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Eleonora Wexler: “Por no parecernos a nuestros padres nos transformamos en amigos de nuestros hijos”

“Vi pasar de todo en mi vida”, afirma la protagonista de la serie Último primer día, en esta charla exclusiva con Tatiana Schapiro para Teleshow, en la que además festeja su presente profesional y recuerda su rebeldía adolescente. Mirá el video.

Sobre el cuerpo y el alma de Eleonora Wexler todavía resuena su interpretación en Yo nena, yo princesa, inspirada en la historia de Luana, la niña que marcó un antes y un después en la lucha por la identidad de género al ser la primera nena trans del mundo en recibir un DNI de acuerdo a su identidad autopercibida. En el filme la actriz se puso en la piel de su madre, Gabriela Mansilla, autora del libro que en el que retrata un camino de dudas, conquistas y aprendizajes: “Esta película me atravesó”, dirá conmovida a Teleshow sobre el filme que competirá en los Premios Platino en la categoría Cine y educación en valores.

Antes de viajar a España para la ceremonia, Eleonora palpita con entusiasmo el estreno de Último primer día, la serie que puede verse por Flow y donde interpreta a la detective Victoria Duval. Allí se mete en el mundo de los adolescentes y el descontrol ante el inicio de cada ciclo lectivo, una radiografía cruda de una práctica en aumento, con excesos y delitos que la ficción que protagoniza con el español Marc Clotet, Rafael SpregelburdAna Celentano Juana Viale tratará de desentrañar. “Es una historia que te va despistando todo el tiempo”, sintetiza, y lo asume como un desafío personal, para esa detective llamada a hacer justicia en un ámbito que, en un punto, le resulta desconocido.

Y en un caso y en el otro, ambas historias la interpelan a Wexler de manera directa. Porque la remontan a su adolescencia, de chica independiente y con el peligro de moverse siempre en círculos más adultos, con las tentaciones y los excesos pasando peligrosamente cerca. Y la conectan con su hija Miranda, de 18 años, parte de una generación para la cual algunas cuestiones de género parecen ser parte del pasado. Un cambio que Eleonora celebra y acompaña. Pero del que, fundamentalmente, aprende.

—Vamos a contar, sin spoilear demasiado, que Último primer día es este evento al que ya nos hemos acostumbrado los argentinos que es el primer día de clases del último año de colegio.

—Mi personaje es Victoria Duval, una detective que creció en un pueblo en la Costa, donde tuvo una tragedia y perdió a su hija. Se va a Buenos Aires, continúa ejerciendo su profesión, y cuando vuelve al pueblo a hacer algo pendiente, le avisan que muere Joaquín, un docente a quien ella conocía, y desaparece Agustín, uno de los alumnos. Ella pide por favor quedarse para investigar qué fue lo que pasó, y ahí empieza una serie de entramados y dudas. ¿Cada personaje me está contando lo que es o me está despistando y yo no sé por dónde va? ¿Qué es real y que no? Y en esas dudas siento que cada personaje tiene algo para esconder.

—Hay algo muy interesante en la forma de narrar, este ir y venir en el tiempo, y en los testimonios de los alumnos, donde no sabes quiénes son los buenos y quiénes los malos.

—Te va despistando todo el tiempo. Lo interesante de la serie es que vos vas creyendo lo que va pasando, pero en un momento ves algo que no te cierra, que te están contando una cosa y pasó otra. Y querés ver qué pasó realmente. Y lo interesante es que cada personaje tiene un secreto y vos tenés que descubrir cuál es ese secreto para poder seguir elaborando el desarrollo de la historia.

—Vayamos a la realidad de lo que refleja la ficción. ¿En qué momento aceptamos los padres el último primer día?

—Es lo que me pregunto también. Creo que hay algo que nos pasa a nuestra generación de no poner límites, esta cosa de por ahí no querer parecernos a nuestros padres que nos ponían demasiado límite, y nos transformamos un poco en amigos de nuestros hijos. Y en el medio de todo esto, hay algo que perdimos, que es llegar a puntos como este. Porque escuchaba el testimonio de esta madre que lo que vivió con la hija que un compañero la terminó violando en uno de estos festejos

—Estás hablando ya saliendo de la serie, de un caso real que ocurrió este año.

