Chubut Para Todos

Ex “mejor equipo”

Cambiemos no es un frente. El PRO no ha consultado jamás el camino. Ha pedido votos, declaraciones y lealtades a cambio de ninguna discusión.

Entre el miércoles y el jueves pasados se incendió una escuela en Moreno, distrito de la provincia de Buenos Aires donde una gobernadora, siempre transida de emoción, timbrea intensamente. Cuando se quema una escuela o explota allí una garrafa, esos fuegos son una representación espectacular de lo que sucede en el espacio público de zonas pobres que todavía no se han incendiado. Las escuelas funcionan como indispensables proveedoras de alimentación para los alumnos y también para sus madres. El incendio es un acontecimiento al mismo tiempo real y simbólico.

También el paro general del pasado martes tiene su simbolismo. Para entenderlo, sería mejor abstenerse de repetir que un paro “no conduce a nada”. Si no lo entienden, pregunten. Una movilización de un día no “conduce a nada”, pero indica que las cosas andan mal y que, hasta los dirigentes sindicales más conciliadores, si quieren seguir en sus sindicatos, deben tomar reclamos que, socialmente, vienen desde abajo y, políticamente, de las dirigencias menos dispuestas a negociar. Un paro tiene un alto peso simbólico (además de los miles de millones que se pierdan y que es todo lo que el gobierno señala). El significado incluye descontento profundo, también en los gremios cuyos trabajadores pertenecen a las capas menos tocadas por la crisis.

Dos días después del paro, una encuesta de Management and Fit para Clarín  nos informa que el 55,9% de los argentinos cuestiona al sindicalismo. La encuesta no es puesta en correlación con similares investigaciones de opinión pública, que muestran a políticos y empresarios con altos grados de desaprobación. Da para pensar esa frase que tanto se repite: ¿cómo se construyen los discursos informativos? De todos modos, esta semana nos dejó un tema más grave y urgente.

Decenas de miles de millones. El miércoles, en una breve conferencia de prensa junto al ministro Dujovne, Christine Lagarde anunció que el FMI estaba dispuesto a sumar 19 mil millones de dólares al stand-by concedido a la Argentina. En síntesis, para quienes la economía nos resulta una oscura ciencia, el FMI duplicó el monto de todas sus promesas anteriores. ¡Aleluya!

Al presidente que lo suceda o a él mismo, Macri le dejará una herencia con la deuda externa que no fue obra del destino sino de su gobierno

Esos anuncios, según opina el periodismo especializado, serían un test para el mercado cambiario. Pese a que este lunes 1º de octubre comenzará a regir la nueva “tablita”, hoy ya sabemos lo que sucedió con el test: el dólar subió constante e impertérrito hasta alcanzar los 42 pesos en el cierre del viernes. ¿Mercados desconfiados y sordos?

Aunque la generosidad del FMI comprometa el futuro (como ya es una tradición), evidencia también que su directora juzga que la crisis argentina es grave y que convendría evitarla: somos la Grecia del Cono Sur. Algo para recordar: en 2019, el país deberá comenzar a devolver lo que el Fondo le haya ido adelantando. Puede ser una pesada herencia que Macri se deja a sí mismo o al presidente que lo suceda. Pero, en ambos casos, una herencia que no fue obra del destino, sino de las políticas monetarias y las tasas del Banco Central durante su gobierno. El Fondo Monetario instalará monitores de nuestra economía. Suena parecido a las periódicas visitas de control que realizaba su jefe de “Operaciones Especiales” durante la crisis de 2001. Todo vuelve y (al revés de lo que sostenía Heráclito, según lo cita Platón) los argentinos nos bañamos varias veces en el mismo río.

Vale la pena recordar que, en noviembre del año 2000, el jefe de los monitores del FMI, mientras planificaba una visita para el mes siguiente, se mostraba optimista sobre el futuro, aunque (como informó La Nación en ese momento) nuestra performance “todavía era desilusionante”, porque no había reactivación; el PBI había caído un 3% durante el año anterior; y los mercados no se habían comportado como Dios manda. Sin embargo, pocos meses antes del estallido de la crisis de diciembre de 2001, el FMI se mostraba optimista, porque el nuevo programa alejaba un eventual default (www.lanacion.com.ar/ln-mas-158215). Si a estos funcionarios internacionales se les dedujeran puntos por los errores, hoy serían ellos los que habrían entrado en default.

