Chubut Para Todos

La novela de la Aduana Por Roberto García

Desplazado Gómez Centurión, Carrió metió la cola. Denuncias, contracampañas y un final incierto.

Parecía una novela policial, poco verosímil y encriptada, cuando en estas columnas se hablaba hace una semana del “misterio Gómez Centurión”. De la intriga, al menos, que generaba su despido de la Aduana, precipitado, impersonal, cargado de suspicacias por el exangüe material probatorio que la ministra Patricia Bullrich le había trasladado al juez como excusa de la remoción. Y que el Presidente avaló –o propició– como absoluta novedad para el ejercicio ético de su gobierno, apartándose de salpicaduras presuntas cuando las encuestas dicen que la mayor preocupación de la gente estriba en la corrupción. También sorprendía que la excesiva precaución del Ejecutivo para proceder se apoyara en grabaciones de origen ilegal, editadas o tergiversadas. Ni en una empresa privada se advierte un arbitrio semejante. Final de la primera parte.

El folletín se agrandó en horas para la fantasía del periodismo insolente que sospecha extrañezas, además, porque Mauricio Macri ni siquiera había atendido por educación a su ex funcionario de años (estuvieron juntos en la Municipalidad) ni revisase superficialmente los anónimos que lo inculpaban. Tan sólo bastó, y esto habría de reconocerlo el propio Macri ante confidentes, la amarga revelación de que Gómez Centurión aparecía en la denuncia mezclado con un empresario que años atrás le provocó urticaria al ingeniero en Boca Juniors, a quien torturó con acechanzas y la complicidad interesada de Diego Maradona. Nunca olvidó Macri aquel rompecabezas de Lo Jack, menos al empresario, tampoco al Maradona que lo detesta y quien acaba de renovar sus públicos votos de odio al Presidente antes de partir a Dubai. Aun así, sin que nadie revelara esta añeja historia de resentimientos personales, persistía el enigma del repentino despido del militar de la Aduana. No alcanzaban tampoco los cargos desplegados por complots y mafias repugnantes. Para venganza, era demasiado castigo. Y si a la alelada víctima se la había convocado al Gobierno por semejar un bulldog para impedir el contrabando, nadie podía pretender ahora que también jugara al ajedrez.

La comisaria. Para esclarecer esta segunda parte, en otro capítulo del culebrón aduanero, aterriza la comisaria Elisa Carrió, dispuesta a proteger al ciudadano por encima de toda sospecha (Gómez Centurión), dar vuelta la teoría oficial sobre la exoneración y, de paso, multiplicar por mil una historia mínima de renuncia obligada. En el bombardeo condena a figuras de su Index privado, como Daniel Angelici, un pasajero de todos sus trenes fantasma. No es al único.

En rigor, al hablar e imputar gente, Carrió apuntó al Presidente, a su decisión apresurada –producto, dicen con candidez, de la reiterada prueba y error que justifica los actos del oficialismo– y sobre todo a sus amigos de Cambiemos y Boca Juniors (Enrique Nosiglia, por ejemplo), los mismos que lo ayudaron para llegar a la Casa Rosada. Basta revisar las comisiones directivas del club, antes y ahora, para descubrir personajes siempre enlazados con gobiernos y servicios. Curiosamente, la batahola explotó en el juzgado un día después de que Carrió y Macri se reunieran y luego dijeran que habían hablado amablemente de fruslerías. Se supone que la traición menor de ese encuentro es que les hayan mentido a los cronistas.

De denunciado, entonces, Gómez Centurión pasó a denunciante por una representante ecuménica en Tribunales. No fue el único cambio de piel: al principio lo objetaban por golpista carapintada, ahora lo saludan como héroe de Malvinas.

Se fortaleció tanto con Carrió que ya no concurre a los medios para defender su dignidad: se trata de volver a la Aduana, claro, no de quedarse gritando en el desierto. Como le prometieron en el Gobierno. Confía en que el trámite acusatorio iniciado por Patricia Bullrich, singularmente una favorita de Carrió, sea desestimado con rapidez, aunque la estética sobre la velocidad no es la misma en la Justicia que en el Ejército.

De ese expediente no saldrá el autor del crimen, apenas una adenda para devolverlo al trabajo. Tampoco saldrá, quizás, del voluminoso material que de su despacho trasladó Carrió al juzgado, imputaciones de colores varios –drogas, lavado, concupiscencia, delitos aduaneros, impositivos– que demandarán larvadas pesquisas en couriers aterrorizados y organismos caros al Presidente (AFI). Aunque inicialmente trascendió al revés, 
no aparecen en la nómina a investigar anomalías en las importaciones diversas de Tierra del Fuego, provincia que al parecer goza de santuarios para estas cuestiones así como privilegios asombrosos en materia de subsidios. De esto se hablaba antes de que Carrió se entrevistara con Macri, pero la versión se sepultó después de la entrevista en la que el mandatario le otorgó a la diputada vía libre para actuar. Como si ella lo requiriese.

Lo cierto es que el episodio periférico de la expulsión de Gómez Centurión derivó en una cuestión central, policíaca y novelesca, aún sin culminar en el Gobierno: un cañonazo bajo su línea de flotación, provocado y atendido por sus dueños. Continuará.