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El otro Luna Park, el bar de pueblo con costumbres del siglo pasado que dirigen un peón rural y su pareja

Marcos y Estefanía lo abren todos los fines de semana en Polvaredas, un pueblo cercano a Saladillo. Allí, se juega a las bochas, a las cartas y se toman bebidas que no se consiguen en las barras de Palermo. El origen del nombre y el baile anual que termina al amanecer

Marcos no dejaría de vivir en el campo por nada del mundo. El hombre, hoy de 44 años, es nacido y criado en Polvaredas, un pequeño pueblo cercano a Saladillo en plena llanura pampeana.

En Polvaredas, “su lugar en el mundo”, Marcos hizo la escuela primaria y secundaria. Como amaba el campo estudió para técnico agropecuario. Había empezado a trabajar de albañil, pero enseguida sintió el llamado de la vida en la llanura. “A los 19 años me fui a un rancho y a trabajar de peón rural – relata en diálogo por teléfono con Infobae-. Aprendí de todo de los viejos camperos. Cómo tratar a los animales y todas las actividades del mantenimiento. Desde los alambrados, los molinos y hasta colaborar en los partos de las vacas”.

Como nunca soñó con las luces de Buenos Aires, Marcos se iluminaba con un farol en el rancho para seguir estudiando. “Vivía en condiciones muy precarias. Hasta tenía que comprar el agua, porque el pozo como estamos cerca del río Salado es intomable”.

Amor en plena llanura

Al poco tiempo se enamoró de Estefanía, la hija del encargado de un campo vecino. “La conocía desde que éramos chicos. Y cuando crecimos nos pusimos a salir”, explica el hombre de campo, mientras de fondo se escuchan pájaros que parecen puestos allí por el sonidista de un podcast.

Uno de los carteles más curiosos del boliche de PolvaredasUno de los carteles más curiosos del boliche de Polvaredas

Se pusieron en pareja y seguían con su vida de pueblo en la localidad. Si estuviéramos en una película de Hollywood sería de esas en la que la pareja enfrenta junta toda la rudeza de la vida de campo. El plano final los va a mostrar a los dos en el mismo caballo cruzando la pradera abrazados con el sol que les pega en la cara y se las ilumina. Ellos se miran, se besan y llegan los títulos.

La mujer es también nacida y criada en el campo. Y, al igual que su pareja, tampoco sueña con llegar al caos de la gran ciudad.

Los primeros años vivieron en el rancho que era de la abuela de Marcos. Una pequeña casita de paredes de adobe en la entrada de Polvaredas. Con el tiempo, primero se hicieron cargo del buffet del club Pampero. “Venía poca gente, porque la población del pueblo está acostumbrada a la comida casera de su hogar – sostiene Marcos-. Todos acá nos criamos con largas mesas familiares en la que se almorzaba o las pastas de la abuela o el asado a la cruz”.

Sin embargo, mientras seguía con su trabajo de peón rural toda la semana, Marcos insistió. “Quería darle a Polvaredas un lugar para el encuentro y el diálogo. Acá nos conocemos todos. Pero está bueno tener un lugar para confraternizar con los vecinos. Sería el clásico boliche del pueblo que es un clásico en todas las localidades”, explica el hombre, entusiasmado.

Los duelos en las canchas de bochas, un clásico de PolvaredasLos duelos en las canchas de bochas, un clásico de Polvaredas

¿Por qué Luna Park?

Tras negociaciones con la dueña, la pareja se puso al frente del bar del pueblo que no estaba cerrado, pero tenía muy pocas visitas. En Polvaredas todos conocen el lugar como el Luna Park. Es que hace unos 80 años, eran comunes las peleas de los paisanos en las noches largas de fin de semana. Alguna vez, en un encontronazo, uno de los habitués cortó una pelea diciendo “esto parece el Luna Park ya”. Y el nombre quedó para siempre.

Cuando Marcos y Estefanía se hicieron cargo del proyecto, el apoyo del pueblo fue total. “Lo estábamos arreglando y nos tocaban la puerta para ayudar –resalta el emprendedor-. En la decoración puse muchas cosas de mis colecciones, como las latas de galletitas. Pero también, los vecinos trajeron sus objetos para aportar al bar”.

Antes de la llegada de los nuevos encargados, el boliche era solo para hombres. Eso cambió por decisión de la pareja. “Al principio, todos los gauchos se apiñaban en la cancha de bochas y dejaban a las mujeres solas en el bar. Cómo que no se acostumbraban. Por suerte con el tiempo ahora ya se acomodaron. Ya nadie viene solo al Luna Park”, se enorgullece Marcos.

