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Juicio Brigadas: el testimonio clave de un sobreviviente del Pozo de Quilmes

La querella de Abuelas de Plaza de Mayo pidió que se investiguen los datos que aportó Fernando García en la audiencia. Identificó a dos desaparecidos que no se sabía dónde habían estado detenidos y ratificó que la mujer estaba embarazada.

Un relato que abre un nuevo camino hacia la verdad, en la declaración del sobreviviente Fernando García, y un intento difícil de reconstrucción, en la voz del periodista Diego Genoud, formaron parte de la audiencia número 55 del juicio por los crímenes de lesa humanidad que tuvieron lugar en las Brigadas de Banfield, Quilmes y Lanús, en donde funcionaron centros clandestinos durante la última dictadura cívico militar. En su paso breve por Quilmes, García supo de una mujer embarazada que la querella de Abuelas solicitó se investigue. Para Genoud, su mamá, Manuela Santucho, implica una “guía de acción muy clara” que lo acompaña “en la ausencia”, contó. Manuela fue secuestrada en julio de 1976 junto a su cuñada Cristina Navajas y su compañera de militancia Alicia D´Ambra, ambas embarazadas, y detenidas en varios centros clandestinos. La última vez que las vieron fue en el Pozo de Banfield.

El paso de Fernando por Quilmes fue breve, pero se llevó un dato importantísimo que hoy, a más de 45 años, toma un impulso que puede cambiar varias vidas. García llegó al centro clandestino que funcionó en la Brigada de Investigaciones de la Bonaerense en Quilmes luego de estar “entre 20 días y un mes” en el centro clandestino Vesubio y unos días en una “comisaría que según me dicen era de Monte Chingolo, Lanús, algún lugar de zona sur”. Estuvo tan solo unos días encerrado allí, antes de ser liberado. Había sido secuestrado el 5 de febrero de 1977, en Lanús.

De su estadía, ante el TOF número 1 de La Plata recordó el sobrenombre de un represor que los custodiaba en los calabozos del segundo piso, reservados para hombres: “Se presentaba con un ‘Buenos días, soy Tatú pero para ustedes soy Dios’”. Y también el sobrenombre de uno de los detenidos clandestinos como él: “El Largo”, alcanzó a escuchar. Estaba encerrado junto con el “Colo”. Eran Montoneros. “Se decía que (el Largo) tenía a su mujer embarazada en el primer piso”, el sector para mujeres, recordó, y también que “su mujer era hija de un coronel del Ejército”.

Brevemente mencionó esto en su denuncia ante la Conadep en 1984: solo la presencia de “El Largo”. Y quedó ahí. Como sobreviviente de Quilmes, García integró la lista de testigos en el debate. Los datos que tenía de aquellos días de cautiverio fueron incorporados por la Fiscalía Federal de La Plata en una investigación que lleva a cabo para identificar con nombre y apellido a personas de las que solo se sabía el alias. Finalmente, fue en una entrevista con el Equipo Argentino de Antropología Forense se logró aquello con “El Largo” y su compañera. “Cuando mencioné esto, fueron a buscar en su archivo y efectivamente encontraron que ‘El Largo’ estaba casado con la hija de un coronel. Ellos no sabían que la chica estaba embarazada. Ahí me dijeron que El Largo es Carlos Eduardo Garac y su compañera es Beatriz Alicia Leanin”, amplió durante su testimonio. Tampoco se sabía que la pareja había pasado por el Pozo de Quilmes.

El abogado de la querella de Abuelas de Plaza de Mayo, Emanuel Lovelli, solicitó al Tribunal Oral Federal número 1 de La Plata, que solicite la intervención de la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad para que investigue un posible nuevo caso de mujer embarazada detenida desaparecida que, hasta el momento, no figura en los registros.

“En muchos casos se dice que estos juicios pierden importancia. Pero la posibilidad que se abrió hoy de identificar a dos personas, y la posibilidad de que haya un nieto o nieta que su familia no sabía que existía demuestra lo contrario”, resaltó Ana Oberlin, auxiliar fiscal.

Una oportunidad para reivindicar

Genoud fue el primer testigo de la jornada, transmitida vía Youtube en la cobertura que realizan del debate los medios comunitarios La Retaguardia y Pulso Noticias. También fue su primera vez ante la Justicia, que “siempre” le generó “rechazo”, aseguró. Agradeció, en cambio, a la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos por convocarlo como testigo. “Es una oportunidad para reivindicar la lucha de mi vieja, que después de tantos años me sigue generando mucho orgullo, y para contar quién era ella que, como el resto de los 30 mil, fueron víctimas pero antes fueron militantes, asumieron un compromiso y un riesgo. Pusieron el cuerpo en función de lo que pensaban”, explicó.

Tenía un año y cuatro meses cuando, el 13 de julio de 1976, una patota se llevó de un departamento de la Ciudad de Buenos Aires a su mamá, a su tía y a la compañera de militancia de ambas en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). Él y sus primos Miguel, el más pequeño, y Camilo Santucho –hijos de Cristina Navajas– quedaron en ese lugar, de donde los retiró la abuela materna de los hermanos, Nélida Gómez de Navajas tras una advertencia telefónica anónima.

