Chubut Para Todos

Iván Noble: “Me declaro un inexperto en cuestiones amorosas”

El cantante celebra 25 años como músico profesional, aun cuando en su familia esperaban que fuera Licenciado en Sociología. ¿Rompió un mandato? No tanto… “Se fue dando”, explica uno de los grandes poetas del rock nacional

Este 2018 es especial para Iván Noble: bodas de oro con la vida, bodas de plata con la música. Y si bien el festejo por su cumpleaños ya quedó atrás (sopló 50 velitas el 5 de marzo), es momento de celebrar sus 25 años como músico profesional, desde el lanzamiento del disco Manos vacías con los Caballeros de la Quema, con un recital en el teatro Ópera.

Creador de bellas canciones como “Avanti Morocha” y “Sapo de otro pozo”, pero también “Hasta estallar” y “Patri”, entre muchas otras, Noble cuenta que nunca soñó lo que le deparó el destino. “Todo se fue dando”, dice, con naturalidad, quien era un estudiante avanzado de Sociología cuando lo sorprendió el estrellato del rock.

Noble recuerda su infancia, sus comienzos en la música pero también las relaciones. Porque este melancólico serial ya no cree en el amor: confiesa que se resiste a salir de su ambiente solitario.

—¿Que te espera el 3 de noviembre?

—Voy a estar en el Ópera haciendo un show que se llama 25 porque en un alarde de originalidad me di cuenta de que cumplía 25 años oficiales con la música, porque en el año 93 grabé el primer disco en la época de Caballeros. Y este año, creo que el 31 de diciembre, tipo 11 de la noche, cuando uno empieza a hacer balances y todo, dije: “Pará, ¿qué año empieza el 18? 93, 18…”. Empecé a hacer cuentas y entendí que no solo que iba a cumplir 50 años yo, sino que eran 25 años oficialmente con la música. Como cuando te dan el registro de manejar; bueno, cuando sacas el primer disco sentís que arrancás un oficio.

—¿Te pareció mucho, te pareció poco? 

—Me parece mucho, sí. Sobre todo porque la mayor cantidad de cosas que me pasaron nunca las soñé. En el mejor de los sentidos, me parece mucho.

—¿Por qué? ¿Nunca lo soñaste?

—Nunca fue un plan para mí ser un tipo que hace canciones y después se sube a un escenario a cantarlas. Se fue dando casi como una carambola, varias carambolas. Viste que hay gente que dice: “Yo a los 7 años tocaba la guitarra, me miraba en el espejo, cantaba”, como que desarrolla su vocación artística desde muy temprano. Bueno, no fue mi caso. Hasta muy poco tiempo antes del 93 era un estudiante de Sociología más o menos avanzado y no tenía muy claro qué iba a ser mi vida. Y la música era algo que me gustaba hacer, pero sobre todo me gustaba escuchar. No me imaginaba yo como…

—Viviendo eso.

—No. Entonces, cuando todo empezó a suceder, fue como un sueño no soñado.

—¿Tu familia te apoyó?

—Y… al punto que yo era un tipo bastante grandulón, de 24, 25 años, llegando a su casa de madrugada diciendo que venía de cantar mientras mi viejo se levantaba para ir a laburar. Y sí, me apoyaron mucho, me sostuvieron. Y además cuando yo comuniqué, más o menos en esa época, que me iba a dedicar a la música seriamente y que iba a dejar la carrera al menos en principio, y nunca más volví, eso que familiarmente puede ser un cimbronazo… nada, fueron muy gambas conmigo. Al margen de que ellos también fueron un poco culpables porque yo empecé a gustar de la música y aledaños por ellos.

—¿Tu papá de qué trabaja?

—Ahora es jubilado pero fue dermatólogo. Y mi vieja sí, era por ahí la más cercana a las cuestiones artísticas: era profesora de dibujo, de grabado, de historia del arte. Pero nunca imaginaron que su hijo iba a ser…

—Una estrella de rock, ¿no?

—Eso, mucho menos. Pero por suerte eso pasó rápido.

—¿Y qué te dicen: “Somos los padres de Iván Noble”? ¿Se sienten orgullosos?

—Yo ya no lo sé. Me parece que les da un poco de vergüenza a esta altura. Y sobre todo, me piden que me porte bien en las notas (risas). No, al principio yo creo que los tomó de sorpresa tanto como a mí que me empezara a ir bien, que empezara a vivir de eso. Y después… Al principio venían y me decían: “Hoy te escuché en la radio, tu canción”, hasta que dejó de ser una novedad y ya no. Creo que hubo momentos para ellos que deben haber sido especiales. Tuve la suerte de grabar una canción con (Joan ManuelSerrat en mi primer disco solista, y los discos de Serrat estaban en la casa de mis viejos desde que yo era muy pequeño. Después lo conocieron a él porque se los presenté un día en Buenos Aires. Esas cosas me parece que fueron lo mejor que les pasó conmigo como cantante, digamos.

