa algo en la calle vos parás a un vigilante y él te lleva hasta tu casa”. Vengo de una era paleozoica, en la que los niños y los ancianos eran los privilegiados en la calle. Nadie tocaba a un niño o a un anciano, todo lo contrario. Hoy son los que están primeros en la línea de exposición. A diario vemos cómo irrumpen en la casa y se apoderan de un magro sueldo de jubilación de un señor de 85 años y le destrozan la cabeza con un fierro para quedarse con 1.200 pesos. En algún lugar está alojado todo el terrorismo que en superficie o subcutáneamente tuvimos que padecer.

— Habiendo padecido las cosas terribles que vivimos, ¿cómo puede compararse cualquier gobierno democrático, no importa cuál, con la dictadura?

— Eso no sólo es inexacto sino que es injusto. Cuando se instala el terrorismo de Estado, es una cosa muy distinta a todas aquellas cosas con las que puedas no estar de acuerdo y por las cuales despotricás. Son estados de situación totalmente distintos en niveles distintos.

— Hace poco resurgió la discusión sobre la cantidad de desaparecidos, ¿qué te genera?

— Es lo mismo que sean 10, 30 mil o 120 mil. No es un tema de números. No dudo del número. A lo mejor fueron más todavía. Pero no pasa por ahí. Es pretender reavivar una discusión estéril, que no conduce a ningún lado. Es buscar roña. Eso se llama buscar roña.

— Te cambio de película. “Bombita” quedó en el imaginario colectivo. Todos nos sentimos “Bombita” en algún momento.

— Porque es una fantasía. La posibilidad de concretar una fantasía nos aúna. El que soporta injusticias, atropellos, humillaciones, desacreditaciones, dentro suyo va acumulando una cantidad de elementos que necesitan encontrar una válvula de escape. Normalmente las válvulas de escape son fantasías.

— Es un líder social, una especia de superhéroe.

— Hay que tener cuidado también con esas cosas porque eso es una fantasía. Hay gente que me ha puesto en Twitter: “Está pasando tal cosa en tal lado, dónde estás Bombita que no aparecés”. Ando con una capa corriendo por la ciudad (Risas).

— Ojo con la alarma del auto que suena.

— Con la alarma que suena o con los cortes de luz. ¿Sabes los reclamos que tuve?

— ¿Tiene que ver con el clima social y con la falta de tolerancia?

— Claro, con la intolerancia. En realidad saltamos por cualquier cosa. La gente que se pelea en la calle por cuestiones urbanas o de tránsito, en realidad no se está peleando con ese tipo, se está peleando con una mochila que arrastra y la válvula de escape es ese tipo que acaba de pasar y le cruzó el coche. Entonces se arma todo un despropósito que no tiene sentido. Hay una sobrecarga.

— ¿Por qué todos te quieren?

— Entrando en el campo de las suposiciones, será porque o bien me conocen de hace mucho tiempo y lo que conocen no les resulta repulsivo o por lo que se adivina detrás de la sucesión de trabajos, porque cuando ves a alguien trabajar mucho medio como que ya conoces quién está detrás; puede que dé la impresión de que soy una buena persona.

— ¿Si hablo con un amigo tuyo qué es lo peor que me podría decir de vos?

— No lo sé, si no trataría de corregirlo. Pero probablemente tenga que ver con cierta intolerancia o falta de humildad de mi parte.

— ¿Sí?

— Sí. No soy humilde, trato de tener control sobre mi falta de humildad pero no soy un tipo humilde.

— ¿Tiene que ver con la carrera y el lugar al que llegaste o con la personalidad?

— No, tiene que ver con la composición cromosómica (Risas). No soy, me gustaría.

— No es que te la creíste.

