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Los ultraortodoxos del CEMA al poder: piloto automático, endeudamiento externo y dolarización

Los más connotados asesores económicos del precandidato a la Presidencia Javier Milei, Roque Fernández y Carlos Rodríguez, con quienes recibió al FMI, no son nuevos actores. Ya pasaron por el Ministerio de Economía; es decir, tienen una historia, por cierto, no exitosa.

Con Roque Fernández y Carlos Rodríguez, fundadores del ultraortodoxo Centro de Estudios Macroeconómicos de Argentina (CEMA), al frente del Ministerio de Economía (6 de agosto de 1996-10 de diciembre de 1999) empezó una etapa de menos activismo reformista en materia económica, que el que había caracterizado a la época de Domingo Cavallo, conocida como “la era del piloto automático”. Esta situación se explicaba, en parte, por la diferente personalidad del ministro respecto a Cavallo, por su ideología, también, y porque el tiempo político determinaba que fuera el presidente Carlos Menem el que tuviera el protagonismo.

Fue Cavallo, ya como ex ministro, quien diría en marzo 1997: “Roque Fernández es como un piloto automático porque, como la economía está bien organizada y hay buenas reglas de juego, con tal de que él no cometa graves errores la economía va a andar bien” (1). Carlos Rodriguez, jefe de gabinete del ministro, le respondía que prefería estar con piloto automático, que implicaba que había buen tiempo, “antes de andar con el capitán histérico dentro de los pozos de aire, porque puede haber algunos que por evitar el piloto automático lo meten a uno en medio de las tormentas”.

También el consultor estrella de la city porteña y quien recibiera la oferta del presidente Menem para sustituir a Cavallo al frente del ministerio, Miguel Ángel Broda, afirmó el 17 de julio de 1998: “El presidente Menem ha cambiado la historia de la Argentina: mirado por sus logros económicos es, sin dudas, el mejor presidente de la historia. Pero ha dejado de hacer transformaciones a mediados del 94. Argentina vive de la herencia de lo que se logró entre el 91 y el 94. El próximo gobierno va a tener que hacer ajustes enseguida porque hace ya mucho tiempo que estamos en piloto automático o planeador”.

En 1998, el propio Fernández se defendía de las imputaciones de la falta de medidas para contrarrestar los efectos de la crisis financiera asiática, desatada a partir de la devaluación de la moneda tailandesa (2 de julio de 1997), y advertía que “salir a tomar un activismo en política fiscal, monetaria, comercial o tributaria es un gran error”, porque podría ser malinterpretado como un signo de debilidad. Reconocía que le gustaría poder actuar más en la “reducción del déficit fiscal y en el control del gasto público”, pero que era una tarea difícil porque “lamentablemente estamos en una democracia y existe un Congreso” (2). Estaba haciendo referencia a los tiempos que los cambios legislativos impositivos y fiscales requieren y a la posibilidad de implementarlos, pero la frase sonó de desapego a las instituciones que tanto habían costado conseguir.

Con la excepción de la crisis del tequila (1994-95), fue la conducción de Roque Fernández como ministro de Economía a la que le tocará enfrentar las sucesivas crisis internacionales que disparará la globalización financiera en los mercados emergente, en la segunda mitad de los 90: sudeste asiático (1997), Rusia (1988) y Brasil (1999). Todas ellas evidenciaban el riesgo que implicaba mantener abultados déficits de cuenta corriente externo financiados por ingresos de capitales financieros, el mismo al que estaba sometida la economía argentina. Era paradójico la solvencia que supuestamente mostró la convertibilidad con el hecho de que el tequila sería el comienzo de un período de crisis internacionales de los países emergentes y que cambiaría definitivamente las características del ingreso de capitales a nuestra economía, que explicaron el incremento de la deuda pública externa.

“A diferencia de lo observado antes de 1995, cuando los ingresos de capitales dirigidos al sector privado habían sido dominantes (a pesar de las privatizaciones), el año 1995 testimonió una importante salida neta de fondos privados, concentrada en el primer semestre. Por el contrario, los ingresos netos dirigidos al sector público fueron crecientes, como resultado del paquete de apoyo externo del FMI, lo que permitió el ejercicio de algunas acciones de política de carácter anticíclico. El cambio en la composición sectorial de los ingresos de capitales observado luego del tequila no se revirtió completamente con posterioridad. Los flujos netos de capitales captados por el sector público se mantuvieron por encima de los niveles anteriores a 1995, promediando alrededor de US$2.200 millones por trimestre entre 1995 y 2000.

Al mismo tiempo, los ingresos netos destinados al sector privado se mantuvieron en niveles deprimidos por un período bastante prolongado. Sólo en 1997-98 volvieron a superar a los flujos captados por el sector público, para contraerse una vez más luego de la crisis rusa, en 1998. De este modo, es claro que la segunda expansión económica de los años noventa, experimentada entre 1995 y 1998, fue –a diferencia de la primera– impulsada principalmente por ingresos de capitales dirigidos al sector público. Los ingresos privados jugaron un papel relativamente menos importante. En otras palabras, el crecimiento económico en la segunda mitad de los años noventa fue mucho más dependiente de la capacidad del sector público de acceder al crédito externo. El financiamiento internacional captado por los organismos oficiales fue importante no sólo para financiar el déficit fiscal, sino también para suministrar divisas requeridas por la economía“ (3).

A partir de 1999, luego de la devaluación de Brasil, hubo un sector importante del gobierno argentino que propició fuertemente la dolarización de la economía a partir de un acuerdo con la Reserva Federal de los Estados Unidos. Empujaban esta propuesta el Ministerio de Economía, el BCRA y la Secretaría de Planificación Estratégica de la Presidencia, que presentó un documento de posición oficial del Gobierno, “Fundamentos de la estrategia de dolarización y de un Tratado de Asociación Monetaria” (15 de abril de 1999). El economista argentino Guillermo Calvo testimonió ante una Subcomisión Conjunta del Congreso estadounidense planteando la conveniencia conjunta para Argentina y Estados Unidos de un acuerdo monetario que implicara un tratado de señoreaje compartido: los EE.UU ganarían US$150 millones por año y la Argentina constituiría un fondo de estabilización de US$10.000 millones (4).

En ese entonces, Cavallo, candidato a presidente para las elecciones de fines del año 1999, se oponía a esta idea y descalificaba a sus promotores en términos duros. Sin embargo, ante el final anunciado de la convertibilidad, a fines del año 2001, trataría de forzar la dolarización unilateral de la economía frente a la opción de la devaluación. Otra contradicción entre la teoría del Cavallo economista y la praxis del Cavallo ministro.

* El autor es director de Sistémica y autor del libro Más allá del liberalismo y el populismo. Una síntesis desarrollista para la Argentina (Sudamericana, 2023). El presente texto es parte de una historia económica que está escribiendo.

(1)  “Respuesta a Cavallo. Carlos Rodriguez prefiere ir con piloto automático”, Clarín, 6 de marzo de 1997.

(2) “Roque Fernandez está cansado de los agoreros”, La Nación, 27 de enero de 1998.

(3) Damill, M, Frenkel, R. y Rapetti, M. (2005), La deuda argentina: historia, default y reestructuración. CEDES, Buenos Aires.

(4) Rodríguez, Carlos (2000), Marco teórico para la política macroeconómica en países emergentes en Argentina en transición. La recesión 1998/2000. Temas Grupo Editorial. Buenos Aires.

Carlos Rodríguez, Domingo Cavallo y Roque Fernández, en una cena de la Universidad del CEMA en 2022

Por Federico Poli-elDiarioAr