Chubut Para Todos

La Posargentina

Gane quien gane, algo se rompió en las lógicas políticas de la Argentina profunda.

Probablemente la única coincidencia entre los votantes de las cinco opciones que se presentan este domingo histórico es que Argentina necesita un cambio de curso.

Agotamientos. Las demandas de cambio crean enormes presiones en términos sociales, políticos y por supuesto económicos, sobre todo porque no existe un acuerdo sobre qué modelo de país sería deseable, tensionado sobre la dicotomía mercado-Estado.

El proceso electoral y la interpretación de los resultados deben enmarcarse en los cambios producto de la última década.

El Fabregazo fue la devaluación realizada en enero de 2014, durante el segundo gobierno de Cristina Kirchner. Esta depreciación de la moneda de “apenas” un 15% marcaba el agotamiento del modelo kirchnerista de redistribución del ingreso. Este malestar tendría su expresión política con el triunfo de Mauricio Macri dos años después. Las clases medias y medias bajas se embarcaban en una nueva ilusión con el ingeniero, que venía de “afuera de la política”. Macri y Prat-Gay no dudaron en unificar el mercado cambiario en el valor del dólar blue de la época, lo que significó una inflación de casi el 35% en 2016.

El proceso macrista traía dos componentes: uno despolitizador, tras doce años de kirchnerismo, y el otro el intento de hacer las reformas de modo gradualista. El eje conceptual se basó en que el país iba a crecer a mayor velocidad que el gasto público. Aunque esto no ocurriría, la inflación de 2017 bajaba al 25%, lo que valió el triunfo del macrismo en las elecciones de medio término. Sin embargo, ya el formato económico se tornaba en forma recesiva impulsado por la quita de los subsidios a los servicios públicos. El PBI caería 2,6 puntos en 2018 y 2 en 2019. También la reforma de la fórmula jubilatoria (bajo las famosas “toneladas de piedras en el Congreso) marcaba el divorcio entre Macri y su base social.

Volver. La nostalgia de los años dorados del kirchnerismo premió a la inusual fórmula presidencial organizada por Cristina, que se colocaba como vicepresidenta –y cuyo mandato languidece el 10 de diciembre– con el 48% de los votos. Sin embargo, lejos de la recuperación esperada, se profundiza un fenómeno relativamente novedoso en Argentina que se instala a partir de 2017: el salario promedio de la economía formal se comienza a atrasar, tanto en pesos como en dólares, perdiendo obviamente capacidad de compra.

Muchos trabajadores formales comienzan a ser pobres contra la canasta familiar que elabora el Indec, proceso que no se detuvo hasta el presente, lo que genera un invisible desaliento social, la timba financiera parece más atractiva que tener un trabajo.

En forma conducente, la cantidad de trabajadores registrados se estanca, lo que lleva a que la mayoría de los jóvenes que se sumen en el mercado laboral lo harán sin los beneficios de la “antigua” relación de dependencia: aguinaldo, vacaciones pagas, obra social. Los añorados derechos laborales pasan a ser piezas de museo. Entre estos jóvenes aparece un descontento contra el Estado y su dirigencia política.

Este enojo da claras señales en 2021, cuando el gobierno pierde casi un 40% de su electorado. La señal fue olímpicamente ignorada en medio de las internas entre el Presidente y la vicepresidenta. La novedad es que tampoco la oposición centrada en Juntos por el Cambio supo transformar el triunfo electoral en fortaleza política, enfrascados en su propia interna de Patricia Bullrich contra Horacio Rodríguez Larreta. Mientras tanto, una nueva fuerza constituida en espejo en CABA y PBA (La Libertad Avanza y Avanza Libertad respectivamente) obtiene casi 1.300.000 votos.

El Estado como elefante. El discurso antiestatal tiene larga data en Argentina, pero nunca había logrado generar un espacio político de peso dentro de las reglas de la democracia electoral.

En una de sus mejores performances, en 1989, Álvaro Alsogaray, con la Unión del Centro Democrático (Ucedé) obtenía el 7,2% de los votos. Esa estructura política sería absorbida por el menemismo a la vez que generaba una camada de cuadros políticos, la mayoría incorporados al peronismo. Unos años antes, Alberto Albamonte se paseaba encima de un elefante por el barrio porteño de Belgrano para expresar el Estado elefantiásico.

Javier Milei lleva este discurso hacia el extremo, pero con un giro novedoso: ir contra la “casta política”, expresión de una dirigencia política enquistada en el poder. La nueva propuesta tiene unos componentes muy ideologizados, incluso algunos completamente enfrentados al sentido común cotidiano, a diferencia del macrismo, siguiendo las enseñanzas de Murray N. Rothbard, padre fundador del anarcocapitalismo.

Curiosamente, a Rothbard en los años 60 se lo asoció con la izquierda por su oposición a la Guerra de Vietnam. En 1971 fundaba el Partido Libertario en los Estados Unidos. Gary Johnson, en 2016, sacó en la elección presidencial el 3,3% en la misma elección que ganaba Donald Trump con el 46% de los votos. En la elección siguiente, Jo Jorgensen obtenía apenas el 0,18%, la base libertaria se volcaría masivamente a apoyar a Donald Trump.

Sin embargo, es engañoso pensar que los votantes de Javier Milei en Argentina suscriban (o al menos conozcan) al ideario libertario. Muchos de ellos demandan lo mismo que le demandan al político peronista: que el hospital público funcione bien, o que haya clases en la escuela pública sin los paros continuos.

Final de partida. Termine como termine el proceso electoral, gane quien gane, algo se rompió en las lógicas políticas de la Argentina profunda. Pero las experiencias mundiales exitosas de reconstitución del entramado social (que no son muchas) requirieron más que el dominio absoluto del mercado o la planificación centralizada: se lograron con un Estado con capacidad de regulación, es decir, el poder establecer reglas legítimas y lograr su cumplimiento. La democracia argentina reciente tuvo dos largos períodos (1983-2001 y 2003-2023), el primero del consenso obligado (la reforma constitucional es la prueba viva de la etapa) y el segundo de la polarización profunda (kirchnerismo-antikirchnerismo). Delante de nuestros ojos se abre una nueva fase de ribetes desconocidos.

Por Carlos De Angelis – Perfil