—¿Seguís teniendo el mismo hambre de cuando recién empezabas, o eso se fue apagando?

—Esa es una gran pregunta. Creo que no, creo que no… Supongo que esto es un sincericidio, pero no es que no respete el oficio, al contrario: me parece que a mis 50 años soy más responsable de lo que lo era a los 20 en términos de cómo llevar a cabo el oficio. Me parece que soy más consiente: trato de dar mejores shows, de hacer mejores canciones. Cuando uno es joven y tiene una banda de rock hay muchos momentos donde adherís de alguna manera como a ese viejo eslogan del rock: “Todo es aguante y pasión, y vamos para adelante y bebamos y abramos los sentidos”. Y eso suele terminar siendo una porquería muchas veces. Así que eso ahora ya no pasa.

—¿Pero te ponés tan perfeccionista que no podés disfrutar?

—No, no, no, tiene que ver tal vez con lo que te decía recién: ya en un punto me considero hecho, en un sentido artístico. Tiene que ver con la edad, y en general en la vida es así: uno ya va bajando la vara de algunas cuestiones y acomoda el kiosco de la existencia pensando que a esta altura lo más importante es tener salud, ser un buen padre, un buen hijo, y después si sos buen o mal escritor de canciones, ya no es tan importante. Ya pasó mucha agua bajo el puente, ya no sé si va a pasar tanta de vuelta. No sé si voy a estar con vos dentro de 25 años acá festejando los 50 años de carrera. Quiero creer que no, no por vos que vas a estar seguro, por mí: a los 75… Ya no me imagino envejeciendo en un escenario…

—Y más allá de lo económico, ‘hoy qué te motiva a seguir haciendo giras, a seguir haciendo shows?

—Es lo que sé hacer. Si bien hay otras cosas que empiezo a hacer porque me gustan: hago radio, escribo; el año pasado publiqué un primer libro de relatos que ojalá sea el primero de varios. La música me sigue gustando hacerla e insisto, trato de hacerlo cada vez mejor. Pero no soy del tipo de gente que cree que dedicarse a algo que tiene que ver con el arte necesariamente significa tener que elevarte o trascender todo el tiempo. No. Soy un tipo que hace canciones. Ojalá que sean cada vez más lindas, pero la historia de la música popular está llena de canciones hermosas.

—Pero las tuyas trascendieron..

—Sí, claro, algunas sí. Y lo agradezco mucho. Pero no me siento ante una guitarra o un piano, y con una birome pensando: “Esto que viene tiene que ser magnífico, y acá se me tiene que ir la vida y me tengo que consumir en esto”. ¿La verdad? Me preocupan un poco más otras cosas.

—Una vez te escuché decir que eras un melancólico serial…

—Sí, esa es una línea de una canción. Puede ser. Con el tiempo estoy aprendiendo a no ejercer esa melancolía todo el tiempo. No es tristeza, no es amargura, o no debiera hacerlo: es prima hermana de la nostalgia. Y probablemente uno, cuando pasa el tiempo y llega a determinada edad, empieza a mirar las cuestiones que pasaron y las batallas que ocurrieron con cierta añoranza. El paso del tiempo, bah. A los 25, 30, no era melancólico; ahora sí, pero porque hay cosas que ya no van a volver: desde tu hijo chiquito hasta los primeros shows.

—¿Te preocupa el paso del tiempo?

—Sí. Mirá, por ahí me levanto a mitad de la noche para ir al baño y estoy durmiendo con mi hijo, me asomo a la habitación a ver si está bien, todavía me asomo a ver si respira, ¿viste? Esas cosas. Tiene 13 años, más bien que respira. Mejor que yo respira. Y lo ves grande y decís: “Oh, ¿te acordás cuando me entraba en una mano?”. O escuchás discos viejos, no de uno mismo sino discos viejos, y decís: “Huy, ¿te acordás ahí, cuando bailamos lentos con Billy Joel?”. Me pasa cuando me encuentro colegas ahora, cuando me encontré con Pedro Aznar, o con David(Lebón), o con Charly (García) en alguna situación y decís: “Yo a este tipo lo iba a ver de chiquito; me tomaba el (tren) Sarmiento, me iba hasta el Club Obras Sanitarias a comprar la entrada y esperaba 15, 20 días que aparezca el show”. Me parece que la gente de mi generación es más melancólica que los millenials. Pero no lo digo como algo ni bueno ni malo, como un dato de la realidad. Tal vez le damos más espesor al pasado de lo que debiéramos.

