Paula era maestra jardinera y tenía un novio, pero su corazón se dividía entre dos amores: otro hombre y un paisaje de bosques y montañas, ambos a dos mil kilómetros de distancia. La pasión la hizo viajar una y otra vez mientras la felicidad plena la esquivaba. Después de mucho tiempo, él la sorprendió y le pidió lo que soñaba. Y su respuesta fue descubrir la vida que deseaba de verdad
Paula tiene 44 años, es maestra jardinera y vive en Quilmes. Martín tiene 48 años, es ingeniero agrónomo y vive en El Bolsón. Esta historia ocurrió allá por 2005, cuando ella rondaba sus 25 primaveras.
“Siempre quise ir a plantar frutillas en El Bolsón”, cuenta, esbozando una sonrisa, la misma que un chico hablando de Disney. “Literal. De chica hice una lista de lugares para visitar porque mis papás tenían una caja donde guardaban las postales que les mandaban, y siempre había una que me llamó mucho la atención: El Bolsón, no sé por qué…”, dice todavía con el guardapolvo puesto: acaba de salir del colegio de Ranelagh donde trabaja, el mismo donde comenzó esta historia, y agrega un dato relevante en este relato: “Yo nací el 11 de septiembre, el día del maestro”.
Pasaron los años, la vida misma, Paula se recibió de maestra jardinera y comenzó a trabajar en una institución de zona sur, en la cual Martín era “profe” de huerta. “Yo estaba de novia con un buenazo total pero que me aburría tremendamente… era todo previsible. No había magia ni mucho menos adrenalina. Éramos como hermanos”, se sincera explicando que estaban de novios hacía tres años. “Un amor de persona”, dice y, como si no la hubiera escuchado, repite “un amor de persona”, con la entonación exacta que anuncia más cariño que pasión. Y Paula tenía 25 años como para conformarse con “estar bien”. Estaba en la flor de la vida, y quería sentirse viva.
Paula conoció a Martín en el jardín de infantes donde ambos trabajaban (Imagen Ilustrativa Infobae)
De repente, casi sin darse cuenta, se da cuenta: “Un día siento que estaba esperando ansiosa que Martín llegue a dar su clase, estaba nerviosa. Así fue cada día durante más de medio año escolar. Vestirme mejor, producirme… ¡y comportarme como una tonta!”, añade entre risas para explicar su súbito enamoramiento por el compañero. Toda la adrenalina que le faltaba en casa, de golpe Paula sintió que la tenía en su trabajo.
Terminó el año escolar, momento en que llegan las preciadas vacaciones, el descanso, pero para ella fue al revés: “El vacío que sentía por no cruzarlo era tremendo. Me di cuenta que estaba hasta las manos”. Mientras que todos sus amigos querían que el verano se extendiera por años, la quilmeña sólo anhelaba volver a trabajar. Claro, sin imaginar que su “zanahoria” ya había cambiado de huerta. “Empiezan las clases y él desaparece. Sin saludar, se lo traga la tierra”, anuncia con la angustia de hace 20 años. “Me cuentan que se había ido a trabajar como ingeniero agrónomo a El Bolsón”, declara la primicia conmovida, y alzando la voz, cual actriz de telenovela, dice: “Mi corazón dio un vuelco. Desde ese día busqué la manera de contactarme. Sólo tenía un mail”. Además de irse a vivir a “su” lugar, cual quinceañera Paula encontraba (o buscaba) indicios en las coincidencias más irrisorias: “Yo soy fanática de Luis Miguel, fanática pero fanática”, repite como para que no queden dudas. “El ‘flaco’ cumple los años el mismo día que Luismi…”, señala una información que para cualquiera podría sonar insulsa, salvo para quien sabe rebuscarselas en encontrar agujas en pajares: “Basta señales Universo, basta”, suelta en capicúa, develando la incógnita que indica la evidencia suficiente para que sus corazones estuvieran destinados. “Me encantaba él y todo lo que estaba pasando con la conexión; flasheé conexiones por todos lados”, confiesa con el diario del lunes.
Fueron varios meses de desolación en el Jardín, hasta que “¡Por fin me responde!”, despliega con una mirada que lo dice todo. “Y así, cada 15 o 20 días nos mensajeábamos”, revela, aclarando que en aquella época no había Internet en todos lados, como en la actualidad, “sólo ciber”. De repente llega el mail más esperado: “¿Por qué no venís a conocer El Bolsón?”
El cielo, el océano y su pecho se abrieron a un nuevo mundo, aquel que Paula soñaba desde chica: “Plantar frutillas en El Bolsón y con el hombre de mis sueños”.
