En las filas del kirchnerismo, resignado a una derrota en la provincia de Buenos Aires el próximo domingo, se especulaba con el albur de un cisne negro, algún suceso inesperado que pudiera modificar un destino que se consideraba ineluctable.
El descubrimiento de un cadáver en el Río Chubut, a metros del último escenario en el que fue visto el desaparecido Santiago Maldonado, ¿serìa ese ansiado cisne negro?
La suerte del joven artesano ha estado, en sus últimos capítulos, enigmáticamente conectada con la circunstancia electoral: su desaparición fue noticia días antes de las PASO y el cadáver del Río Chubut (que, aunque no ha sido inequívocamente identificado, todo el mundo presume que es el de Maldonado) aparece en la semana del comicio del domingo 22.
Desde el comienzo, esta trágica peripecia quedó aprisionada en la lógica de la llamada “grieta”. Para los sectores más radicalmente enfrentados con el gobierno, el artesano, simpatizante del irredentismo mapuche, fue considerado víctima de una “desaparición forzada” comparable con las que se practicaron sistemáticamente durante la tiranía militar. Una manera de enfatizar la interpretación que dibuja a Mauricio Macri como “cría del Proceso” y que se resume en la consigna: “…vos sos la dictadura”.
El oficialismo no tuvo reflejos políticos para comprender la densidad y potencia erosionante de esa acusación. Siempre consideró que ella era tan descabellada que se neutralizaba a sí misma y, de tan increíble, resultaba contraproducente para quienes la esgrimían. No tardó en comprender que esa actitud generaba inquietud inclusive en buena parte de su propia base electoral que, con el paso de los días, ante la irresolución del caso y la pasividad argumentativa oficial, se sentía crecientemente inerme frente al activismo de los acusadores.
Es cierto: las encuestas no reflejaban motivos acuciantes para la alarma. El tema Maldonado constituìa un hecho incómodo pero no un asunto que determinara cambios de adhesión. Las opiniones favorables sobre el gobierno no decrecían, sino que se incrementaban pese a que la investigación sobre el desaparecido y las circunstancias que rodeaban el suceso continuaban sin dar frutos.
En el seno del oficialismo, en paralelo con la inquietud que fueron creando varias incoherencias de la narración de los gendarmes, se manejaba una tesis que la incontinencia de Elisa Carrió aireó sin prudencia: Maldonado estaba oculto, había pasado a Chile con ayuda de los grupos mapuches radicalizados. “Hay un 20 por ciento de probabilidades”, asignó Carrió.
La jefa de la Coalición Cívica no sigue las instrucciones de discreción de Jaime Durán Barba pero, socia prominente del oficialismo como ella es, sus desbarres verbales también aportan al conjunto de Cambiemos, del mismo modo que sus filípicas y absoluciones morales. En este caso, y a la luz de la aparición del cuerpo en el Río Chubut, aquel diagnóstico y los comentarios pretendidamente graciosos sobre el hallazgo que lanzó en un programa de cable incrementaron la reputación de insensibilidad que rodea a la (para decirlo con los términos nada complacientes de la oposición) “coalición de la ceocracia”. Razonablemente, el oficialismo le clausuró el micrófono a la señora Carrió hasta que pase la elección: que ella pierda votos en la Capital no es dramático, ya que tiene una ventaja amplia sobre sus seguidores. Pero sus dichos pueden dañar al oficialismo en la provincia de Buenos Aires, donde la ventaja es más estrecha.
Pese a esos hechos y a la intensa campaña de sospechas y desinformación que el kirchnerismo desplegó en las redes sociales, el caso Maldonado no es el cisne negro que ese sector anhelaba. Es, en cambio, una interpelación al conjunto de las fuerzas políticas. Cuando se conoció la desaparición señalamos en esta columna: “Conviene no juzgar el caso Maldonado ni exclusiva ni centralmente por el uso político-electoral que se le está dando. Hay dimensiones más trascendentes para analizarlo. Está el ángulo de la inseguridad y de las dificultades que afronta el Estado para garantizar desde la vida de las personas al orden público, así como para investigar y resolver delitos o siniestros. La suerte de individuos, familias, aviones o mercancías puede convertirse durante plazos indefinidos en un agujero negro inescrutable.” Ese plano requiere un esfuerzo de conjunto, institucional: porque se trata de recuperar la capacidad de acción del Estado, la confianza de la sociedad en su autoridad y en los procedimientos de sus agentes civiles y uniformados. Es un plano esencial para el cambio que proclama el oficialismo. Y para encararlo es imprescindible afrontar los acuerdos de Estado de los que habla menos.