Chubut Para Todos

Alberto, Cristina y los traumas profundos de la unidad

Causas y efectos de la derrota que provocó el estallido del FdT. Lo que nadie vio, recuerdos de liga federal y la militancia esperando que la llamen.

Conocedor del peronismo, el consultor Juan Courel fue uno de los primeros que lo marcó, pocas horas después de la derrota aplastante del Frente de Todos y como parte de una serie de 10 conclusiones: “La unidad no era un fin en sí mismo, sino un medio”. La novela de las renuncias en el gabinete, la tensión manifiesta entre Alberto Fernández Cristina Fernández de Kirchner, la discusión en las segundas líneas y los alineamientos de gobernadores, sindicalistas y movimientos sociales no hicieron más que confirmarlo.

Pese a que las diferencias se manifestaron en reiteradas oportunidades, la confusión en torno a que la unidad del peronismo era invencible dominó a la jefatura del oficialismo durante los primeros dos años de gestión y el test electoral provocó un cataclismo que despabiló incluso a las almas más cándidas y bienintencionadas. La unidad era producto del amor y del espanto, tal la definición de Felipe Solá, y solo podía prolongarse en el tiempo sin fisuras si era refrendada en las urnas.

Aunque nadie lo planteó de esa manera, el Frente de Todos era un frente para la victoria y no estaba preparado para esta derrota. Para ganar, el oficialismo debía resolver los problemas de la población en un cuadro que combinaba el deterioro crónico con un continente de millones de pobres que siguió en expansión como producto del aumento de los precios y de una asistencia insuficiente. No servía seguir denunciando a la oposición y conformarse con los esfuerzos que se habían hecho para afrontar la peor pandemia del último siglo.

Las anteojeras del Frente

Enfrentados entre 2013 y 2019, el peronismo no kirchnerista y el kirchnerismo salieron de la prueba de las PASO hermanados en el fracaso y, sin embargo, divididos. Perdieron todos y todos asignaron la derrota a las fallas del otro.

La reacción del Presidente fue retomar la campaña con la consigna de haber escuchado, la de su vice reclamar -una vez más- cambios urgentes en el gabinete pero ya no sólo a través de cartas o discursos sino a través de un movimiento intempestivo que pareció, más que un respaldo, un ultimátum. Cuestionada por las formas, Cristina volvió a mostrar su insatisfacción con un esquema de poder que ella misma diseñó sin consultar a nadie, pero también su impotencia, en un marco en el que el kirchnerismo vuelve a ver con preocupación la posibilidad de perder el poder antes de tiempo y regresar a la escena amarga que le tocó vivir entre 2016 y 2018, cuando había quedado en los márgenes del sistema político. Ahora Fernández tiene la definición en sus manos.

Sin embargo, la crisis de los días que se encadenaron después del domingo de las PASO dejó una serie de conclusiones arriba de la mesa. La primera es que la posibilidad de una derrota no se quiso ver, pese a que todos los indicadores sociales alertaban sobre un mapa de lo más complejo.

Emmanuel Alvarez Agis, el consultor que el Presidente mencionó este viernes en su respuesta en El Destape a las críticas de Cristina, estuvo entre quienes advirtió que el Gobierno iba a los comicios con el peor escenario económico de las últimas seis elecciones. Titulado “Les hablé con el corazón y me respondieron con el bolsillo”, el informe del 19 de agosto pasado mostraba que la actividad económica, el salario real, el consumo y el empleo conformaban un cuadro que sólo podía presagiar un mal resultado para el Frente de Todos. Todas las consultoras e incluso los informes de los centros de estudios sindicales coincidían. El manejo de la pandemia, el vacunatorio VIP y las imágenes de Olivos también vaticinaban problemas para el oficialismo. Se creyó que la vacunación lo podía todo o no se quiso ver.

Nostalgias de una liga

Desatada la crisis entre el Presidente y su vice, aparece otra pregunta: ¿cuál es el principal sostén del gobierno de Alberto Fernández? Para el cristinismo, que se mordió la lengua durante un año y medio para dosificar sus críticas al Presidente, la respuesta es sencilla: la vicepresidenta, La Cámpora y Sergio Massa, hoy muy disminuido en su caudal electoral. Para el albertismo nonato, la fuerza heterogénea que Alberto no quiso vertebrar, son el sindicalismo de la CGT, los gobernadores y las organizaciones sociales abiertamente referenciadas en el Presidente, como el Movimiento Evita. Salta a la vista un silencio que aturde: el de los gobernadores del PJ, que están refugiados en sus provincias, ausentes de la escena nacional y en busca de provincializar sus campañas, casi como si el peronismo estuviera todavía en la oposición.