Este gobierno acordó con el FMI no solo sin consultar al Congreso, como marca la Constitución: ni siquiera avisó a sus socios de coalición

Sectarismo. Este gobierno PRO acordó con el Fondo, sin consultar al Congreso (art. 75 de la Constitución) y sin darles un golpe de teléfono a sus aliados radicales. Intensificó el destrato cuando los hizo ir y venir de Olivos, hace cuatro semanas, para llegar a un desenlace donde no les tiró sino propuestas de ministerios que, de antemano, era casi seguro que cada uno de los posibles ministros rechazaría. La más irrisoria de esas propuestas fue que un radical reemplazara en el mismo ministerio a otro radical. Macri es mezquino y sectario.

Este gobierno también manda al Congreso el presupuesto 2019 sin abrir una ronda de diálogo con los partidos que deberían votarlo. Por los pasillos y las comisiones transita Rogelio Frigerio, el ministro que todos prefieren, porque sabe hablar con los políticos y es, en este sentido, una rara y valiosa excepción dentro del ex “mejor equipo”.

La actual situación reclama un gobierno de salvación nacional que construya amplios espacios de diálogo. Al revés, Macri acentúa el aislamiento

El presupuesto es iniciativa del Poder Ejecutivo, pero debe aprobarlo el Congreso porque, con alguna sabiduría, la Constitución incorpora a los representantes de los ciudadanos y de las provincias para examinar esa gigantesca asignación de recursos. Macri habló con los gobernadores, pero no sentó a los políticos a su mesa.

Todo esto sucede mientras el país atraviesa una crisis. También en 2001 se quiso contener el déficit con una política de déficit cero; se cortaron las transferencias a las provincias, se recortaron los sueldos (ahora esto se logra más fácilmente con la inflación). Bajó el PBI, la economía siguió en una recesión que alcanzó el 4,4%. La crisis actual, se parezca o no a la de 2001, es, simplemente, muy grave y causa gran sufrimiento. El descalabro social avanza en una comunidad dividida, donde los que tienen recursos evaden cuanto pueden el impuesto a las ganancias; no están dispuestos a largar ni un punto de retenciones ni pierden un minuto cuando creen que el dólar los obliga a subir los precios; un país profundamente antisolidario, ajeno a la necesidad de una reconstrucción inclusiva.

Salvación nacional. Hasta ahora el Gobierno ha pensado (equivocadamente) que será el mercado, cuando crezca una producción que sigue cayendo, quien va a distribuir con justicia. Ni la “mano invisible del mercado”, ni la competencia, que es siempre desigual, distribuyeron bienestar y felicidad, por lo menos en la Argentina. Nunca, entiéndalo señores de PRO. Los países más adelantados y progresistas del mundo se han dado cuenta de que esta bondad del mercado es una ficción teórica.

Estamos muy mal y vamos peor, en las villas, en los barrios de emergencia, en las zonas más alejadas y más miserables de las provincias del norte. La situación reclama un gobierno de amplio acuerdo. Aunque la expresión será acusada de alarmista, es preciso un gobierno de salvación nacional, y construir un amplio espacio de diálogo político. Lejos de esto, Macri intensifica el aislamiento del PRO, incluso deleitándose (junto a Marcos Peña) con el maltrato de radicales que se sacrificaron como peones de su victoria electoral en 2015.

Cambiemos no es un frente. El PRO no ha consultado jamás el camino. Ha pedido votos, declaraciones y lealtades a cambio de ninguna discusión. Con este temple soldadesco no hay frente. Pero lo grave es que hoy parece necesario que el Gobierno llame a una ronda de acuerdos. Y no solamente con los que quedan de la desaparecida UCR, sino con otros interlocutores políticos del peronismo y el socialismo. Es importante que, urgentemente, esa mesa funcione en paralelo con otra mesa de acuerdos donde se sienten sindicatos y asociaciones de empresarios. No se trata de mezclar ambas instancias porque, en la confusión, no se llega a ninguna parte.

De todo esto el PRO no sabe ni la primera línea del manual que incluye la crisis de 2001. Los despreciadores de la cultura política podrían tomar un par de lecciones con Macron, el presidente de Francia, a quien no van a agarrar en faltas que desnuden una formación deficiente. Es un liberal por convicción, no porque lo haya marcado su origen social. Tampoco lo pueden acusar de viejo, porque tiene 41 años.

Por Beatriz Sarlo – Perfil