Chubut Para Todos

La delincuencia al poder

Lula, Trump, La Doctora. Cadena judicial del error. Por Jorge Asís

La delincuencia al poder

¿Y si les vuelve a ganar?

La justicia (que no es divina) y castiga con crueldad es el factor inapelablemente más eficaz de la promoción política.
Lo prueba el sistema jurídico brasileño que iba a inclinarse mayoritariamente por Jair Bolsonaro.
Encerraron durante años al expresidente Lula Da Silva por un departamento luminoso en el Santa Teresita del Brasil, con el propósito de sepultarlo en el desprestigio.
Acaso sin darse cuenta, al final lo condecoraron con la transitoria absolución, a los efectos de convertirlo de nuevo en el presidente del país más importante del subcontinente.
Lo prueba, también, el delincuente frontalmente condenado Donald Trump, que vuelve a presidir con la deplorable corbata carmesí la superpotencia más relevantemente nuclear del universo, ante el rostro triste, casi perplejo, de los distraídos jueces persecutorios que supieron condenarlo probablemente influenciados por la pasión del Partido Demócrata.

Pero la justicia argentina tampoco se queda atrás en el vasallaje del ridículo.
Se incorpora en la cadena del error para consolidar desde Casación la condena aleccionadora de La Doctora, inhabilitada para ejercer cargos públicos hasta la eternidad.
Significa confirmar que la justicia durante los años de Javier Milei continúa con las pifiadas torpemente similares de la justicia de los años de Mauricio Macri, para instalar a La Doctora como protagonista exclusiva de la polarización.
Estrategia perfecta, pero ¿y si La Doctora les vuelve a ganar?
Penúltimo eslabón de la cadena del error estéticamente condenable.

¿Tenés un Etcheverry?

“Ahora van a aparecer las obras literarias ocultas en los cajones”.
Lo confirmaba el editor románticamente esperanzado. Concluía la tenebrosa dictadura que admitía la contabilidad exuberante de los muertos.
Sin embargo, en los cajones no se ocultaba ninguna obra relevante.
Apenas se registraba la redundancia de las confesiones violentamente precarias de los reprimidos y de los torturados que después del sexto caso directamente aburrían, convocaban con fervorosa intensidad a la monotonía.

Con las obras supuestamente ocultas en los cajones pasa en realidad lo mismo que con los jóvenes dirigentes que esperan desde el anonimato militante la oportunidad para lucirse en el primer plano.
Se explica entonces que no exista pregunta más fatalmente cruel que formularle a cualquier dirigente juvenil de casi 50 años, sin ir más lejos de La (Agencia de Colocaciones) Cámpora. O de cualquier otra Agencia ideológica.
“¿Tenés algún Etcheverry?” (por el joven jugador de River).
“¿O por lo menos contás con un Garnacho, un Carboni, un Anselmino?
Traducido: algún valor promisorio que se encuentre en la etapa iniciática de acumular los méritos.
A la espera de pegar el batacazo histórico, de revolucionar los planteles dirigenciales regularmente compactos, establecidos con placidez.

Pregunta similar que se le puede formular al dirigente recatado del PRO, a cualquier entusiasta de La Libertad Avanza, o acaso al peronista que presuma de ser divulgador del axelismo, o a algún sobreviviente de la estancada Coalición Cívica.
“¿Tenés al menos algún Changuito Zeballos?”.

Indagar implica someter a los interlocutores a la presión del apuro.
Y apurarlos carece de sentido porque la mera indagación arrastra el riesgo explícito de conseguir el resultado previsible, demasiado obvio.
La problemática se agota precisamente en la pregunta.

Como conclusión para el balance no existen infortunadamente en el bolillero las promesas superiores.
Los jóvenes que se proponen revolucionar el sistema ya se acabaron.
El último revolucionario quedó estampado como Fenómeno desde la improvisación del gobierno más frágil.
El Panelista de Intratables se cargó desde la televisión al peronismo, al radicalismo y hasta barrió con el recato del PRO.
Pero Milei es solo uno. Único, irrepetible y acaso inimitable.

Fantasías del bolillero

Para seguir con La Cámpora, la Agencia inspira el proyecto de transformar en presidente a Máximo Kirchner, En el Nombre del Hijo, en 2031.
Entonces Máximo tendría 54 años (nunca olvidar que para el portal la edad del poder son los 50).
Y estaría en armónicas condiciones de suceder a su madre, La Doctora, que a esa altura tendrá, con suerte, 78 años.
Exactamente los mismos años con los que carga hoy Donald Trump.

Pero para 2031 faltan todavía 7 años, y en el camino se encuentra la elección presidencial de 2027.
Para la que se prepara Axel Kicillof, El Gótico, sustancialmente desde el peronismo y a los efectos de competir racionalmente con Milei.

El Gótico se encuentra fuertemente apuntalado por Andrés Larroque, El Cuervo que sigilosamente se escapó de la Agencia de Colocaciones para fundar su propia Consultora Popular, con el objetivo de convertirse en otro Bianco del axelismo.
Está Axel también apoyado por densos minigobernadores de la Tercera que atraviesan la concreta pugna interna por cuestiones de cajas con los minigobernadores tan poderosos de la misma sección electoral de la Provincia del Pecado.

Aunque el doctor Eduardo de Pedro, El Wado, desde la Agencia se anota también en el bolillero.
Como sin manifestarlo todavía desde Córdoba se inscriben Martín Llaryora, El Pituco, y aún siempre Sergio, El Profesional, desde la avenida Libertador cree con fundamentos que le queda la penúltima bala en la recámara.

Cabe consignar que todos estos baluartes de la reserva del peronismo merodean la edad del poder y al cierre del despacho suponen que en 2027 La Doctora -presidenta del Partido Justicialista, ex presidenta reelecta de la Nación y ex vicepresidenta de Alberto- a los 74 años va a estar preparada para tejer exclusivos escarpines destinados a los nietos grandulones y a redactar las memorias melancólicamente conmovedoras.
Fantasías de estudiantes. Ninguna razón existe para que La Doctora se disponga a renunciar a la menor postulación.

Como Lula o como Trump, La Doctora ya nada puede hacer afuera -en efecto- de la política.
La dama no puede siquiera sentarse a tomar un café en el Varela Varelita ni en el bar del Alvear.
Ni pasear una tarde de domingo entre las frescas vitrinas del Patio Bullrich.
Ni entrar al cine o al restaurante Marcelo para comerse unos ravioles porque la van a insultar.
Le le van a gritar «delincuente» o el brutal «chorra», o en simultáneo, y en el mejor de los casos, la van a sofocar con expresiones de admiración, con intentos de besarla, al menos de tocarla, suplicarle por la eternidad de una selfie o simplemente repudiarla.