Producto de la lógica kirchnerista, de un cambio generacional o de las falencias de los mandatarios provinciales, lo cierto es que los gobernadores deberían haber sido parte decisiva para resolver la crisis entre el Presidente y su vice. En otro momento, hubieran estado todos reunidos en Buenos Aires con el objetivo de hacer oír su palabra y aprovechar el momento para sacar al Frente de Todos de la endogamia del AMBA. No sucedió. Los únicos dos que aparecieron por la Casa Rosada y se mencionan para el nuevo gabinete, Juan Manzur y Sergio Uñac, lo hicieron a pedido del Presidente.

Es fuerte el contraste con la historia del peronismo desde el regreso de la democracia. Con un liderazgo fuerte como el de Carlos Menem, los gobernadores jugaron un rol destacado durante la segunda parte de la década del noventa y gastaron los sillones del Consejo Federal de Inversiones. Eduardo Duhalde (Buenos Aires), Néstor Kirchner (Santa Cruz), Jorge Busti (Entre Ríos), Rubén Marin (La Pampa), Jorge Obeid (Santa Fe), Arturo Lafalla (Mendoza) y Adolfo Rodriguez Saa (San Luis) fueron algunos de los protagonistas de esa saga que fue de lo más taquillera en los días traumáticos de 2001.

Esa presencia nacional de los gobernadores se estiró durante la presidencia de Duhalde y dejó ver sus últimos estertores durante los meses del conflicto con el campo en 2008. Si bajo los gobiernos de Cristina desde las provincias sólo se hacía oír un murmullo de disconformidad, durante el mandato de Mauricio Macri los jóvenes mandatarios del PJ venían seguido a Buenos Aires y parecían bastante a gusto como opositores amables del PRO. Eran los viejos los que se quejaban. En estos días calientes, la liga de gobernadores del peronismo vuelve a revelarse inexistente como voz autónoma. Ya no se puede seguir culpando a la pandemia.

La militancia como espectadora

Si bien las diferencias atraviesan el Frente de Todos de arriba a abajo desde el minuto cero, el choque en lo más alto entre los Fernández evidenció que sobreactuar la unidad y minimizar las discrepancias tiene patas cortas. Tal vez más importante, el show de las renuncias volvió a mostrar a la militancia y a la base electoral del oficialismo como espectadoras de una escena en la que no tienen ningún tipo de participación. Todo sucede en la cúpula. Tampoco en esto se puede culpar a la pandemia, como se hizo durante todo 2020 con mayores argumentos.

En 2021, el Gobierno decidió avanzar con el fin de las restricciones sin ayudas complementarias y con un costo social y sanitario formidable: Argentina puede llegar a triplicar este año la cifra de muertos que tuvo en 2020 (43.245). Sin embargo, las movilizaciones que se hicieron desde el Frente de Todos, como las de los movimientos sociales oficialistas el pasado 7 de agosto, suelen enarbolar una serie de reclamos, justificados, al Gobierno. Nacido después del estallido de 2001, el viejo kirchnerismo se caracterizó siempre por convocar a su militancia detrás de sus propias consignas, más o menos importantes. Así llegó a su fin, en diciembre de 2015. Nunca faltaba un motivo, siempre había un objetivo de corto plazo.

Con Alberto Fernández, ese rasgo también quedó en el olvido, pese a que existen razones taquilleras para respaldar al Gobierno en la calle: sin ir más lejos en su pulseada contra el Fondo, que hoy se restringe a los escritorios y a los contactos vía Webex (Kristalina Georgieva desconfía de Zoom). Puede argumentarse que se trata de un estilo diferente, propio del profesor de Derecho Penal de la UBA, que pretende un peronismo con menos movilizaciones. De hecho, el Presidente acaba de vetar la marcha que el Movimiento Evita había convocado en defensa del jefe de Estado (y en contra de la ofensiva de Cristina). Puede ser. Más preocupante sería otra cosa en la que se prefiere no reparar: a casi dos años de mandato, el gobierno de Fernández todavía no enarboló una sola consigna para convocar a su militancia. Todavía no señaló un solo objetivo para convocar a los suyos a pelear.

Por Diego Genoud – Letra P