Chubut Para Todos

Mónica Antonópulos: “Todos precisamos que confíen en nosotros”

La actriz lanzó una marca de ropa infantil donde apuesta por lo conceptual y revisión de la infancia. El casamiento y los costos de la disrupción.

Mónica Antonópulos tuvo una infancia desafiante. Si se reía mucho, le daba un ataque de asma. Si lloraba o corría, también. Hija única de padres muy jóvenes, que no pudieron elegir, con dificultades constantes en el vínculo (se separaron recién cuando ella era adulta), problemas económicos y mudanzas reiteradas; ella quería encajar en el molde escolar a pesar de sí misma: no conseguía quedarse sentada y prestar atención, le costaba sumar y restar, ser como las otras. En tiempos donde no existía Windows, su cabecita se abría en múltiples ventanas y no lograba mantener el foco. La adolescencia no le resultó mejor. Recién a los 17, cuando empezó a ganarse la vida como modelo publicitaria y logró emanciparse, alcanzó cierto remanso. La tierra firme la encontró al poner los pies en la actuación.

Junto a su amiga y socia Pamela Martinelli, lanzó la marca de ropa infantil Gurí Gurú. No es solo hacer remeras sino apostar a un concepto donde la infancia se sienta arropada pero no encorsetada. Sin etiquetas que molesten, con prendas que no tienen ni delante ni atrás ni derecho ni revés, con costuras planas y texturas más amables. Una especie de mimo y guiño de la adulta que es a la niña que fue.

 ¡Qué valentía armar un emprendimiento textil en esta Argentina!

Mónica Antonópulos: Es un proyecto que venimos generando hace tres años. No existiría sin Pamela, mi socia y amiga. Fue reivindicarnos, pensar y probar las prendas. Es muy difícil llevar adelante un proyecto disruptivo, pero cuando lo lográs, es hermoso, te genera una satisfacción enorme. Emprender en Argentina siempre es un desafío, y este contexto agrava todo pero también es una necesidad anímica, poder poner la creatividad y la esperanza, que germine una intención de algo bueno. Es casi a modo personal de sobrevivir en muchas capas. Nace de la necesidad real y cotidiana siendo mamás de acompañar a los hijos en el desarrollo de la autonomía a la hora de cambiarse, a partir de observar si les estamos ofreciendo una indumentaria que se acomoda a sus necesidades, qué nos manifiestan, si es un capricho o están molestos con algunas texturas, con las costuras, con las etiquetas. Todo el trasfondo que tiene una prenda que tiene un derecho y un revés, qué es lo que ocultamos, por qué decimos que hay una sola manera de vestirnos, sobre todo en la niñez cuando es el momento de experimentar. Mi hijo más grande (Camilo, 9) siempre se ponía las remeras al revés y, cuando yo se lo decía, me contestaba: “¿Pero quién dice que está al revés?”. Y tenía razón (risas), me fui adaptando e interpelando como adulto respecto a mi niñez. Venimos de una infancia sobreadaptada a la incomodidad, al qué dirán, a la mirada ajena y ahora hay una generación que dice, que tiene escucha, que se enoja, y un poco es transformar esa queja en una posibilidad de hacer algo distinto.

Usted fue escapándole a las etiquetas, ¿cierto?

Antonópulos: Sí, siempre. Hasta de niña me pasó de ir un poco fuera de la corriente, en los colegios no me podía adaptar tan fácilmente, mi cuerpo hacía síntomas ante algunas cosas. A veces son esos caminos que van a contramano desde donde hacés un lugar diferente. Y no es que uno no haya querido encajar, a veces no encajás porque no podés.

¿Ha sido una niña muy adulta?

Antonópulos: Así es. En el primario, tenía un contexto familiar que no era el ideal para poder ir al colegio en calma y hacer mis tareas. Cuando llegué a cuarto grado, me querían hacer repetir, el planteo de la docente era que tenía retraso mental y me sometieron a exámenes psicológicos. Yo faltaba mucho, porque sufría episodios asmáticos y eso me llevó de alguna manera a no ser tan incluida. Pasé de grado pero fueron dos maestras, María Elena y Claudia, que se apiadaron de mí y se pusieron como desafío personal que yo iba a poder sobrepasar la situación, llamaban a mi casa, revisaban mis carpetas. Y terminé séptimo grado siendo abanderada. Todos somos singulares y tenemos tiempos particulares, todos precisamos tener herramientas y que confíen en nosotros. Entonces hay algo con la ropa, por ejemplo, que es darles herramientas para una tarea que requiere de un tiempo que a veces no proporcionamos. Hacer las cosas por uno mismo genera confianza y es re importante para que sean adultos seguros. De ahí sale el corazón del proyecto.

