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El suicidio de Hitler: conspiración y su “nueva vida” en la Patagonia

La versión oficial afirma que el 30 de abril de 1945, Adolf Hitler se suicidó en su búnker de Berlín.

El 30 de abril, pero de 1945, Adolf Hitler y ​Eva Braun, con quien se había casado durante la batalla de Berlín, se suicidaron en el búnker de la Cancillería, para evitar ser capturados por el Ejército Rojo. Por lo menos, eso dice la versión oficial, ya que existen muchas versiones que indican que el Führer escapó de allí con vida y huyó. De hecho, una de ellas afirma que llegó a la Argentina en submarino.

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Si bien no está claro cómo lo logró, de haberlo hecho, escaparse de aquel búnker, el libro de Abel Basti, “El exilio de Hitler”, sostiene que el líder nazi no se suicidó, sino que logró escaparse a España antes de terminar llegando a la Argentina junto a Braun. “Existen documentos del servicio secreto alemán, que da cuenta de que llegó a Barcelona, procedente de un vuelo de Austria”, sostuvo el autor, durante 2010.

Y agregó: “También hay documentos del FBI, que indica que ´el Ejército de los Estados Unidos está gastando la mayor parte de sus esfuerzos en localizar a Hitler en España´, y un tercero del servicio secreto inglés, que habla de un convoy de submarinos con los jerarcas nazi y oro saliendo con rumbo a Argentina, haciendo una escala en las islas Canarias”.

Sin ir más lejos, Basti sostuvo en uno de sus libros que Hitler aparecía como uno de los pasajeros evacuados en un avión procedente de Austria, con destino a la Ciudad Condal, el 27 de abril de 1945. “Se trataba de una comunicación oficial secreta con copias al piloto Werner Baumbach, el cual emigró a Argentina y trajo consigo su copia”, explicaba.

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Hitler y Eva Braun.

Para que no lo reconocieran, se cortó el pelo, al ras, casi pelado. Y, lógicamente, se afeitó su característico bigote. Esto habría sido suficiente como para pasar desapercibido. Además, claro está, no se movía abiertamente en público. “El corte de su bigote dejó al descubierto una cicatriz que tenía sobre el labio superior que no era conocida por la gente común”, sumaba Basti, quien asegura que “nunca hubo pruebas de su muerte ni pericias criminalísticas que demuestren el suicidio”.

Para ser claros, la versión oficial afirma que al enterarse de la muerte de Benito Mussolini, colgado aquel 29 de abril 1945 boca abajo junto con su amante Clara Petacci en una gasolinera de Milán, Hitler hizo matar a su perra Blondi, proporcionó ampollas de ácido prúsico, suministradas por su médico Ludwig Stumpfegger, a sus secretarias y otros miembros del personal del búnker.

Luego de probar la efectividad del veneno en su perra,  el 30 de abril le comunicó a Martin Bormann la decisión definitiva de suicidarse y dio a su ayudante Otto Günsche instrucciones estrictas sobre la cremación de su cuerpo y el de su esposa, según dijo no quería que fueran exhibidos en el “museo de cera de Moscú”. Después de comer, Hitler se retiró a sus habitaciones y regresó poco después acompañado de Braun para una última ceremonia de despedida.

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Restos de Gustav Weler, un doble de Hitler, muerto en las cercanías del bunker.

Allí estaban presentes Martin Borman, Joseph Goebbels, Wilhelm Burgdorf, Hans Krebs, Otto Günsche, Walther Hewel, Peter Högl, Heinz Linge, Werner Naumann, Johann Rattenhuber y Erich Voss, además de Magda Goebbels, Else Krüger y las otras tres mujeres asistentes a la comida.​ Hitler les dedicó solo unas pocas palabras y, tras estrechar las manos a todos, regresó a su estudio de donde solo volvió a salir para visitar a Goebbels.

Linge asumió la responsabilidad de abrir la puerta haciéndose acompañar por Bormann. Encontraron a Hitler y Eva Braun sentados en el sofá del despacho: ella estaba recostada a su izquierda desprendiendo el olor a almendras amargas característico del ácido prúsico y con un revólver al lado que no llegó a utilizar, mientras que Hitler tenía a sus pies la pistola Walther PPK de 7,65 mm con la que se había disparado un tiro en la sien derecha.