Sin mucho preámbulo, habló con “el buenazo” de su novio y “le dije que no funcionaba… que quería conocer la Patagonia y buscar un trabajo. Mis amigas sabían y nadie más”, se refiere al secreto que la esperaba en la provincia de Río Negro. “En las vacaciones de julio, me tomé un avión y llegué a El Bolsón a las 9 am”, dice como si hubiera aterrizado ayer mismo. Lo primero que hizo fue ir al Mitski-Cocoa -la mítica chocolatería plagada de turistas ya cerrada hace una década- a tomar un cafecito mirando el Piltriquitrón, “¡no lo podía creer!”, recuerda todavía maravillada refiriéndose a la primera vez que por fin tuvo frente a frente a ese majestuoso cerro que había visto cada día de su infancia en postales.
El reencuentro fue apasionado. Paula confiesa que tomó mucho vino y terminó la noche en brazos de Martín (Imagen Ilustrativa Infobae)
“Por SMS le había avisado a dónde estaba y al mediodía me fue a buscar. Me llevó a recorrer todo, yo estaba embelesada”, reconoce con una emoción tal que confunde: ¿Paula amaba a Martín o era el paisaje lo que la tenía fascinada? Poco importan esas cuestiones a los 25 años, periodo en que la serotonina, las hormonas y el colágeno están de farra. “A la noche fuimos a lo de un amigo suyo a cenar… Tomé mucho vino y luego pasamos la noche juntos. Yo vivía un cuento”, admite gloriosa, aunque enseguida emite su lamento boliviano: “pero a los tres días me tuve que volver”. Si la neurociencia demuestra que se tardan seis milisegundos en enamorarse, en aquellos quinientos millones acumulados durante el fin de semana, Paula ya lo sabía: Martín era el hombre de su vida, “definitivamente”.
Cuenta una anécdota que la marcó cuando emprendía el retorno a casa: “Estoy esperando el colectivo para Bariloche, yo lloraba, lloraba, lloraba. Se me acerca un paisano y me dice, ‘Te enamoraste de un bolsonero’. ‘Más o menos’, le contesto. Y nunca me voy a olvidar de ese buen señor que me dijo, ‘Hay unos lugares en Argentina hermosos, pero Bolsón tiene un eslogan: ‘Donde lo mágico es natural’. Vas a ver que vas a conocer un montón de lugares hermosos, pero vas a ver que vas a volver una y otra vez. Este lugar te hechiza’”.
Una vez devuelta a la vida cotidiana, la comunicación continuó por la misma vía que antes de reencontrarse. Y como sucede a menudo, la distancia se volvió directamente proporcional con las ilusiones del más enganchado. “Yo le mandaba mensajes de texto pero él respondía muy escueto. Muy raro, muy cerrado al extremo, tal vez porque era guardaparque”, suma para justificar la austeridad verbal de Martín. Para su cumpleaños Paula decidió auto regalarse lo que más deseaba: “Cumplo el 11 de septiembre que para mi laburo es feriado y me fui tres días a ver a Martín a El Bolsón. Todo era perfecto pero, al volver a mi rutina, las cosas se enfriaban mucho de su parte”, cuenta con las expectativas un escalón más abajo que en su anterior visita. “Esos tres días, todo divino. ‘Te quiero. Me quiero casar con vos’, pero cuando vuelvo me deja de hablar otra vez… y yo mandando menos amor propio”, se autoincrimina verborrágica.
Paula estaba enojada por las frialdad de Martín cuando no estaban juntos. Viajó a El Bolsón sin decirle, pero se lo encontró en un supermercardo y su sonrisa la desarmó (Imagen Ilustrativa Infobae)
Pero el amor es ciego y, a veces, insistidor por demás. “En diciembre decido irme todo el verano, hasta el 14 de febrero”, cuenta sin hacer ninguna aclaración acerca del porqué de la fecha de vuelta, pero hago mis propias conclusiones e intuyo que en su inconsciente enamorado, San Valentín sería un buen árbitro para probar si lo de Martín era amor. “No le avisé que iba porque estaba enojada, pero sí le dije a su amigo. Un día estaba haciendo compras en un súper y apareció Martín con su mamá. Su sonrisa entre sorpresa y alegría me hizo olvidar lo enojada que estaba”, recapitula devolviéndole la alegría de ese verano de 2007. Aunque ese enero fue peculiar, por decirlo con delicadeza: “Pasábamos la noche juntos y al día siguiente me encontraba en la calle y me hacía de lejos…”, dice alzando su mano como quien saluda al kiosquero. “Raro, pensaba y me preguntaba, ‘¿Está con alguien?’”, revive Paula la angustia por no obtener respuestas contundentes del otro lado. “Yo estaba de vacaciones, tenía 26 años. Él estaba trabajando y es muy serio. Muy introvertido. Yo soy cero vergüenza, hablo mucho y todo el tiempo estoy haciendo cosas. Éramos agua y aceite”, sentencia. “La pasé como el culo, me lo pasé llorando todo el verano… horrible”, se desahoga sin reparos.
