Decidir cambiar de analista es una posibilidad que avalo absolutamente; pero pienso que antes de la ruptura del vínculo, debe haber una interpelación, una interrogación a uno mismo, acerca de los sentimientos que llevaron a distanciarse porque, recuerden: no es el analista, son las figuras de antaño.
Una de las funciones que desempeño y disfruto de mi profesión dentro del ámbito institucional, es realizar la primera entrevista, llamada “de admisión”, a personas que aún no son pacientes, o, que lo han sido en otro momento de su vida, y solicitan comenzar/recomenzar un tratamiento psicoterapéutico. El objetivo de esta instancia, es dar curso a un espacio de terapia en función al motivo que el consultante plantea, tratando de llegar a cierto atisbo de implicancia en lo que les sucede.
Lo que quisiera resaltar hoy de esta experiencia, es lo que algunas de estas personas, reincidentes tenaces, cuentan cuando hablan de sus experiencias fallidas con psicólogos y/o tratamientos anteriores, que los llevaron a abandonarlos y que van desde relatos de rechazo al profesional semejante a una alergia de contacto, hasta decisiones de irse del espacio terapéutico más justificadas, ya que manifiestan dolidos y decepcionados, aunque sin claudicar, que no se han sentido escuchados/alojados, que el psicólogo no recordaba tal o cual cosa, que miraba el reloj, que atendía el teléfono, etcétera, etcétera.
En el psicoanálisis, llamamos a la relación que se establece entre el paciente y el terapeuta, transferencia. La transferencia un concepto elemental en la teoría de S. Freud, quien la define como una reedición de impulsos, fantasías, temores, odios y amores con personas anteriores, es decir, personajes de la trama histórica de cada paciente, que son transferidas a la persona del analista, es decir que se actualizan en la relación analítica.
En la transferencia, hay momentos que marcha todo viento en popa, hay tiempos calmos y tiempos de chubascos, entonces, puede pasarse de un amor absoluto, de una trasferencia positiva, a una transferencia negativa de carácter ingobernable. Atención, que esto no sucede por arte de magia, sino que algún punto inconsciente se tocó en la cura que hace que comience a tambalear la relación.
Sin embargo, en esta situación, si el proceso del tratamiento lo amerita porque ha sido positivo o gratificante, no se debe huir desesperadamente, tirando por la borda todo lo conseguido. Hablar, dialectizar, poner en palabras lo que el paciente siente en ese momento, en esa adversidad, ayuda al analista a evaluar las nuevas coordenadas que aparecen en esa situación transferencial (transferencia negativa) y así poder redireccionar la cura, levantando las velas para poder así seguir navegando.
Ahora también es cierto que como en todas las relaciones, si el paciente no ha llegado a sentirse alojado, definitivamente será mejor marcharse; pero estando muy atentos a lo que suceda después a ese abandono, porque es dato que remite muchas veces a una posición del Sujeto ante la frustración ya que las salidas pueden ser diversas, algunas constructivas y otras no tanto. Ustedes fíjense, una cosa es cambiar de analista y, otra, dejarlo, para no volver jamás a construir otra relación transferencial. Y esto, vale como ejemplo para todas las demás vínculos de la vida.
Decidir cambiar de analista es una posibilidad que avalo absolutamente; pero pienso que antes de la ruptura del vínculo, debe haber una interpelación, una interrogación a uno mismo, acerca de los sentimientos que llevaron a distanciarse porque, recuerden: no es el analista, son figuras de antaño, fantasmagóricas o no pero de antaño, a quienes les corresponden esos afectos. Sin embargo, los analistas sólo podremos curar la pena que todo paciente tiene en el alma, haciendo uso de la transferencia y esto es, lo que a mi criterio, la hace ser uno de los conceptos más maravillosos del psicoanálisis.
Por Paula Martino-Psicoanalista – Instagram @licpaulamartino