—Saliendo de la serie. Perdón, pero es que me remite inevitablemente. Entonces, hay algo que es esta cosa como de trascender determinados límites porque sí, y no termina del todo bien. Nosotros como papás somos responsables de estas cuestiones, creo yo.

—¿Vos cómo fuiste en tu adolescencia?

—Rebelde (risas). Empecé a trabajar a los ocho años y siempre tenía como mucha independencia. Y vi pasar de todo en mi vida. De todo.

—¿Cuál fue el peor dolor de cabeza que les diste a tus padres?

—Y… era muy independiente y creía que podía con todo. Me fui jovencita de la casa de mis padres. A los 19.

—”Soy mayor de edad, tengo mi plata, hago lo que quiero, me voy”.

—Sí. Ayer estaba hablando justo de eso con mi mamá. Pero tratando de comparar, porque tengo una hija adolescente de 18, y me veo y digo: “¡Qué rebelde!”, porque tenía independencia económica, vivía en un mundo de gente adulta, con mucho barrio. Y también tenía una muy buena base de educación por parte de mis padres, que eso lo agradezco porque a medida que va pasando el tiempo me doy cuenta de todo lo bueno y los valores que ellos me dejaron. Si no, estaría un poquito más perdida.

—¿Sentís que estuviste en riesgo en algún momento?

—Sí, por ahí adolescente, a los 15, 16. Viví todo como muy rápido ¿no? Nada fue extremo, pero sí como más en la cuerda floja. Tenía muchas cosas al alcance.

—¿Y el riesgo por dónde sentís que pasaba?

—Era más social, gente más grande.

—Empezaban a ofrecer cosas que…

—Exactamente, sí.

—Alcohol, drogas.

—Sí. Y la vi pasar, eh. La verdad es que nunca tuve interés, pero creo que si hubiese estado parada un poco más floja por lo menos en ese momento no sé qué hubiera pasado. Porque todo estaba al alcance de la mano también. Y muy independiente: pasé mi vida trabajando, tenía mi plata. Pero yo creo que tiene que ver con la personalidad de uno y con los valores también que uno tiene y por dónde te pega la vida. Siempre hice mucho deporte, baile, danza, algo que me conectara con la sanidad. Pero una cabeza de adolescente también.

—Era un mundo muy de adultos.

—Muy de adultos. Para una niña que había empezado a actuar a los ocho y en un mundo de adultos donde tenía responsabilidades de un adulto. Pero me gustaba eso, no era que estaba forzada.

—¿Y el colegio, lo terminaste?

—Todo. Como era muy obsesiva, muy responsable, terminé primaria y secundaria. Y estudiaba mucho. Mis padres no entendían, me encerraba en el cuarto y me podía pasar horas estudiando. Me gustaba estudiar.

—¿Era porque te gustaba o era condición para poder actuar?

—No, ninguna condición: ellos no me exigían nada, en absoluto. Yo me encerraba en el cuarto y como me gustaba estudiar, me ponía y estudiaba. Yo sabía que tenía que estar bien en el colegio para poder actuar.Eleonora Wexler y Victoria, la detective que interpreta en Último primer día. Callada, misteriosa y por momentos indescifrable, es una mujer muy sola que solo vive para su trabajo

—¿En qué momento empezaste a administrar vos tu plata?

—De joven. Tenía una cuenta donde mis viejos me ponían la plata, manguito por manguito. Cuando me alquilé mi primer departamento, que era en Once, tenía una caja donde ponía sobrecitos hechos a mano y escribía “Expensas”, “Agua”, “Municipalidad”, y la plata que podía dejar para ahorrar. Y ahí tenía 18.

—¿De grande en algún momento te volviste más disparatada, de reventar la plata?

—No mucho (risas). Me gusta mucho viajar. Me gusta mucho ir a comer. Me gusta disfrutar de las cosas lindas de la vida.

—La maternidad también llegó joven.