— No tuve oportunidad, porque nací dentro de este medio. Si nacés dentro de este medio es muy difícil que te la creas. Eso te pasa si venís de afuera, te la pasaste viendo revistas, tapas de revistas, y decís yo quiero eso. Y entonces un día si lo conseguís decís: “llegué”, le escuché decir a muchas personas “yo ya llegué”. Pero yo nací de un matrimonio de actores que nunca consiguieron estabilidad laboral, por consiguiente nunca tuvieron estabilidad económica, lo que generó muchos problemas internos, domésticos y conyugales, a tal punto que terminaron separándose. Conocí la cocina antes que el mostrador, entonces es difícil que me pueda creer algo porque lo primero que aprendí es la inestabilidad de esta profesión, lo sacrificado y lo injusto que es con la mayoría de los actores. Te la podés creer si sos un estúpido, yo no soy un estúpido. No soy humilde y no soy estúpido.

— En ese sentido, ¿qué opinas de la ley de actores?: ¿ayuda?, ¿complica? Hay dos líneas muy encontradas.

— Sí, hay dos líneas que deberían ponerse de acuerdo porque todas en definitiva deberían buscar el beneficio real y concreto para el gremio. Hay una discusión pendiente que tiene que ver con, creo yo, cooperativas. No he leído la ley. No voy a ponerme a hablar de ella sin haberla leído en profundidad; pero lo que recibí como opiniones de gente más o menos confiable es que hace falta una unificación.

— ¿Choluleaste a alguien alguna vez?

— Puede ser. Sí, a Woody Allen lo choluleé.

— ¿Cómo fue?

— Me lo crucé por la calle, conociendo mucho de su vida, porque lo había leído y era un gran admirador de él; sabía que lo único que no había que hacer era abordarlo de la forma que lo hice y lo hice igual. Eso es el comportamiento de un fan, hacer lo que no tenés que hacer. Como la gente que se te acerca y te dice: “Ay, disculpame, yo sé que te rompe, pero…” ¿Si sabés que me rompe las pelotas para qué lo hacés?

— ¿A vos te rompen mucho?

— En términos generales, tengo el porcentaje mucho más favorable hacia la gente que se me acerca con calidez y con muy buena onda a la pesadilla. Pero algunas pesadillas me fumo sí.

— Fuiste muy amigo de Maradona en una época, no sé si lo seguís siendo.

— En este momento nuestros caminos están un poco bifurcados. Pero sí, soy amigo básicamente de su familia, de su mujer y de sus hijas.

— ¿Estás más del lado de Claudia hoy que de Maradona?

— Estoy recién llegado. Me estoy enterando recién ahora de lo que está ocurriendo. No sé muy bien; pero lo que sí sé es quién es Claudia y quiénes son sus hijas.

— ¿Le ponés una cuota de confianza a Mauricio Macri? ¿A la nueva gestión de gobierno?

— Sí, se la tengo que poner. Estoy dispuesto a ponérsela. Porque quiero que las cosas salgan bien. Está demostrando cierta velocidad para reaccionar ante errores posibles cometidos; pero me parece que necesita un poco más de velocidad en ese sentido. Como con la designación de los jueces [para la Suprema Corte de Justicia] y lo de haber tenido que salir al cruce de las versiones sobre las cuentas off shore y demás. Está muy bien, pero estamos necesitando, por aquello que hablábamos de la carga que arrastramos, una dinámica un poco más acorde a lo que esperamos.

— ¿Te arrepentiste alguna vez de haber hablado de Cristina? ¿Te trajo problemas?

— Sí, me trajo problemas, pero no me arrepiento, porque yo no hablé solamente de ella. En realidad, se tiene que arrepentir otra persona, no yo. Yo hablé de todos los funcionarios públicos, no de la familia Kirchner solamente. Y hoy me arrepiento menos que nunca.

— ¿Aprendimos como sociedad? ¿Tenemos menos paciencia y menos margen para permitirles ciertas cosas a los funcionarios, a los políticos?

— Lo que pasa es que el tránsito de aprendizaje, dentro de un sistema democrático, es lento, es doloroso, se cometen equivocaciones de las que deberíamos aprender y todo ese funcionamiento es riesgoso. Incluso nosotros como ciudadanos tenemos que aprender. Lo que tenemos que recordar son básicamente nuestros derechos, que los tenemos casi olvidados. Todo el mundo nos recuerda nuestras obligaciones, pero muy pocos nos hablan de nuestros derechos. Por eso es que hay que apoyar a la gente que lucha por defender los derechos de los ciudadanos.