Chubut Para Todos

Tarifas: una opción entre lo desastroso y lo desagradable Por Jorge Raventos

Hoy ya forma parte de la sabiduría convencional la idea de que los aumentos de tarifas (electricidad, gas, agua) eran insoslayables…pero que han sido mal ejecutados.

Nadie duda de que el gobierno anterior dejó una herencia horrenda: alto consumo cebado por  el atraso de los precios y sostenido por subsidios a la larga insostenibles, ínfima inversión, pésimo mantenimiento (impulsado casi exclusivamente por situaciones críticas) y un balance en el que el país pasó de la condición de exportador a la de importador de energía, con el consiguiente dispendio de divisas.

Las  condiciones de esta herencia eran bien conocidas antes de las elecciones. El colectivo de los ex secretarios de Energía (un conjunto multicolor, formado por técnicos y políticos de  distintas tendencias) venía documentando anticipada y minuciosamente la situación y proponiendo caminos para remediarla, en un ejemplo elocuente de que las coincidencias no son una quimera.

Aunque no convocó a ninguno de esos técnicos (pese a que entre ellos había simpatizantes de Cambiemos), el gobierno  dice apoyarse en aquellos trazos. El problema reside en que el paso de los grandes lineamientos a la puesta en práctica requiere su propio arte.

Si el objetivo es  llegar a precios que garanticen sustentabilidad genuina, inversiones y crecimiento y avanzar hacia una cultura de ahorro y consumo responsable, es evidente que las mediaciones no se dirimen por la vía fría de modificar un  algoritmo.  Hay que involucrar a muchos actores, hay que  escuchar a muchos interesados, hay que comunicar adecuadamente. Resumiendo: hay que hacer política como sostén de la buena gestión.

Los zigzagueos y traspiés del gobierno tienen que ver con defectos políticos. Hubo –digamos- una previsión imperfecta de los efectos sociales de la actualización tarifaria y, sobre todo, una notoria falta de coordinación entre áreas de gobierno involucradas, algunas de las cuales sólo pudieron reaccionar a posteriori, con parches.

El economista norteamericano John Kenneth Galbraith decía que  “la política es el arte de elegir entre lo desastroso y lo desagradable”. Parece claro que, en relación con las tarifas, lo malo no es haber optado por lo desagradable para salir de lo desastroso,  sino haber desgastado esa opción  por  intentarla reiteradamente de modo chapucero. Algunos escritorios  son lugares peligrosos para mirar el mundo desde ellos.

El desgaste termina llevando al gobierno a comprometer parte del ahorro fiscal que esperaba y prometía, a alimentar la interpretación que pone al  macrismo en el lugar de la insensibilidad social y a generar la impresión de que  sólo cede en esa actitud si es obligado por las presiones y las circunstancias. Último, pero no menos importante, cuestiona un valor que se le asignaba sin demasiada discusión al macrismo: el de poseedor deknow how y capacidad para la gestión eficiente. No parece buen negocio cambiar esa valoración por la de ser gente afable que ensaya y corrige sobre la marcha y “es capaz de reconocer sus errores”.

En fin: ¿por qué termina siendo el Presidente el pararrayos de esos errores, por qué es él el que debe “zapatear en patas”? Se dice que el gobierno prefirió tener muchos ministros de área específica a tener un ministro de Economía fuerte. Habría que ver si no  es más  económico tener una o varias figuras fuertes en el gabinete, capaces de  absorber con envergadura estas situaciones críticas, como lo hace el ministro de Interior, por caso, cuando hay algún cortocircuito con los gobernadores (o para evitar que los haya), preservando la autoridad presidencial.

Ya iniciado el segundo semestre, con los pronósticos económicos  en recálculo  y los plazos previstos en estado de postergación, no conviene  derrochar capital político. Aquí también es preferible el consumo responsable.

El presidente francés, Francois Hollande, soporta estos días una tormenta político-mediática a raíz de su peluquero personal, que mantiene con un contrato laboral del Estado por casi 10.000 euros al mes. La prensa afirma que el incidente puede costarle la reelección.

Hasta en una Europa atravesada por el huracán de la antipolítica y las tendencias centrífugas, los episodios banales  pueden tener consecuencias.