—¿Cómo siguió la vida después del divorcio de Julieta Ortega?

—Sí, sí, siguió.

—¿Pero fue difícil volver a encontrar una pareja? ¿Volver a apostar al amor?

—Sí, es difícil. Cuando uno ya tuvo una pareja muy sólida, que además significó un hijo, después cuando empezás a vivir solo, vas construyendo  como una especie… no de muralla, pero si te llevás bien con la soledad armás todo un ecosistema alrededor de tu propia vida que no es tan fácil de compartirlo después. Y después, con el tiempo, uno sospecha que tampoco hay que compartir todo y que a lo mejor de lo que se trata es de invitar a tu propia soledad a otra persona, un rato. No lo sé, 15 minutos por semana. No, no, a veces funciona. Pero en general, no. Yo tengo esa mirada: las relaciones, los vínculos de pareja en estas épocas son muy complicados. Lo fueron siempre, solo que antes, hipocresía mediante, la generación de mis viejos, armaban ahí un decorado más o menos de sanidad familiar, y a veces eso era verdad y a veces no. Nuestra generación, digo la mía, la de los 50 años, creo que es la primera que pone en jaque esa idea de amor…

—Para toda la vida.

—Para toda la vida. Monógamo. Es una generación que se sienta y dice: “Pará, vamos a revisar esos contratos, vamos a leer la letra chica de eso”. Pero tampoco patea el tablero del todo. Yo creo que los que van a patear el tablero son los pibes y las pibas de ahora, los que tienen 20, veintipocos años. Me parece que, por suerte, van a estar menos atados al qué dirán, al mandato social. Y harán con el amor lo que puedan, que a veces es poco lo que se puede hacer: entregarse, y después llorar (risas).

—¿Te ha pasado que, ya siendo conocido, la mujer se enamoraba de vos se enamoraba de la persona pública y no conocía al verdadero, al que no es el personaje?

—Tengo que serte muy sincero: una vez que dejé, que me separé, es probable que eso haya ocurrido muchas veces, ¡pero no importa! (risas). Bueno, mientras uno está enamorado eso no importa porque el otro está al lado tuyo. Igual, en la inmensa mayoría de los casos por suerte me he rodeado de buena gente, y no de gente que estaba ahí para ver si salía en la foto de una revista. Y las poquísimas veces que eso me ha pasado, bueno…

—¡Te ganaste la foto!

—(Risas) Sí. Aparte, ¿una foto con quién? Claro. Yo, hubiese apostado por otros tipos, pero bueno… Uno nunca sabe por qué está con alguien, si es genuino o no. Cualquier tipo de relación es una apuesta: estás ahí en el casino tirando fichas en general, después pasa el croupier, muy de vez en cuando uno tiene una ficha, la colorada al medio, y gana. ¡Y ni siquiera te digo un pleno! Pero un semipleno ahí, algo. El amor es como el casino: la casa siempre gana, y la casa nunca es la de uno. El amor es un deporte de contacto: vas a salir lastimado casi siempre porque no es bádminton, es fútbol americano.

¿Esto se lo enseñás a tu hijo?

—Yo no sé si mi hijo me va a preguntar estas cosas… A lo mejor no, y hará lo que pueda con eso. Yo con mis viejos nunca hablé de estas cosas, nunca me sentaron y me dijeron: “Queremos explicarte lo que te va a pasar de ahora en más, cuando salgas a enamorarte en la vida”. Eso es más con amigos. Después con psicólogos. Pero la sensación es que uno siempre hace lo que puede, que nunca es demasiado, y que en las relaciones amorosas es el territorio donde uno es más imbécil. También me ha pasado eso. O sea, uno nunca es más estúpido que cuando está enamorado. No sé vos, pero… (risas).

—¿Hoy mirás para atrás y pensás que hubieses hecho algo distinto?

—¿En situaciones amorosas? Sí, claro, claro: me declaro un inexperto, como una especie de lisiado. Tengo así como taras. He tenido toda la vida taras emocionales muy grandes. Pero uno tiene que revisar de dónde viene. Y eso lo hacés un rato, vas a terapia unos meses y después decís: “Tenés razón acá, acá y acá. Y ahora, ¿qué hacemos con esto?”.