Chubut Para Todos

Largo adiós a los partidos

La incorporación al oficialismo del histórico jefe de los senadores peronistas es una respuesta a Fernández-Fernández+Massa y desnuda coaliciones inexistentes.

Si las afinidades y la historia compartida tuvieran algún peso en la Argentina, Pichetto habría confluido a la alianza encabezada por Lavagna y Urtubey, que conserva alguna sombra de lo que fue Alternativa Federal y el peronismo no kirchnerista. Si la ansiedad no hubiera devorado a Massa, hoy ocuparía un lugar allí, probablemente no inferior al que le espera junto a Alberto Fernández y Cristina Kirchner. Pero prevalecieron las movidas sorpresivas y frenéticas para lograr una victoria o, por lo menos, garantizarse algunos puestos.

 ¿Coalición o arreglo? El miércoles 12 se inscribieron siete frentes electorales. Para decorar tanta abundancia se recurre a una palabra mágica: coalición, a la que se atribuye un significado aproximativo. Una coalición no es un acuerdo entre dos individuos y su grupo de amigos. Es un contrato entre organizaciones, que discuten un programa más preciso que las usuales generalidades sobre educación de calidad y transparencia del Estado. Una coalición supone partidos que la firman, no un puñado de hombres que repiten esa palabra como si ella sola bastara para ocultar la inexistencia de discusiones programáticas reales. En ninguna parte hay coalición sin partidos. Lo que hay, en tal caso, es entendimiento de dirigentes alrededor de un mantra, que les asegura un avance en su carrera o les permite esperar mejores circunstancias.
Aquí y ahora el mantra es el capitalismo, para que los fondos de inversión se enteren de que la supuesta coalición no admite ningún loquito. Y para que los alarmistas sepan que la Argentina jamás será Venezuela. Tal deriva no fue posible con dos períodos de Cristina presidenta. Analicemos seriamente esa amenaza con la que no se busca pensar, sino dejar de pensar.
También se pasó por alto que, en países con sistemas parlamentarios, como España, es el conjunto de diputados y sus dirigentes los que se cuentan los puntos, acuerdan con quien tiene mayor cantidad de representantes para que arme gobierno y autorizan las alianzas con otros partidos. El español Pedro Sánchez, jefe del PSOE, mencionado en estos días, no puede salir de su casa una mañana y firmar con un partido lo que se le ocurra. En los sistemas parlamentarios (donde no siempre gobiernan coaliciones) no se puede hacer cualquier cosa. Primero se va a elecciones, luego se miden los electos, y si el partido más favorecido no tiene una mayoría suficiente, comienzan a discutirse cuáles serán los acuerdos con amigos o aliados.
En estos días se devaluó la palabra coalición. Se la pronuncia como si Pichetto hubiera asistido a deliberaciones partidarias, hubiera impuesto su idea de juntarse con Macri, hubiera convencido a una oposición interna y ganado apoyos. Nada de esto sucedió. Como no hay partidos, no puede haber coaliciones. Lo que puede haber son arreglos, que le permitan a un señor ser candidato a vicepresidente de otro con quien, hasta el momento, no había mostrado afinidades en público. Lo que se dijeron en privado no pertenece a la dimensión que exigimos para la política. Sin descartar los encuentros privados, su desenlace no puede ser por sorpresa, entre gallos y medianoche.
Lo que ha sucedido en la Argentina es un capítulo más de la licuación de los partidos políticos. Tanto se ha hablado mal de ellos, que estamos dando grandes pasos para sacárnoslos de encima. De este modo, Pichetto acompaña a Macri en nombre de algo que nos va a salvar de los enfrentamientos. En realidad, Pichetto y Macri nos quieren salvar, de cualquier modo, de Cristina Kirchner. Y, además, darle a Macri un segundo período para ver si borra los pésimos resultados del primero, que transcurrió en coalición con la UCR. Rara coalición a la que no consultó en ninguna decisión importante. Muchos no deseamos una nueva presidencia de Cristina. Pero tampoco nos alivia otro período de Macri. De haber persistido los radicales en su frente con los socialistas, el GEN y algunas variantes peronistas, no estaríamos en este camino sin salida. Los radicales destruyeron esa posible coalición cuando optaron, en 2015, por Macri.
Por el momento, más cerca de establecer un verdadero acuerdo político están quienes presentaron un frente de izquierda (PO, PTS y otras organizaciones). Y la fórmula Lavagna-Urtubey, que apoyan el GEN de Stolbizer y el socialismo santafesino. Esta confluencia podría aspirar al nombre de coalición sin ser acusada de malversación conceptual.
Macho sombrío. “Robo para la Corona” fue la frase de Manzano, cuando en 1989 se lo interrogó sobre hechos de corrupción. Todo indica que Pichetto es un hombre honesto, de modo que podría cambiar la impactante frase de Manzano por otra: “Sirvo a la Corona”, primer deber del mosquetero siempre leal a quien ocupe el trono.
Con Menem, Cristina Kirchner o Macri, este senador encarnó el ideal del opositor responsable o del partidario no sectario. Servir a la Corona fue la disciplina debida que el senador Pichetto obsequió a todos los presidentes. Quien obedece a la Corona no hace públicas sus disidencias. Debe ser un hombre prudente, de modales mesurados. David Viñas, conocedor de la política criolla, que recibió como herencia de su padre radical, le habría dado un nombre: macho sombrío.
En estas tierras somos originales. Imagínense por un momento que Michelle Bachelet hubiera designado como su candidato a vicepresidente a alguien del partido de Piñera, sin consultas, sin publicidad de ese acto, sin otros argumentos que los gastados cuando se usa la palabra “unidad”. En casi todas partes donde haya partidos y sistema político, la maniobra resultaría excepcional y cuestionable. Pero tales manejos son probables en Argentina.
Los griegos llamaban adynaton a algo imposible. Un adynaton muy popular es “los chanchos vuelan”. No lo elijo con malicia, sino por los cientos de imágenes de chanchos volando que ilustran esa palabra en internet. La Argentina es un país que cultiva el adynaton.
Para no ir muy lejos, Isabelita fue la candidata a vicepresidenta del ya anciano general Perón y sucedió lo que todos temían, cuando el general pasó a mejor vida. El conservador popular Vicente Solano Lima acompañó como vice a Cámpora, amigo de los Montoneros: gobernaron cuarenta días y el vicepresidente tuvo una acción tan efímera como el recuerdo que persiste solo entre historiadores. Alfonsín debió tener un Pichetto incondicional, pero su partido le impuso a Víctor Martínez, del radicalismo cordobés, que no lo apoyó con decisión sino lleno de desconfianza y sospecha. Ya sabemos cómo terminó la relación de Menem y Duhalde, a quien en su segundo año como vice lo cambió de distrito para ganar las elecciones en provincia de Buenos Aires y luego torpedeó su candidatura a presidente. La única dupla que funcionó perfectamente fue la de Néstor y Cristina. Pero, aunque fuera garantía de estabilidad institucional, ¿cómo pedirle a Pichetto que le ofrezca matrimonio a Macri?
La integración de la fórmula fue el primer acto de imaginación del Presidente. Se dice que lo apoyaron el ministro Frigerio, el hasta ahora semiexiliado Monzó y otros del ala política, castigada y sojuzgada por el ala Jefatura de Gabinete. Acertó con lo que le convenía a su gobierno para pulverizar Alternativa Federal, que Massa había herido con su mudanza al campamento de Fernández y Fernández.
Con Pichetto en la fórmula oficialista se miniaturizó una alternativa que terciara entre Macri y Cristina, y le sacara votos a la ex presidenta. El viernes quedó en pie, pese a todo, la fórmula Lavagna-Urtubey. Hay que reconocer que el gobernador de Salta se plantó a sostener las banderas con las que se había comprometido.

