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Borgen, la política y la comunicación en Argentina

La serie dinamarquesa caló hondo en el ámbito político. La comunicación, primera justificación a la hora de diagnosticar los problemas.

La serie dinamarquesa caló en el ámbito político argentino y, entre las tantas comparaciones y reflexiones que pueda despertar, hay una que vale la pena ser profundizada para quienes nos dedicamos a la comunicación política.

A lo largo de las tres temporadas, no hay un solo episodio donde haya surgido una frase que por estos lares se repite al unísono: “Es un problema de comunicación”. Ni siquiera hay alusiones a esa afirmación que acá, de tanto decirse, es merecedora de análisis, teoría y explicaciones. Sea en despachos, oficinas legislativas, o reuniones de gabinetes, se oye “hay un problema de comunicación” o su variante “falta comunicación” como justificación o explicación a casi todos los problemas que aquejan a la política. Las complicaciones políticas o de gestión suelen simplificarse reduciéndolas al campo comunicacional, pero, ¿por qué? Algunas ideas:

1- El político: en la mente de las personas que toman decisiones, entiendan o no de comunicación, desligar funciones en un área que generalmente está integrada por profesionales que, como tales, cuentan con competencias y expertice para aplicar, las exculpa. Funciona como un desahogo psicológico, un chivo expiatorio. “Falló la comunicación”. Por ende, los equipos de comunicación, además de saber manejar las tareas específicas por las que fueron contratados, deben saberse actores involuntarios de decisiones -desacertadas- ajenas, de las cuales, probablemente, no hayan participado de su gestación.

2- El marketing: el campo de la comunicación política se amplificó a causa de su hiperprofesionalización. Eso provocó, necesariamente, que cobraran vigor las diversas tareas que orbitan alrededor de la disciplina y, a la vez, como causa pero, sobre todo, como consecuencia de ello, su relevancia y alcance se sobredimensionó, reflejándose principalmente en la sobreoferta de profesionales y pseudos profesionales, egresados y egresadas de ofertas ampulosas de títulos rimbombantes que, salvo excepciones, carecen de integridad académica y formativa.

3- Lo técnico: como consecuencia de lo anterior y el “cómo construir un candidato o una candidata en diez pasos”, se creó el aura de que la comunicación política es una sumatoria de tecnicismos específicos ajenos a la política; la comunicación política como un martillo suelto y no como parte de una obra política integrada a la gestión para brindar su mirada estratégica y aportar a la edificación de legitimidad.

4- La distorsión: manipulación de un lado, autosuficiencia del otro. Al interior de la disciplina se reflejan dos posturas tan antagónicas como erráticas:

– El prestidigitador: la falsa ilusión de que el comunicador político es un titiritero que maneja las piolas y dirige la opinión pública a su voluntad; una mirada “goebbeliana” de la comunicación política.

– El político autárquico: rechaza toda ayuda profesional porque, a diferencia de lo anterior, donde se delegan posturas cuasi sobrenaturales en la comunicación política, sólo él sabe o entiende lo que hay que hacer. Esta mirada también puede coexistir con un sesgo prejuicioso sobre la disciplina asociándola a prácticas desideologizadas y kitsch.

5- Lo trivial: al igual que en el fútbol, todas las personas se sienten capacitadas para opinar sobre comunicación. En parte, se debe a que su objeto de estudio es esencialmente heterogéneo y, al no haber certezas inmaculadas, se crea una falsa insustancialidad a su alrededor. Esto lo vuelve una ciencia compleja para miradas simplistas, lo que erróneamente da lugar a creencia de saberes vacíos que toman forma bajo frases como “acá quedaría bien”, “suena mejor”, “yo pondría/diría”. Ergo, la disciplina necesita invertir enormes esfuerzos explicativos, persuasivos y demostrativos que satisfagan el sentido común de los suboficios del mundo político basados en simples lógicas deductivas como que el sol gira alrededor de la tierra.

6- El periodismo: la actividad periodística contribuye a la mitificación al emplear adjetivos ostentosos, como gurú, experto o estratega, a quienes asesoramos en comunicación política. No se advierte que formamos parte de equipos y, si bien es cierto que tenemos roles con cierto grado de protagonismo, no somos los padres ni las madres de las victorias electorales, como tampoco de las derrotas.

Escasean quienes advierten que la comunicación política funciona como una orquesta donde todos, funcionarios y técnicos, aportan a la construcción de la pieza musical y que una nota a destiempo o una desafinación basta para atrofiar la melodía que se viene componiendo, siendo responsabilidad exclusiva del director musical la elección de los músicos, la libertad y, sobre todo, la confianza para que ejecuten su interpretación.

En Borgen, vemos que la política es La protagonista y Brigitte Nyborg es la encargada de resolver los conflictos y las tensiones que se generan en el poder. La comunicación, encarnada en la figura de Kasper primero y de Katrine después, es parte intrínseca de todo el proceso político.

No existe el “primero hago la política y luego la comunico”, sino que la mirada comunicacional está involucrada naturalmente en el corazón de la toma de decisiones, adquiriendo de primera mano la información necesaria, insumo elemental para el diseño estratégico y táctico. Eso no evita equivocaciones propias, que también las hay en la serie, pero, al ser parte habitual del entramado, la construcción del qué, cómo, cuándo, a quién y por qué comunicar lleva a reducir notablemente los márgenes de error. Así, la comunicación está más cerca de colmar las expectativas políticas e ilusorias que se despositan en ella.

Por Martín Ostolaza y Guillermo Variego – Letra P