Chubut Para Todos

Sole Jaimes: “Yo aprendí a jugar al fútbol en la calle y con los hombres”

La argentina que ya había ganado títulos con Boca y tiene de ídolo a Riquelme es una de las estrellas del fútbol femenino brasileño: hizo 18 goles en 20 partidos y fue campeona con Santos

 La puerta de entrada está bloqueada. Un alambre le pone seguridad a la cerradura. Un angosto pasillo, con una ligustrina que delimita la propiedad con el vecino, es el camino que hay que recorrer para poder ingresar a la casa de los Jaimes. El esfuerzo y la lucha ha sido una constante en la vida de Soledad. Pelearla de abajo, de muy abajo, es su única receta para poder triunfar. Doña Aurora, desde un costado, observa con orgullo como se divierten sus hijos. Como pocas veces sucede, la familia está completa. El mate dulce pasa de una mano a otra. Las sonrisas ahora son parte de los Jaimes. Pero no siempre fue así. Cuando Sole tenía tan sólo un año, su vida pendió de un hilo: “La agarró una meningitis y, después de varios días de estar internada, tuvo una diarrea virósica” explica Doña Aurora. Y agrega “Me acuerdo que unas monjitas me regalaron una estampita de la Virgen Ludovica y me dijeron que rece mucho porque iba a ser difícil que se recupere”. Su esposo ya no estaba. Se encontraba sola en Buenos Aires. No tenía a quien recurrir. Para completar el cuadro, otro de sus hijos debió ser hospitalizado porque se le había volcado agua hirviendo en un brazo. “Estaban los dos en la misma habitación, separados por una cortina”, cuenta Aurora sin levantar la voz y con la estampita de la Virgen Ludovica que aún conserva y a quien le agradece por haber salvado a sus hijos.

En medio de la ronda de mates se la ve tan feliz a Soledad que ella misma se encarga de cebarlos y convidar con tortas negras y facturas. En el ambiente que sirve de cocina, living y comedor, los palos de leña bien encendidos sirven para calentar el hogar. Un foco que cuelga del techo brinda una luz tenue y en las paredes las fotos de Sole como futbolista dominan la escena. Una al lado de la otra, como un prócer. Para ellos, los Jaimes, Sole lo es. Una prócer vestida de futbolista, como a ella más le gusta verse.

“Una vez al año puedo volver a Nogoyá, extraño mucho a mi familia” cuenta Sole que, con 28 años, ha logrado su máximo esplendor como futbolista: “Cada logro tiene un valor y un significado enormes. Hace 13 años que no estoy en mi casa”. Mientras le cambia la yerba al mate, Sole hace una pausa y mira a su madre. Sabe que mucho le debe a ella. No por el presente, sino por cómo moldeó su pasado, tanto fuera como dentro de la cancha. Tan presente tiene a su familia que los nombres de sus hermanos, sobrinos y primos están tatuados en sus brazos. De esta manera, la acompañan, empujan y hasta juegan cada partido con ella.

Soledad Jaimes hace tres años pasó de Boca (donde se cansó de ganar títulos a nivel local) al fútbol brasileño. Por eso no sorprende escucharla con más palabras en portugués que en castellano: “Tengo que pensar mucho antes de hablar porque lo primero que me sale es el portugués. No hablo con nadie en castellano durante todo el año y por eso se me pegó tanto el idioma”.

Los baldios de Nogoyá fueron los lugares donde forjó su carácter, desde los 10 años. Ahí en la calle y jugando con los hombres comenzó a darse cuenta de que sus deseos no pasaban por vestir muñecas, sino por patear una pelota. “Nosotros, de ignorantes que éramos, la echábamos cuando caía a jugar al fútbol”, afirma Pedro, uno de sus hermanos. Perseverante, Sole huía y al ratito volvía. Insistía “de testaruda que es”, recuerda. Quería jugar y nada le importaba más que eso. “Cuando se pone algo en la cabeza, lo logra. Es nuestro orgullo” la define Pedro, que practica boxeo y fue entrenado por el gran Amilcar Brusa. “Como es alto y zurdo, don Brusa le decía que iba a seguir los pasos de Carlos Monzón” acota Sole, quien también practicó boxeo y -según sus hermanos- era muy buena con los guantes.