La yeta. Entre las primeras palabras de la conferencia de prensa del poco locuaz Pichetto figuró “capitalismo”. Palabra mágica para tranquilizar a los Grandes Electores que manejan la economía: “Compartiendo con el Gobierno una visión capitalista y moderna que abra mercados, etc., etc., etc.”.  Otros dicen producción, distribución, trabajo. Pichetto, un hombre de derecha con pocas vueltas, dijo capitalismo, sin reticencias. Ya vendrán los asesores de discurso para enseñarle más vocabulario.
Ese hombre tan dado a colocarse en el medio de los contendientes, deporte que practicó en su impecable presidencia de la bancada justicialista, menemista y kirchnerista del Senado, de pronto se dio cuenta de que el camino volvía a bifurcarse: ni Alternativa Federal, ni Lavagna, ni ninguna de esas ensoñaciones. Supo que había que decidirse y se decidió por Macri. Así comienza Pichetto una nueva vida, casi al borde de los 70 años.
“El que avisa no traiciona”, dice el refrán. Pichetto afirmó que no cree en la “traición”. Quizás no estuvo muy seguro hasta escuchar las opiniones postreras de radicales de Cambiemos o las de algunos amigos del gabinete. O esperó que Massa tomara el anunciado café con Alberto Fernández para mostrarse como su contracara.
Un solo consejo a Pichetto, que no afecta su independencia. Si de verdad aprecia a Macri, no desafíe a la yeta mentando a Carlos Pellegrini, primer nombre de la lista vicepresidencial que recitó en su primera conferencia de prensa. Pellegrini era el vicepresidente de Juárez Celman, un mandatario que fue de-salojado por la crisis económica y la revolución del 90. Lo sucedió, como Dios manda, su vice. La revolución del 90 les trae a los radicales buenos recuerdos, pero no es cosa de agitársela en la cara a Macri. Si el leal Pichetto quiere seguir los pasos de Pellegrini, Macri tendría que renunciar antes, jaqueado por otra crisis y por las reacciones de la oposición.
Sería bueno que el adusto Pichetto repasara los resúmenes que gente de su edad leía para aprobar las materias del secundario. Salvo que, con esa cita criptohistórica, esté anticipando su intención de reemplazar a Macri, en caso de que alguna crisis imponga su recambio y el vice se atribuya el talento de Carlos Pellegrini. Ya nos informó que no es un sentimental. Tampoco parece un agrandado. Por eso, senador Pichetto, deje tranquilo a Pellegrini.

Por Beatriz Sarlo – Perfil