—Sí, también llegó joven. En realidad, no tenía planificado mucho el tema de los hijos: cuando era más chica pensaba que no iba a tener hijos. Y en un momento estaba con Leo, con el papá de Miru, tardamos bastante tiempo en que venga, no es que enseguida tuve el deseo de la maternidad. Y en un momento solo apareció, y tenía 28, ponele, tampoco era tan chica. Bueno, visto desde hoy, sí.

—Hoy lo vemos como re chica…

—Lo veo como mi mamá, que a los 25 ya me tenía a mí. Pero ahí sí tuve el deseo. Y tampoco fue que vino tan rápido. En un momento pensaba que tenía un pólipo, qué sé yo, ecografía y el pólipo era Miru (risas).

—¿Y cómo te llevaste con la mamá?

—La parte del embarazo creo que fueron los momentos más felices de mi vida. La hormona me pegó tan bien, me sentía hermosa. Ahora veo las fotos y digo “pobre”, pero me sentía hermosa, sobre todo a partir del quinto mes, que dejás de estar como medio hinchada y empezás a verte la panza. Me sentía muy empoderada. Y no quise trabajar, no quería hacer nada, iba a hacer mis clases de gimnasia y estaba muy contenta.

—¿Y ahora con Miru transitando su adolescencia en algún te da por pensar que estás pagando tu propia adolescencia?

—Sí, claro.

—Viene tu mamá y te dice: “¿Te acordás?”.

—Por supuesto. Creo que hay casos y casos. Miru es una nena hermosa, es buena, es inteligente, es íntegra. Pero es adolescente y es una arianita como yo y tiene un carácter fuerte. Y sí, hay momentos donde todo es hermoso, y todo fluye maravillosamente y nos veo tan compañeras, y otros momentos en los que no sé qué hacer. Así que estoy aprendiendo a ser mamá. Cada etapa tiene su aprendizaje.

—Hablando de maternidades, te leí muy conmovida cuando estrenaste Yo nena, yo princesa. Es una película hermosa.

—A mí esa película me atravesó. Me atravesó tener que contar esa historia. Me atravesó conocer a Luana, a su mamá, Gabriela Mansilla. Ellas iban mucho al rodaje, Gabriela estaba con el director, Federico Palazzo, que gran mérito de las actuaciones tiene que ver con él, con lo que él trabajó con cada uno de nosotros. Cuando terminaba cada escena, yo estaba esperando la cara de Gabriela porque yo representaba lo que ella había vivido. Y a veces la veía en shock, a veces la veía llorando, a veces la veía contenta. Ella estaba metida dentro de su propia película también.

—Es muy interesante lo que cuenta la película, la historia de Luana, y en eso es súper rico porque es un aprendizaje para todos.

—Yo creo que la película es necesaria y concientiza. Hay algo que tiene que ver con educar.

—¿A vos te enseñó cosas?

—Un montón. Es decir, nosotros conocemos una parte, creo. Más allá de tener una apertura frente a todo había muchas cosas que no conocía del mundo trans. Y aprendí mucho con Gabriela, aprendí mucho con Isabella (G.C.), que es la actriz que interpretó a Luana, con la familia, con el movimiento, la asociación que tiene Gabriela, que es Infancias Libres. Todo lo que charlamos antes de empezar a filmar la película. Esta película atravesó mi corazón, mi alma. Me emociona todavía…

—Cuando hablás de esto con Miru, ves que los chicos hoy tienen todo tanto más claro.

—Mucho más resuelto. Ella vino a ver conmigo la película, cosa que me dio mucha felicidad, estaba al lado de mi papá y vio que llorisqueaba un poco. Y le agarraba fuerte la mano al abuelito, “para que no llore”. A mí también se me escapó una lágrima, y me dice: “Está re piola la película, porque enseña”. Pero no hay un debate en ellos, quizás el debate lo tenemos en nuestra generación. Para ellos hay algo que tiene que ver con la sexualidad y con el ser, que no hay un nombre determinado. De hecho, Miru tenía compañeras que también estaban experimentando diferentes situaciones y no había un planteo ni una duda: cada quien es quien es. Ya viene con ellos, ya viene con su ADN. Ya hay un cambio generacional y lo sienten adentro de ellos.