A días de unas elecciones con poca artillería entre los rivales, analistas explican por qué los uruguayos evitan los cambios políticos bruscos. “Por eso no hemos tenido un Milei, un Bolsonaro o un Bukele”, dice experto.
El 24 de noviembre se realizará en Uruguay la segunda vuelta de las presidenciales, donde el oficialista Álvaro Delgado (Coalición Republicana) se verá las caras con el frenteamplista Yamandú Orsi.
Las encuestas hablan de un empate técnico, que ni siquiera el debate del pasado 17 de noviembre pudo romper. Se enfrentan dos partidos políticos opuestos, aunque en la realidad las propuestas que ofrecen distan de ser confrontaciones ideológicas de gran calado. La pelea parece estar más bien en los detalles.
“Efectivamente, es una elección de matices”, dice a DW el consultor político Federico Irazábal. “Hay un parecido cada vez mayor entre las propuestas y eso hace que no se puedan aventurar grandes cambios. Es cierto que tienen diferencias, pero estas no implican modificaciones muy importantes”, añade el experto. Todo tiene que ver, apunta, con la estabilidad política del país, y con la necesidad de los ciudadanos de aferrarse a certezas que, de momento, han dado resultados.
Uruguay suele estar en la parte alta de las clasificaciones latinoamericanas en temas como ingresos per cápita, índice de calidad de la democracia, transparencia, calidad de vida, felicidad e incluso en otros menos resonantes como el de derechos de propiedad. “En Uruguay hay una tradición gradualista, todo se hace con suma cautela, de a poco, y eso nos ha permitido mantener una estabilidad democrática y como sociedad que, considero yo, es ejemplar”, señala Irazábal.
Campaña de poca vibración
“La campaña tiene poca vibración, porque el país anda muy bien”, dice a DW Conrado Hughes, académico y exdirector de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto durante el Gobierno de Luis Alberto Lacalle, quien atribuye ese mérito al actual Gobierno, pero, sobre todo, a “la estabilidad del sistema de instituciones del Uruguay”.
Hughes estima que, en este escenario, “no hay nadie que quiera hacer grandes cambios”, y menciona el ejemplo del plebiscito para reformar el sistema de pensiones, donde la gente rechazó la idea de bajar la edad de jubilación, aumentar las pensiones a 550 dólares y eliminar las administradoras de fondos.
De todo esto se desprende como lógico que las elecciones uruguayas sean vistas, desde el resto del planeta, como un desafío carente de grandes emociones.
“Las elecciones uruguayas son aburridas porque nadie busca romper esquemas ni se abandera con cambios bruscos, y afortunadamente por eso no hemos tenido un Javier Milei, un Jair Bolsonaro o un Nayib Bukele”, apunta Irazábal, para quien la fuerza del sistema de partidos es un activo de gran valor.
“En Uruguay, quien intente una aventura por fuera de los partidos políticos no será premiado por el electorado. Acá existe todavía una partidocracia muy fuerte, que hace que, para que uno pueda tener una visibilidad política y credibilidad, tiene que tener el respaldo de un partido. En otros países se juntan dos o tres personas, arman un partido y en dos días terminan metiéndose en una segunda vuelta y ganando las elecciones. En Uruguay no se ve eso, es probablemente uno de los rasgos más importantes de la estabilidad democrática del país”, añade el experto.
El carisma no se transfiere
Otro elemento llamativo de las elecciones no tiene que ver con los candidatos, sino con el presidente que se va. Luis Lacalle Pou no pudo presentarse a la reelección -la Constitución lo prohíbe-, pero podría regresar en 2030.
Su popularidad, que supera el 50 por ciento, es un fenómeno raro en una región donde los mandatarios suelen estar muy por debajo de esa cifra cuando de apoyos ciudadanos se trata. Lo curioso es que esa popularidad de Lacalle Pou no permea a su candidato, que en la primera vuelta apenas superó el 26 por ciento de las preferencias.
“En Uruguay no hay patrimonio político, hay popularidad y gestión, y si el candidato no tiene los atributos carismáticos de Lacalle, no se los pueden transferir”, estima Hughes.
“Hay personas que votan por el Frente Amplio y que evalúan positivamente la gestión de Lacalle”, añade Irazábal. “Es un fenómeno que parece inexplicable, es una popularidad bastante alta para un mandatario que está terminando su período”, agrega.
¿Y qué desafíos deberá enfrentar quien gane las elecciones? Irazábal toma la palabra: “Uno es la gobernabilidad, porque ninguno tiene mayoría en la Cámara de Diputados. Otro es la seguridad, especialmente el problema del narcotráfico. Y finalmente ahí está el gran tema, que es si van a aumentar los impuestos”.
Hughes agrega otros elementos: “Tenemos el problema de la educación, con una mala tasa de egreso de secundaria, y la pobreza infantil, que llega al 18 por ciento en menores de 15 años”. El académico aprovecha para mencionar que el debate presidencial fue aburrido, y tiene una explicación para ello: “Los uruguayos somos moderados. Eso es una virtud, quién podría dudarlo”.
Por Diego Zúñiga DW