Marcos y Estefanía en la barra del Luna ParkMarcos y Estefanía en la barra del Luna Park

El bar, además, cuenta con una cancha de bocha de arcilla usada por los hombres del pueblo. Desde que Marcos y Estefanía se hicieron cargo del

La localidad tiene 200 habitantes sumando a todos los que viven en campos vecinos. En el centro del pueblo entonces no viven mucho más de 100 personas. El Luna Park de Polvaredas sobresale como una esquina tradicional, estilo pulpería, y al costado el tinglado con la cancha. El ruido de los bochazos se escucha desde todo Polvaredas. “Están jugando”, suelen decir los vecinos las tardecitas de los viernes cuando empieza a caer el sol.

“Todos los días que abro tengo entre 15 y 20 personas del pueblo que vienen a consumir- Lo hacen muchas veces como una manera de aportar a que el Luna Park siga abierto. Y eso es emocionante para mí”, sostiene Marco.

Todos los viernes cuando abre el boliche del pueblo, Marcos llega a las 20 y ya hay cola una antes de los vecinos de Polvaredas para ocupar las mejores mesas o alquilar la cancha de bochas para un partido. Es que el Luna Park de la llanura pampeana vive su momento de furor en la zona.

Una mesita al sol de la primavera, otra de las opciones del bar de PolvaredasUna mesita al sol de la primavera, otra de las opciones del bar de Polvaredas

Los partidos de bochas se juegan 3 contra 3 y el equipo perdedor es el encargado de pagar la cancha. Actualmente el costo es de 900 pesos. El bar ofrece milanesas, hamburguesas y pizzas los viernes. “Todo elaborado por Estefanía durante la semana”, relata Marcos. Los sábados se agrega la parrilla a cargo del peón rural. una vez por mes, el Luna ofrece espectáculos musicales (como el estadio porteño). Allí, en general Marcos y Estefanía suelen poner el cartelito de entradas agotadas. En esos eventos, muchas veces llega gente desde Buenos Aires y el conurbano El boca a boca funciona y el boliche de Polvaredas tiene cada vez más público los fines de semana.

La noche de Polvaredas

“Es toda una revolución para el pueblo, porque muchos vecinos se sienten un poco invadidos -explica el peón rural-. En general o vienen más temprano y se acomodan donde pueden. O a veces se quedan hasta que se vayan todos para poder disfrutar un rato solo entre gente de la localidad”.

En el Luna Park siguen existiendo las costumbres del siglo pasado. Marcos se desespera si alguna noche no logra pasar por todas las mesas para saludar y ver que todo esté bien. Cada habitué le dice a los gritos lo que consumió y el encargado le hace la cuenta. Si no tiene dinero en ese momento se lo puede pagar en otro momento.

Una de las noches mensuales de shows con entradas agotadasUna de las noches mensuales de shows con entradas agotadas

En la barra y las mesas del boliche se mantienen muchas de las viejas costumbres del pueblo. Se toma hesperidina, vermut, fernet y cynar. En general todo con soda. Antes, también se pedía Pineral, pero dejó de producirse. “Tengo un par de botellas cerradas, pero las guardo como un tesoro”, confiesa Marcos. Llega gente de la ciudad que ve a los gauchos tomar el trago y piden probar. En general ,quedan asombrados por la espuma espesa del Cinzano Rosso o por el vecino que suele agregarle fernet al Gancia para darle un toque amargo al cóctel rural.

Una vez al año, cuando promedia la primavera, la pareja organiza el baile de Polvaredas. Cortan la calle principal y bailan durante toda la noche. Primero folklore y ya de madrugada cumbias. La música suele escucharse hasta la profundidad de la pampa, en los campos cercanos al pueblo.

Otra de las costumbres del bar son las cartas. “No se juega por plata”, aclara Marcos. En este tema, también, se mantienen las costumbres. Se juega al truco y al tute cabrero. Los vecinos también se apuran para ocupar las mesas y poder disputar una partida con vista a las calles de tierra de Polvaredas. En general, los visitantes que vienen de otro lado miran y tratan de aprender. “En especial al tute que ya no se juega tanto en Buenos Aires”, explica.

Así, Marcos y Estefanía aunque a veces estén cansados por el trabajo sostienen que van a seguir con el Luna Park en pie. Es el sitio para que todos los vecinos puedan venir a charlar. “Le da vida al pueblo”, resume el peón rural. Corta la bocha, como se dice casi todas las noches en el galpón del pueblo.

Por Mariano Jasovich-Infobae