“Siempre jugué con los muchachos en la calle. Yo aprendí a jugar al fútbol en la calle y con los hombres. No porque no me gustara ir con las chicas, sino porque ellas no querían saber nada con el fútbol directamente” apunta Sole, que recién dejó de jugar con los varones cuando se fue a Boca. Su estilo en los potreros era veloz y picante, incluso sin botines, como Dios la trajo al mundo. Es que Sole tenía un solo par de zapatillas que le daban en la escuela y no se podía dar el lujo de romperlas.

Jugar en el exterior

Lo primero que notó al emigrar a Brasil fue la diferencia sustancial entre un fútbol y otro: “Argentina no le da mucha importancia, lamentablemente. Incluso la selección nacional femenina casi no tiene apoyo. Los campeonatos son muy débiles”, analiza con crudeza. Y agrega: “La diferencia es que en Brasil la preparación física es muy grande. Las mujeres que se destacan lo hacen por el amor y la garra. Yo, con todas las cosas que viví, los golpes y las patadas no me hacen nada”. Tan rudo y ásperos son los partidos que en la reciente final le arrancaron una uña de un pisotón y Sole, acostumbrada a los partidos con los hombres en Nogoyá, siguió jugando como si nada. Las anécdotas no paran. Los recuerdos de la infancia hacen que Sole no pueda borrar la sonrisa de su cara. “Cuando se venían las inundaciones, salíamos a cazar ranas, acá en el fondo de casa. También criábamos lechones y terneros para que no falte la comida”, cuenta Hugo, otro de sus hermanos que también es boxeador y, según Soledad, con el que más apegado estuvo durante la infancia.

Los vecinos del barrio entran a la casa para poder ver a la estrella campeona en Brasil. En el barrio saben la verdad: la vieron jugando en la calle y le propusieron ir a Boca. Corría 2004 y ella tenía 15 años. Viajó cargada de ilusiones y cuando llegó le dijeron que no había pruebas. Uno de sus hermanos que vivía en Buenos Aires le ordenó no bajar los brazos. Agarró una guía telefónica y se puso a llamar a todos los números del club que encontraba, hasta que consiguió que la probaran. Después de unas semanas en La Ribera, fue convocada para el seleccionado argentino Sub 20. “En Boca, a nivel local, éramos muy superiores. Ganábamos todos los campeonatos. Pero a nivel internacional nos costaba. Cada vez que jugábamos la Copa Libertadores yo me daba cuenta la diferencia con las brasileñas. Por eso cuando me vinieron a buscar no lo dudé ni un instante. Yo siempre quiero progresar” describe la admiradora de Riquelme .

Foz de Iguazú fue su trampolín para comenzar a dejar su huella en Brasil. San Pablo, donde obtuvo un sub campeonato, fue su segunda estación hasta llegar al mítico Santos, que la vio consagrarse como goleadora y mejor delantera del torneo Paulista en 2016: “Que todos los técnicos de los distintos equipos y jugadoras me eligieran como la mejor delantera me llenó de orgullo. Sobre todo en Brasil, de donde han salido grandísimas jugadoras. Ese premio me hizo dar cuenta todo lo que me valoran y respetan allá”, explica. Lo que vivió fue tan movilizante como jugar una final a estadio lleno y que coreen su nombre. “No es fácil. Allá (por Brasil) siempre seré argentina y eso es muy fuerte aún”.

Jaimes tiene contrato en Santos hasta diciembre. “Uno, como deportista, quiere lo mejor económica y futbolísticamente. En Santos tengo todo eso”, dice Sole, que sabe que su presente está firme en la búsqueda del Torneo Paulista, pero las prepotentes ofertas de la liga China siguen ahí, latentes. Por ahora seguirá en Brasil. Pero Soledad, o la chica 10, por su forma de jugar y de vivir, se auto demostró que para ella no existen los imposibles.

Por Gonzalo Cornago – La Nación