Llegó febrero y Paula volvió con su alma marchita “sabiendo que no era lo que quería ni esperaba. Yo estaba destrozada. Pero en Buenos Aires no podía olvidarlo”, retoma su rol de actriz melodramática, y se arma para admitir: “Hoy después de casi 20 años te lo puedo decir: la que escribía siempre era yo”. Claramente había algo que ella aun no podía ver, así que en julio volvió a volver por cuarta vez a su Tierra Prometida. La misión era clara: “Empezar o terminar; pudrirla o seguir”. La maestra jardinera había tenido una seria charla con la almohada: “Si él me dice ‘quedate’, yo me quedo. Estaba dispuesta a todo, sin un mango, sin nada. A riesgo de perder mi laburo”.
Después de un matrimonio fallido, pero que le dejó un hijo, Paula regresó nuevamente a El Bolsón en busca de una palabra de Martín que la hiciera quedar en el paraíso que había soñado toda su vida (Imagen Ilustrativa Infobae)
Y café de por medio, Paula puso su corazón en la mesa de 1942, una confitería en el centro de El Bolsón: “Mirá, yo la estoy pasando mal, no sé si vos te das cuenta”, fue a fondo sin hacerse más “la boluda, la que no me importa”. Y la respuesta llegó como navaja: “Yo te quiero, pero nos separan 2.000 kms y vos no te vas a establecer”, sentenció Martín y, sin abrir una ínfima posibilidad de réplica, bajó el martillo: “Mejor dejemos acá”.
Así, sin más, se abrazaron y, en esa fría noche de julio, se dijeron “Adiós”.
“Estaba re enamorada. Él me llevó a un lado mío relajado porque soy muy que quiero controlar todo, y él era tan impredecible que no me quedó otra que relajarme y soltar”. Literalmente, así fue. “Volví a Buenos Aires en julio de 2007 y me casé en 2009 con alguien que sabía de antemano, no iba a durar. Siempre pensé en Martín, cada día, durante esos años”, desparrama con melancolía. Tuvo a su único hijo y para el 2014 ya estaba separada. “¿Y a dónde vuelvo? Al útero, ¡El Bolsón! Esta vez con mi nene de 2 años”, esboza con la alegría de enseñarle a su tesoro más preciado, su lugar en el mundo.
A Paula le costaba recorrer los rincones del pueblo patagónico sin pensar en la posibilidad de chocar con su antiguo amor: “Mi corazón saltaba”, admite sin definir si los brincos eran de alegría o temor a que su mundo se vuelva a derrumbar. Juntó valor, lo contactó y fueron a cenar los tres. “Nos pasó a buscar por el hotel y nos llevó a cenar a su casa. Mi hijo se durmió en sus brazos y nosotros nos quedamos”. Charlaron de la vida hasta que, mientras debatían qué había pasado entre ellos, de la boca de Martín salió “esa” palabra que 10 años atrás hubiera cambiado toda la historia: “Quedate”. Pero ya todo había mutado para Paula, tenía un hijo, con un padre que “no podía desarraigar por mi historia nada más”. Entonces esta sí fue la última vez: “Nos despedimos y, por fin, yo pude dejar atrás mi historia con Martín”, relata, y reflexiona sobre quien tal vez fue su verdadero amor: “¡Pero no con El Bolsón! Ahora es mi lugar en el mundo, al que siempre necesito volver, tomar una bocanada de aire y seguir la vida”.
Y se nota que realmente Paula logró ponerle un moño a esa etapa: “En 2016 empiezo a salir con quien hoy es mi pareja, un hombre extraordinario que conozco desde hace muchos años. Él pudo rescatarme de Martín”, dice sobre su relación que se va afianzando desde hace casi 8 años. “Hoy soy muy feliz con mi pareja y espero que Martín también lo sea. Lo cerré, lo guardé y lo solté. Pero pienso que sin él no hubiese conocido a mi novio, que es el amor de mi vida. Martín no me dio una vida juntos, pero me regaló a El Bolsón, y estaré eternamente agradecida por eso. No nací en El Bolsón pero sí moriré allá”.
Por Cynthia Serebrinsky-Infobae