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Kicillof tiene que echar a Berni

Un hombre de 57 años murió en la noche de este jueves porque fue a ver un partido de fútbol. No murió en medio de un enfrentamiento entre barras. Murió porque su corazón colapsó en medio de la locura desatada por la Policía de la provincia de Buenos Aires, que reprimió con saña criminal a un puñado de hinchas de Gimnasia que pretendía entrar a un estadio colapsado por la sobreventa de entradas y, durante una hora, atrapó a una multitud en una nube de gas.

La Justicia deberá determinar la responsabilidad penal de cada una de las personas involucradas en una desquiciada conspiración contra la vida de las decenas de miles de personas que fueron, en la noche de este jueves, a ver un partido de fútbol. La de mi esposa, la de mi suegro y la de mi cuñado, por ejemplo, que se salvaron, pero podrían haber muerto, como ese hombre de 57 años. Dirigentes que sobrevendieron entradas, policías que comandaron y ejecutaron la represión, funcionarios civiles que organizaron el operativo de inseguridad… todos deberán rendir cuentas en tribunales. Hay montañas de imágenes de televisión que los incriminan.  

El gobernador Axel Kicillof, por su parte, deberá asumir su responsabilidad política como comandante en jefe de la Policía bonaerense.

De mínima, deberá echar al titular de la Agencia de Prevención de la Violencia en el Deporte (Aprevide), Eduardo Aparicio: la tragedia del Bosque platense lo reveló incapaz de hacer honor al nombre del organismo que dirige. “La capacidad hoy estará acorde a las circunstancias. Sacamos el alambrado y trabajamos con el cuerpo de seguridad del club para garantizar la seguridad”, había escrito el funcionario, por la tarde, en su cuenta de Twitter.

Deberá despedir, también, a su ministro de Inseguridad, Sergio Berni, que, según quedó dramáticamente claro en la noche de este jueves, es el jefe directo, operativo, de un ejército descontrolado que puede actuar, como lo hizo en la cancha de Gimnasia, con violencia demencial, alejada de cualquier criterio de racionalidad; una maquinaria peligrosísima para la vida de las personas, el bien supremo que debería tutelar.

Cuando todavía el estadio y sus inmediaciones eran un caos de gases, balas de goma, corridas, personas descompuestas vomitando dentro del campo de juego y padres buscando a sus hijos perdidos, Berni habló en TN y la tiró a la tribuna: responsabilizó a la dirigencia de Gimnasia por vender entradas de más.

No solo eso: defendió la represión y, en un ejercicio curiosísimo de interpretación alimentado por un nivel de cinismo pocas veces visto, asguró que la Policía estaba “poniendo bajo control la situación”.

A párrafo siguiente, confirmó que un hombre de 57 años había muerto por ir a ver un partido de fútbol.

Varias veces, en lo que va de su mandato, Kicillof pudo echar a Berni. Tuvo motivos políticos que acaso puedan juzgarse como menores, como la pasión del médico militar por el deporte de ventilar a cielo abierto sus diferencias con sus pares de gobiernos del mismo signo político, aunque no es menor la misoginia que destiló en ataques virulentos contra mujeres funcionarias. Tuvo el gobernador, también, razones de enorme espesor, como la incapacidad del ministro para prevenir y sofocar, antes de que se produjeran, rebeliones policiales que escalaron hasta constituir amenazas al orden institucional cuando uniformados armados por el Estado sitiaron la Casa de Gobierno de la provincia y la quinta presidencial de Olivos.

Nada de eso consideró Kicillof que fuera razón ni motivo suficientes para echar al sheriff. Ahora, no hay manera de que la muerte de un hombre de 57 años en medio de la locura destada por la represión criminal de la Policía bonaerense no rompa el escudo que, hasta la noche de este jueves, ha protegido al ministro de Inseguridad.

Por Juan Rezzano – Letra P