Chubut Para Todos

Los primeros 100 días, entre el cambio y el anacronismo Por Jorge Raventos

Al cumplirse los cien días de la administración Macri, varias empresas que escrutan sistemáticamente el talante de la opinión pública han ofrecido resultados de sus estudios. Más allá de que en algunos de esos diagnósticos se pueda notar la intención de favorecer a este o aquel mecenas oficialista inflándole la nota positiva en su imagen pública, los trabajos coinciden en el trazo fundamental: la sociedad sigue apostando al cambio, califica bien muchas medidas oficiales (salida del cepo, transformación del clima político, búsqueda de solución con los holdouts, reinserción en el mundo), parece dispuesta a ampliar el crédito al gobierno (“hay que darle tiempo”) aunque se impacienta por la persistencia de la alta inflación y teme no sólo a la inseguridad sino por la suerte del empleo. El Presidente recibe un apoyo que supera los votos que obtuvo en noviembre (aunque esa simpatía ha caído un poco desde enero).

Introducción al capitalismo de amigos

Es un buen balance provisorio, pero nada para dormirse en los laureles: hay asignaturas a rendir, exigencias expresas y silenciosas a tomar en cuenta.

En su reciente visita a Buenos Aires, el prestigioso cientista social catalán Manuel Castells señaló que “en América Latina, la sociedad dejó de ser dependiente y plantea nuevas condiciones de renegociación del pacto , democrático”. Entre esas condiciones no están sólo las que tienen que ver con un reparto más ecuánime de los esfuerzos y los beneficios, sino también el reclamo de una vida pública más transparente, menos contaminada por los intereses particulares y la corrupción. En esa dimensión la opinión pública busca moverse con mayor autonomía y es acompañada de cerca (a veces desde atrás, a veces anticipándose) por los grandes medios de comunicación y las redes (el caso de Brasil en esta etapa es suficientemente ilustrativo). Y esos movimientos producen hechos en las instituciones.

Esta semana se conocieron las operaciones realizadas por un amigo del último gobierno (Cristóbal López) para crear su variopinto emporio empresarial privado con fondos públicos distraídos al fisco merced a la vista gorda y la colaboración activa de las autoridades. Las cifras que están sobre el tapete (entre 8.000 y 10.000 millones de pesos) son sorprendentes.

Más impresionantes han sido, sin embargo, los videos que muestran a un hijo y varios colaboradores de otro amigo próximo (y socio) de la familia Kirchner (Lázaro Báez) contando y enfardando millones de dólares en la sede de una financiera de Puerto Madero. La prensa ya había denunciado esas actividades como lavado de dinero. Las imágenes ilustran de un modo perturbador aquellos datos. Jueces que venían actuando con morosidad aceleraron el paso esta semana.

Opinión pública y corrupción

Si en un sentido estas fuertes evocaciones del “capitalismo de amigos” que imperaba durante el kirchnerismo actúan como contrafigura del actual gobierno y lo favorecen en la comparación, también lo comprometen: después de haber sido burlada por un régimen que se envolvía en sedicentes ideas progresistas y usaba al Estado como “amigo de los amigos”, la sociedad estará más vigilante con quienes proclaman la virtud para ahorrarse nuevas decepciones. También requerirá acción del gobierno para castigar a los corruptos. Más allá de lo que deban hacer los jueces, hay acciones que dependen del gobierno. Por ejemplo: presentar de una vez el proyecto que favorezca a los “arrepentidos” del delito político que colaboren con la Justicia, y el que facilite la recuperación por el Estado de los bienes mal habidos en casos de corrupción.

El propio electorado de Cambiemos exigirá esa conducta. Dentro de la coalición oficialista, la figura que más protagonismo asume en estos temas es Elisa Carrió, que siempre aspira a manejar el índex de las culpas y las absoluciones. La diputada está demandando castigos hacia atrás y alertando sobre procedimientos actuales que ella observa con recelo. Por ejemplo, las operaciones de Daniel Angelici en el terreno de la Justicia y el misterioso cambio de posición de la titular de la Oficina Anticorrupción -Laura Alonso, protegida del mismo Angelici-, quien renunció a exigir publicidad a los contratos de YPF con Chevron pese a la disposición de la Corte suprema en ese sentido.

La impaciencia no atañe sólo al tema inflación.

Alianzas y holdouts

En otros puntos las cosas andan mejor, claro. El gobierno ya logró media sanción de la norma que permitirá acordar con los fondos buitre. Pese a dificultades de último momento (un fallo de la Corte de Apelaciones de Nueva York que relativizó la tutela del juez Griesa sobre las negociaciones) y, admitiendo objeciones y mociones de sus aliados tácticos, el oficialismo consiguió estructurar en la Cámara de Diputados una mayoría rotunda que duplicó numéricamente al frente del rechazo, suma algebraica del cristinismo contumaz y la izquierda.

El oficialismo cree haberse apuntado varios tantos en este proceso.

En principio, considera que el debate tensó la cuerda en el seno del Frente para la Victoria y permitió que una cantidad de actores se desemblocaran. Calculan que, liberados de la fuerza gravitatoria del planeta Calafate, esos actores no tardarán demasiado en convertirse en satélites estables del oficialismo y ayudarán sistemáticamente a engrosar su número, aún insuficiente, en la Cámara baja.

Dato lateral: el propio kirchnerismo recalcitrante, registrando el aislamiento que sufre, se ve obligado a suavizar un tanto su discurso y a derivar hacia el centro, siguiendo de lejos la estela del peronismo ortodoxo.