Pero un informe del FBI de los meses posteriores a la rendición nazi consignaba los múltiples destinos en los que se decía haber visto con vida a Hitler. El informe enumeraba posibilidades tan variadas como contradictorias. A la agencia habían llegado rumores de que había escapado de Berlín por aire, o desde Alemania en un submarino. Otros afirmaban que vivía en una isla alejada del Báltico, en una fortaleza en Renania o en un monasterio español.

También existían rumores de que se encontraba en un campo sudamericano. Hasta decían haberlo visto viviendo entre delincuentes en Albania. Un periodista suizo declaró que Hitler y Eva Braun residían en Bavaria. Y hasta una agencia de noticias soviética envió un cable afirmando que Hitler fue encontrado en Dublín travestido. Fueron muchas y muy variadas las versiones sobre la muerte del Führer.

Por ejemplo, en septiembre de 1945, Stalin acusó públicamente a Gran Bretaña de mantener escondidos a Hitler y su esposa. Y los británicos, furiosos, enviaron al historiador Hugh Trevor-Roper para esclarecer este asunto. Entre los aliados occidentales surgieron las mismas dudas. En agosto de 1945, el senador Theodore Bilbo sugirió ofrecer un millón de dólares para “quien capturara con vida a Hitler”.

El FBI investigó el rumor de que el líder nazi y su mujer, junto a otros 13 jerarcas del Tercer Reich, habían llegado a Barcelona por avión el 27 de abril de ese año, continuando después su camino hacia Argentina. Sin embargo, las investigaciones sobre el terreno de Trevor-Roper y otras indagaciones persuadieron a los Gobiernos occidentales de la muerte de su archienemigo, según cuenta el historiador Juanjo Sánchez Arreseigor, en su libro “¡Caos histórico! Mitos, engaños y falacias”.

Con respecto a las versiones que afirmaban haber visto a Hitler en Argentina, la principal indicaba que una mujer de avanzada edad aseguraba que había trabajado para Hitler y su mujer en 1956, en una residencia en Villa La Angostura. Otro era el de Eloísa Luján, una de las “catadoras” de la comida que se le servía al líder nazi para asegurar que esta no estaba envenenada.

También está el relato de Ángela Soriani, la cual aseguraba que su tía, Carmen Torrentegui, fue la cocinera del Führer durante su estancia en una finca al sur de Argentina. Si bien es cierto que dos submarinos alemanes llegaron a Argentina después de la guerra (el U-530 y U-977), lo hicieron para no tener que entregarse a las fuerzas británicas. Pero en ninguno de ellos arribó ningún jerarca.

Los que sostienen esta versión alternativa hablan de una flota de tres submarinos que desaparecieron en abril de 1945. Pero lo cierto no es que las naves se esfumaron sino que fueron hundidas por la flota aliada: el U-1235 fue alcanzado el 15 de abril por los torpedos enemigos, el U-880 fue hundido el 16 de abril, un día después, por un destructor americano y el 22 de abril sucedió lo mismo con el U-518.

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En 2014, tras la publicación de otro de sus libros, Basti siguió defendiendo su teoría de que Hitler “no vivió enclaustrado”, sino que se trasladaba con total libertad por Argentina y otros países como Brasil, Colombia y Paraguay. Según el periodista, las principales agencias de inteligencia del mundo, como la CIA y el MI6 británico, contaban con informes y fotografías que confirmaban su presencia en Sudamérica después de 1945.

Al mismo tiempo, afirma que hasta detallaban que, durante los dos primeros mandatos de Juan Domingo Perón (1946-1955), Hitler vivió en la hacienda San Ramón, a unos 15 kilómetros de Bariloche, bajo el seudónimo de Kurt Bruno Kirchner. La teoría fue también sugerida por Gerrard Williams y Simon Dunstan en su libro “Grey Wolf: The Escape Of Adolf”. Estos dos autores británicos aseguraron que el genocida había muerto en Argentina a los 73 años, en 1962.

Fuente: BBN