Esa que en cuarto grado fue señalada y en séptimo egresó como abanderada, logró comprarse un departamento a los veintidós años, gracias a que empezó a trabajar en Publicidad, un puente para actuar.

 ¿Qué le pasó al instalarse en la actuación y ver el reconocimiento?

Antonópulos: Vuelvo a la importancia de la confianza porque lo peor que nos puede pasar es perder la confianza en uno mismo, cuando el afuera cree saber o tiene un plan diseñado y te quiere calzar en ese trajecito que capaz no es el tuyo ni el del destino. Es mucho más rico tener la libertad de explorar por dónde es tu camino para manifestarte. Pero está tanto en el afuera que perdés el tiempo de investigar quién sos. Y cuando fue lo de la tele, fue como confirmar que sí sabía. Después ves que el afuera reconfirma pero a partir del éxito y que hay algo puesto ahí de una manera equivocada que tiene que ver con los resultados, no con el proceso, y termina generando una frustración enorme, porque metiste tanto ahí que nunca te llega a satisfacer.

¿En algún momento se sintió en esa corrida?

Antonópulos: Me doy cuenta de que, aún más joven, terminé ponderando lo que realmente quería hacer y contar, mis deseos personales, más allá de mi profesión. Mi primera maternidad apareció en un momento laboral de otra ebullición, sin embargo fue genuino, fue un deseo. Entonces me parece que me dejo llevar más por el sentir que por el resultado.

Al principio de la pandemia, había una idea romántica de que íbamos a salir mejores personas. ¿La sigue viendo como una plataforma para repensar todo?

Antonópulos: La esperanza del cambio de la humanidad la viví los primero quince días (risas), me acuerdo de la emoción y de llorar y de decir “los pájaros están sueltos, mirá lo que pasa con la naturaleza” (risas)… me comí la del viaje de la humanidad. Una sensación de catástrofe pero también de amor, entendiendo que el despertar es doloroso. Hasta que decís “¡Ahhhh, no despertamos más, no se despierta ni tragándose veinte veces el mismo camión de frente”. Es terrible. Mi pequeña burbuja de reparo es sentir y creer que somos realmente una generación de transición. Por suerte y por desgracia, no tuve nunca ninguna bandera. Creo que llegó el momento de políticas integrales donde se tome en cuenta a todos los países, empezamos a entender que si le va mal a uno, le va mal a todos. Es un cambio estructural que las nuevas generaciones ya lo tienen. Con mi marido decimos que hace un par de años se quemó el Amazonas, el gran pulmón del mundo, y hoy estamos con un puto virus que afecta a los pulmones y a la respiración. No tenemos la capacidad de solucionar ningún problema de los que generamos, ahora la tierra hace los movimientos suficientes para autoregenerarse. Evidentemente el despertar es muy lento y esperamos que despierte el afuera cuando el despertar es interno.

 ¿Cómo fue que decidieron casarse con Marco Antonio (Caponi)?

Antonópulos: (risas) Para nosotros todo lo que tenga que ver con esas formalidades, no tiene ningún tipo de brillo ni trascendencia. No lo asocio al amor, sino a la organización familiar, es operativo. Todavía me asombro cuando el afuera se asombra. Se dijo: “Se casó en secreto”. No me casé en secreto, me casé de manera privada, porque todavía existe el mundo privado. Se perdió la línea, el borde, el límite del otro, es un horror. Ahora todo se hace público y le entregamos a las redes una cantidad de información valiosa, a un sistema que sabe lo que te gusta, lo que querés, lo que necesitás, por ende eso se traduce en cosas que después vas a comprar. Somos datos.

Decía lo difícil que resulta cambiar el sistema. ¿Evitar “ser dato” puede dejarla afuera de posibilidades laborales?

Antonópulos: Sí, tiene costos, cada vez se elige más por la cantidad de seguidores que tenga alguien que por cómo actúe. En mi caso, tengo mucha discusión personal con el hecho de mostrar a mis hijos, no los mostré. Mi hijo de 9 me lo pide y todavía no consigo estar tranquila con eso. Y en Gurí Gurú decidimos no mostrar niñes, para no marcar estereotipos, patrones de belleza. Mostramos las prendas a partir de ilustraciones.

 Hace rato que viene corriéndose y cuestionando los cánones de belleza.

Antonópulos: Sí, porque fui explorando que son incómodos y que uno termina perdiéndose.

 ¿Extraña la actuación?

Antonópulos: No extraño actuar por actuar, extraño actuar en lo que me gusta, elegir un proyecto que me genere ilusión, que me active la cabeza. Obviamente que a veces me pasa de salir a laburar porque tengo que salir a laburar, pero también cuento los mangos para estirarlos y esperar algo que me guste más.

Por Valeria García Testa – Revista Noticias