Otro punto: algunos líderes de Cambiemos conjeturan que la desagregación del kirchnerismo parlamentario independiza relativamente al oficialismo del respaldo de los renovadores de Sergio Massa. En esta votación, por caso, el oficialismo podría haber alcanzado su objetivo aún sin los votos del bloque renovador (que, por otra parte, sufrió tres desobediencias: las de Felipe Solá, Facundo Moyano y el sindicalista Héctor Daer).

La impresión satisface a todos los socios de Cambiemos.

Los radicales (particularmente los bonaerenses) están resentidos por la suculenta cuota de poder que los renovadores obtuvieron del gobierno cuando éste se sentía en soledad. Les sentaría bien que la Casa Rosada sea menos concesiva con el massismo y amplíe la ración de los socios electorales directos.

La fuerza de la señora Carrió, de su lado, nunca disimuló demasiado su desconfianza por el tigrense. Y los estrategas del Pro no dudan de que Massa virará del apoyo crítico a la oposición en vísperas de los comicios del año próximo (y mucho antes aún si el gobierno pierde pie en la opinión pública). Alguna frase del Presidente deslizó esta semana un extracto de estas prevenciones.

Sin embargo, tomar la votación sobre los holdouts como una prueba de autonomía de vuelo de Cambiemos puede ser un espejismo aritmético. El peronismo disidente que esta vez acompañó al gobierno, sea el que está en el bloque justicialista que orienta Diego Bossio, sea el que siguió el consejo de sus gobernadores, sean algunos cani sciolti (como llaman los italianos a los emprendedores políticos individuales) todavía no puede garantizar una conducta medianamente pronosticable, por la sencilla razón de que no ha conseguido aún encontrar un eje de reemplazo de la anterior jefatura. Por ahora el peronismo disidente trata de improvisar corrales y alambradas para que la fuga del pasado inmediato no se transforme en estampida. Por ahora no puede, entonces, garantizar seguridad en sus movimientos.

Massa con sus renovadores, en cambio, ya tiene una personalidad más definida y ofrece un comportamiento más previsible. Puede inclusive calcularse que se convertirá en adversario, pero también que no se apartará de la “avenida del medio” que él mismo dibujó durante la campaña electoral y que le viene dando buenos réditos (las encuestas lo ubican en el podio de la buena imagen, junto a Macri y a María Eugenia Vidal.

Atravesada la etapa de Diputados, el gobierno se apresta a cruzar la aduana de la Cámara Alta, donde llegará con el respaldo de la abrumadora mayoría de los gobernadores peronistas. Es un salvoconducto importante, porque la mayoría de ellos ejercen influencia sobre los senadores de sus provincias. De todos modos, el gobierno debe cumplir con los acuerdos alcanzados. Las provincias (todas, pero sobre todo las más chicas, que no tienen muchas cartas de negociación) están más que dispuestas a colaborar en el arreglo con los holdouts, pero quieren que el gobierno central ofrezca pruebas de amor. Los puntos políticos que se ha adjudicado esta semana no absuelven al Ejecutivo de una búsqueda sostenida de alianzas.

Del Che Guevara a Raúl Castro

Entretanto, el oficialismo haría bien en trabajar una mayor homogeneidad de sus propias fuerzas, que muchas veces revelan, con sus palabras, que siguen fieles a viejos esquemas mentales y se resisten a revisarlos.

Un ejemplo sólo en apariencia trivial. El coordinador del bloque de diputados oficialistas, el radical cordobés Mario Negri, durante su discurso en la Cámara, quiso criticar al cristinismo con esta frase, que hizo carrera en las redes sociales: “Ustedes no son el Che Guevara, no lo son ni lo fueron nunca”.

Esas palabras traslucen, si bien se mira, una valoración alta de Guevara y el guevarismo. En esa frase, que los cristinistas no lo sean ni lo hayan sido (que sólo imaginen serlo) suena a imputación.

Se revela en ese detalle un rasgo del nexo ideológico que permitió al kirchnerismo encandilar con su relato a una amplia gama de sectores políticos. En el fondo hay un consenso político anacrónico que sobrevive incluso en esta transición de épocas y forma su magma con ideas y actitudes autárquicas y estatistas labradas en la primera mitad del siglo XX, se recubre o adquiere coloratura sincrética con tonos extraídos de sucesivos momentos y modas culturales, desde las admiraciones lejanas por las guerrillas a las conductas metrosexuales o las versiones tuertas de la ideología de los derechos humanos.

“Mejor que decir es hacer”, remarcaba Perón. Crea Negri lo que quiera creer, votó como votó, y esto es lo más importante.

Pero el decir también es un hacer. El cambio debería expresarse en un pensamiento nuevo y más homogéneo.

Desde algunos pasos más atrás de ese consenso anacrónico, se oyen voces que cuestionan la próxima visita del presidente de Estados Unidos o impugnan la posibilidad de que Obama visite ciertos ámbitos, como el Museo de la Memoria.

Son zonceras de manual, diría Arturo Jauretche, tan citado en la última década y tan poco leído. Es obvio que esas objeciones son más el tartamudeo ideologista de sectores en retirada que el reflejo de algún interés nacional.

Pero hasta en la terquedad ideológica se revela anacronismo: al fin de cuentas, antes de que lo reciba Mauricio Macri en Buenos Aires, Obama habrá sido saludado con honores en Cuba.

Los veteranos comandantes castristas muestran más sentido de la realidad que muchos de sus admiradores rioplatenses.