Chubut Para Todos

La manta que alegraba la vista

Durante los bombardeos de aviones y de fuego naval en las Islas Malvinas, en uno de los pozos de zorro se encontraba el Teniente de Corbeta IM Waldemar Aquino. Allí, lejos de su casa, había algo que lo acercaba al continente.

El 2 de abril de 1982, la Sección Apoyo Logístico del Batallón de Infantería Marina Nº 5 (BIM5), con asiento en Río Grande, se encontraba en campaña desde hacía tres días.

El entonces Teniente de Corbeta IM Waldemar Aquino, quien revistaba en esa sección, recibió un llamado para presentarse en el puesto de Comando. “Algo no está bien acá”, fue su primera impresión.

Al llegar, todos celebraban el desembarco en las Islas Malvinas. Pero luego empezó a escuchar los nombres de Giachino, García Quiroga y Urbina, Infantes de Marina que él conocía. Todo le pareció demasiado real para ser un ejercicio; no lo era.

Esa tarde arribó a la ciudad de Río Grande personal que había participado de la Operación Rosario. “Imagínense el ataque de envidia que tenía de que ellos habían estado en combate y yo no”, recuerda.

Pero esa emoción le duró poco, porque el 5 de abril su Comandante, el Capitán de Fragata IM Carlos Robacio, reunió a sus oficiales –jefes de compañía y secciones independientes– y les comunicó que había pedido al Comandante de la Infantería de Marina que el BIM5 concurra a Malvinas.

El 6 de abril ya había recibido la orden de alistar munición para 10 días y abastecimiento clase 1 (víveres) para 30 días. “Dispuse de 11 camiones. Hicimos un piso de munición, arriba raciones y por encima equipo; lo que militarmente se llamaría un depósito multiclase. Tenía mis 11 camiones listos y el día 7 se dio la orden de cruzar a las Islas Malvinas”, contó.

Comenzó entonces la carga de los aviones navales. En 48 horas se habían trasladado 750 hombres y 60 toneladas de abastecimiento.

Ya en destino, el Teniente de Corbeta Aquino –quien había llegado a las Islas en el último vuelo de un avión Electra– se encontró con una nueva misión logística: trasladar las 60 toneladas de abastecimiento a lo largo de 7 kilómetros, desde la cabecera de la pista hasta la Casa Amarilla.

Lo hicieron en tres camiones Unimog y un Jeep del Batallón Logístico, a los que sumaron luego un camión británico que encontraron encajado en el terreno y lograron recuperar.

El BIM5 desplegó dos Compañías, una sobre el Monte Tumbledown y otra sobre Sapper Hill. Mientras que la Compañía de Reserva se ubicó sobre las alturas de Wireless Ridge –que estaba enfrente– hasta fines de abril, momento en que llegó el Regimiento de Infantería 7 del Ejército Argentino y la Infantería de Marina recuperó dicha compañía de reserva.

Primero con un helicóptero de la Prefectura Naval Argentina y después con dos del Ejército Argentino, lograron transportar todo lo que pudieron hasta la primera línea: abastecimiento, municiones, cocinas de campaña.

No había pausa y el escenario le resultaba familiar. “El paisaje de Malvinas es muy similar al norte de la Isla Grande de Tierra del Fuego, la geomorfología es parecida. A nosotros no nos asustaba la turba ni el frío. Estábamos acostumbrados a eso”, contó.

Durante el mes de abril prepararon las posiciones. “Inicialmente eran pozos de zorro, un lugar donde uno ingresa –en teoría está parado– y puede hacer fuego, digamos, protegido. Nos encontramos con un problema: empezó a brotar agua, porque a medida que uno bajaba a la profundidad del pozo, el agua subía”.

Fue entonces que los Infantes de Marina agudizaron su ingenio y colocaron pallets de madera en el piso para que el agua circulara por debajo. “Con el tiempo fuimos mejorando las posiciones. Siempre recuerdo mi pozo porque entre lo que nos mandaron del Fondo Patriótico, llegó una manta de colores tejida al crochet… Alguna abuela la habría hecho. Entonces la colocamos en una de las paredes; eso nos alegraba la vista”, recordó el Capitán Aquino.

Los colores de esa manta los acercaba al continente y a todos los argentinos que los acompañaban en esta cruzada de defensa de la Patria lejos de casa.

Las palabras del entonces joven teniente no solo dan hoy testimonio de aquella etapa de la guerra, sino que describen con claridad cuestiones de su cotidianeidad. En ese pozo de zorro sus compañeros y él pasaron interminables horas de su vida.

Los enfrentamientos finalmente llegaron a partir del 1º de mayo. Bombardeos de aviones y de fuego naval, hicieron que en ese pozo de manta colorida nunca más se sacaran los cascos, hasta que llegó el fin de la guerra.

La sección del Teniente Aquino logró frenar el avance de los paracaidistas ingleses. “Estábamos bien parapetados, teníamos buenos refugios, buenas armas, y logramos mantenerlos a raya hasta que nos ordenaron replegarnos”, rememora. Fue la última vez que vio los colores de la manta a crochet.

Luego, a paso redoblado entraron desfilando a Puerto Argentino y comenzaron sus días como prisionero de guerra. Días en blanco y negro.

Hoy, en el silencio del corazón del Capitán de Navío IM VGM (RE) Aquino, donde atesora todo lo vivido en 1982, los colores de aquella manta colgada siguen pincelando y suavizando sus recuerdos de la guerra. Por momentos realmente vuelve a verla. Entonces sus ojos brillan y en su rostro se dibuja una pequeña sonrisa.