Al poco tiempo, los abuelos paternos de Genoud, Adela y Chocho, se lo llevaron a Baradero, donde lo criaron. Su papá, Alberto, salió de la cárcel en 1982, donde estuvo encerrado desde 1975. A los 10 años, más o menos, comenzó a establecer un vínculo con su familia materna, los Santucho. A los 18 se mudó a la Ciudad de Buenos Aires. Se sumó a H.I.J.O.S algunos años después, donde militó durante siete años. Poco después del estallido de 2001 y del fallecimiento de su abuela paterna asumió la búsqueda de su mamá “de otra manera”. El trabajo de reconstrucción, que volcó en esta nota para la revista Haroldo

le permitió conocer a la Manuela “mujer militante abogada” que no coincidía con aquella “Nenita” que había dejado la casa familiar en Santiago del Estero muy joven, que era “todo dulzura”.

Mujer, militante, abogada.

A Genoud por momentos se le quiebra la voz. Al cierre del testimonio reconocerá que aún hoy, a casi 46 años de su desaparición, le cuesta hablar de ella, “de ese vacío, de ese cráter en la historia colectiva e individual”. Su intención durante su testimonio fue hacer foco en la historia individual de Manuela, por encima de “la reivindicación colectiva que nunca alcanza” y previa al “itinerario del horror que tuvo que atravesar por distintos campos de concentración”.

Entonces construyó una línea de tiempo que comenzó el 23 de septiembre de 1940, con el nacimiento de Manuela en Buenos Aires, su infancia en Santiago dentro de la familia Santucho. Era la segunda mujer entre 10 hermanos varones, entre ellos el “Robi” Santucho, fundador del PRT-ERP. Manuela se fue joven de la casa familiar: dio clases en un pueblito del interior de la provincia, estudió Abogacía y se recibió pronto, viajó a Buenos Aires. Fue la única mujer de la familia que militó en el PRT y la única que está desaparecida. Antes, formó parte de la Gremial de Abogados. Defendió a su cuñada, Ana María Villarreal de Santucho antes de ser trasladada al penal de Rawson y luego fusilada en la Masacre de Trelew. Acompañó a las hijas del “Robi” a Cuba, tras aquella matanza, pero se volvió porque “se aburrió, quería venir a seguir militando, cosa que hizo”, puntualizó su hijo. Trabajó en el diario El Mundo donde conoció a Alberto Genoud y juntos se instalaron en Tucumán cuando la decisión del partido fue iniciar allí la guerrilla. Contó su hijo: “Mi vieja siempre fue abogada, no se destacaba por ser una militante de la guerrilla”.

En 1975 detuvieron a Alberto. Él y Manuela estaban en Buenos Aires. Por eso decidió no exiliarse cuando se instaló la dictadura. Ya estaba embarazada, además. “Eso también me hace conocer su perfil de compañera”, describió Genoud, quien aseguró que comenzó a valorar “todavía más el ejemplo militante” de su mamá cuando se dio cuenta de que “hubo un año y cuatro meses que viví con ella, y otros 9 meses donde ella me cargaba mientras escapaba, mientras la perseguían, mientras perseguían a toda la familia, mientras mi viejo estaba preso.

Tras su secuestro, lo que pudo reconstruir fue que Manuela, Cristina y Alicia pasaron por varios centros clandestinos. “Campos de concentración”, les llama Genoud: Automotores Orletti, Protobanco, Pozo de Quilmes y Pozo de Banfield, el último lugar donde hay testimonios de sobrevivientes que la vieron con vida. Dijo su hijo: “Todos los testimonios (de personas que la conocieron en centros clandestinos) daban cuenta de su fortaleza en esas situaciones. Que daba ánimo, que buscaba mantener a los compañeros y compañeras dentro de una unidad. Me parece que tenía condiciones que yo no conocía y que contrastan de la mujer que se fue de Santiago del Estero siendo muy joven”. Destacó entre ellos el relato de Adriana Calvo sobre el “cordón humanos de mujeres” que la mamá de Genoud, su tía y otras detenidas en el Pozo de Banfield armaron para impedir que los represores se llevaran a Teresa, a la que Calvo había parido días atrás mientras era trasladada al centro clandestino.

A Genoud lo “incomoda” la “memoria oficial, que siempre es parcial e interesada”, y tampoco le “cierra” calificar de “víctimas” a su mamá y al resto de les 30 mil desaparecides: “Me parece injusto e impreciso porque antes de ser víctimas, que lo fueron, quisieron dar vuelta el mundo, transformarlo. Sin embargo, declaró en el juicio ya que le “interesa colaborar como colaboro en todo lo que puedo, para tener una sociedad un poco mejor”. “Más allá de que quiero que se haga justicia, también quiero que los restos de mi madre algún día aparezcan”, concluyó. 

Por Ailín Bullentin – Página/12