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María Eugenia Bielsa, de peronista sin papeles a arquitecta de la pospandemia

Una madrugada, su padre se despertó, la encontró junto a sus compañeros de facultad entre las maquetas y los planos de la carrera de Arquitectura y le lanzó una dosis de humor agrio al pasar: “¡Para qué estudiás esto! ¡Vos tenés que ser contadora!”. A María Eugenia Bielsa la gastada paterna lejos de desalentarla, la envalentonó. Y es curioso: fue en esa casa que construyeron sus padres en Moreno y Dorrego, en Rosario, que la ministra de Desarrollo Territorial y Hábitat confirmó su vocación. Ahí percibió por primera vez que con ladrillos también se edifican las cuestiones simbólicas.

Contrarreloj, trabaja para activar una de las llaves con las que el Gobierno apuesta a encender la economía de la pospandemia: la nueva etapa del Plan Procrear que se complementará con el Plan Nacional de Suelos. Su otra misión es casi ontológica, va al corazón del proyecto: el país tiene un déficit habitacional de 3 millones de viviendas.

Los hermanos pelotean a diario en un grupo de WhatsApp. María Eugenia es la menor de la matriz Bielsa: los tres se destacan, incomodan, son sanguíneos, algo imprevisibles. Rafael es el ex canciller de Néstor Kirchner y ex diputado, y Marcelo, el entrenador que llevó al Leeds a la Premier League y ex de la Selección. Los dos coinciden en que la virtuosa de la familia es ella.

A mediados de los ochenta empezó a enseñar en la Facultad de Arquitectura de la UNR, el histórico “Taller Bielsa” que dejará pronto para dar lugar a la renovación. Se define “peronista y arquitecta por vocación social” y cada peldaño de su carrera, como si fuera una coreografía, incluyó un pero, un hasta ahí. En 2003 y con 45 años, asumió como vicegobernadora acompañando a Jorge Obeid. Con ella en el Senado, las compras se licitaban, cada pago era contra factura; la tildaban de ingenua, de purista. En 2005, Kirchner le propuso encabezar la lista a diputados y desistió porque quería terminar el mandato; esa vez tampoco logró convencerla el entonces jefe de Gabinete, Alberto Fernández.

Fue concejal de Rosario y en 2011 ganó la interna de diputados del PJ con 300.000 votos -más que cualquiera de los candidatos a gobernador- y se convirtió en diputada provincial. En 2013, renunció a la banca. “Mis compañeros traicionaron al movimiento peronista”, pateó el tablero en referencia a quien lideraba el partido de la provincia, su actual compañero de Gabinete, Agustín Rossi. Dos años después, declinó la candidatura a gobernadora porque el armado que le ofrecía Cristina Kirchner incluía a los dirigentes que ella había acusado de ser cómplices del socialismo; se refugió en su estudio de arquitectura. En 2019, tras perder la interna con Omar Perotti por la gobernación, Alberto Fernández la convocó y esta vez, aceptó: fue una de las primeras confirmadas para el Gabinete.

Con los años, aprendió a convivir con las dos caras de su personalidad. Hipersensible, se emociona seguido, procura que el cargo no le obture la visión y busca sostener algo de la vida cotidiana. La cantina de medianoche: Historias de Tokio, de Netflix, le permitió por estos días evadir el aislamiento y viajar a Japón. Hiperdura, en la distancia corta prefiere la frontalidad brutal, las cosas ordenadas.

Pero hace pocos días, ante una nota de La Nación, coincidieron las dos caras de su personalidad: la parte sensible de María Eugenia detectó una palabra y la parte hiperdura redactó un descargo. El texto aseguraba que todavía no había logrado lucirse como ministra. “La cartera es nueva, pero yo no soy nueva en la actividad. Más allá de haberme `lucido poco´ la gestión pública es para servir y no para brillar. Sé hacia dónde debemos ir”, advirtió picante en una respuesta que fue una revoleada de currículum pero también un desglose de las cifras que prueban que el 39,6% del presupuesto ya está ejecutado.

Acepta que el partido fue generoso con ella, pero seguirá indocumentada. No afiliarse, insiste, es su último gesto de rebeldía: ni los valores ni la doctrina de Perón y Evita vienen con un papel. Como una reedición de las viejas batallas, la semana pasada vio pasar las aguas internas que agitan el Gabinete. Que es puntillosa, obsesiva, algo diletante; una suerte de crítica a la matriz Bielsa a la que ella responde tranquila. Se recuesta en las dieciocho horas que trabaja los siete días de la semana y en el reconocimiento que encuentra cuando ve al Presidente.

Por Ana Clara Pérez Cotton – El Canciller