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El humor está de luto: falleció Juan Carlos Mesa

El actor y guionista, ícono durante décadas de la TV argentina, falleció esta mañana a los 86 años. Brillante a la hora de escribir, deja un legado enorme de más de medio siglo de trayectoria.

El artista, que padecía de diabetes y se encontraba internado, no había podido superar el deceso de su esposa Edith, quien murió en noviembre pasado.

Jamás se inhibió ante una cámara, un micrófono o un escenario. De hecho, en el primer paso que dio hacia la consagración como uno de los más enormes humoristas de la historia de los medios audiovisuales de la Argentina aún vestía el guardapolvo. Fue a instancias de su madre, cuando asombró a la audiencia de LV3, en su Córdoba natal, al recitar de memoria rimas de Germán Berdiales en el programa infantil Gorjeo y Doña Tremebunda.

Pero este hombre robusto, que detrás del corpachón siempre guardaba un gesto amable, la actitud campechano y esa frase siempre justa, sentenciosa y ocurrente del sencillo hombre de pueblo, se hubiese incomodado ante cualquiera que se animara a calificarlo como lo que fue: un grande en el más amplio y acabado sentido de la palabra. Fue grande desde su maciza corpulencia física, pero también (y sobre todo) a partir de una prodigiosa capacidad de trabajo que lo llevó en su momento de apogeo a escribir simultáneamente varios ciclos de éxito y dejar en todos ellos, al mismo tiempo, la marca de un estilo y la sensación de que sería incapaz de repetirse.

La fertilidad fue el rasgo más notable de la carrera de Mesa, pero aún más notable que la cantidad resultó el detalle de ese copioso aporte a la mejor antología del humor en la radio y en la televisión local, con menores contribuciones para el cine y el teatro. Mesa escribió para todos los grandes capocómicos y figuras centrales de la comedia local a lo largo de tres décadas, y en casi todos los casos hizo que cada una de ellas brillara, viviera probablemente sus mejores momentos y acentuara todavía más los rasgos de su propia identidad y la mejor conexión con el público.

Había llegado a Buenos Aires con la tarea expresa de escribir para Jorge Porcel (Los sueños del Gordo Porcel). Con el tiempo le tocó hacer lo mismo con Carlos Balá (El clan Balá), Joe Rígoli (Bonete), Tato Bores (De Tato para todos, Tato vs. Tato, Tato %), Pepe Biondi (Festibiondi), Juan Verdaguer (Verdaguer y sus inquilinos de alquiler) y Alberto Olmedo (El chupete). También se sumó a elencos autorales de ciclos de sketches que hicieron historia, como La Tuerca yHupumorpo, y otros con menor repercusión: La matraca, Frac, Flash, Llámele Hache, Las hormigas, Asado con cuentos. Y como si todo esto fuera poco, se lució todavía más como libretista de exitosas telecomedias, de Mi cuñado yGorosito y señora (brillantes precursoras locales del modelo clásico de sitcom) aStress y Brigada cola.

También conoció el fracaso (Fresco y Batata, Pizza party, Gran Hotel Casino), pero jamás se desanimaba ante un tropezón. Un espíritu optimista aparecía en Mesa como la manifestación natural de su talento para hacer reír. “Supongamos que de las 60 secuencias que tengo por capítulo me fracasan totalmente 30. Todavía tengo otras 30 para defenderme”, dijo en 1984 a propósito de su máximo triunfo televisivo, Mesa de noticias.

No hubo programa más exitoso e influyente en todo 1983 que esta formidable tira diaria que emitió ATC con Carlos Montero y Gustavo Yankelevich como productores, un gran elenco y Mesa como capitán del barco. Aún dueño absoluto de la marca registrada del ciclo, sabía hacer las cosas para mostrar a todos que se trataba de un trabajo de equipo. Cada episodio tenía esas 60 secuencias de las que hablaba más arriba, con la obligación de incluir siempre un gag.

“Teníamos un total de 48 netos de contenido artístico con sketches que jamás se estiraban ni tenían un remate espectacular. A veces se trata sólo de provocar una sonrisa amable”, reconoció por entonces. Pero lo más notable consistía en escribir al ritmo de la actualidad, ya que el programa (ambientado en un noticiero de TV) tomaba nota de las cosas cotidianas que ocurrían y eran noticia de verdad. Mesa y Jorge Palacio (Faruk) armaban los guiones el mismo día de emisión y las grabaciones siempre se hacían contrarreloj.

“Fue un programa que marcó un cambio, una renovación en la manera de expresar el humor”, confesó años más tarde ante Jorge Nielsen en uno de los tomos de La magia de la televisión argentina. “Y teníamos -agregó- una producción de lujo con Carlos Montero y Gustavo Yankelevich, al que le pedía una lancha colgada de un árbol y a la mañana siguiente la tenía”. El otro aporte notable fue el del malogrado Gianni Lunadei (“un creador increíble de muletillas, con una gracia corporal inolvidable”). Su fantástico De la Nata hizo nacer una sociedad entre Lunadei y Mesa que luego continuó con El gordo y el flaco.

En esas instancias quedaba expuesto en plenitud el estilo humorístico cultivado por Mesa: “Puede ser definido -le contó a Nielsen- como costumbrista o paisajista. Trato de copiarle a la vida lo que tiene de grotesco por el tamiz del humor. Tengo un compromiso de copiarle cosas a la vida y permanentemente estoy tratando de capturar imágenes en aquello que a los ojos de los demás parece demasiado serio. El humor es eso: ponerse el saco al revés”. Siempre afirmaba que su búsqueda humorística consistía en encontrarle el lado menos dramático a la realidad cotidiana. Lo hacía con una mezcla de inocencia y surrealismo, escapando a través de una sana picardía de ciertos lugares a los que prefería no visitar: el humor negro, el doble sentido explícito, la vulgaridad. “Cuando se invade la privacidad de las personas para hacerlas reír, es muy difícil sentarse ante una máquina de escribir y pretender ser sutil”, decía hace unos años, anticipánddose a la fiebre exhibicionista de la actualidad.

También esquivó el humor político, aunque siempre se sintió cómodo junto a Tato Bores. Con él jugaba un humor más transparente y clásico, construido a puro gag. Y con él llegó probablemente a la cumbre de su función como actor, artífice ahora ante las cámaras de sus propias creaciones, como partenaire del “tío Josei”, maravilloso personaje del “actor cómico de la Nación”.

Esa faceta de Mesa también fue muy celebrada. Su imponencia física lo hacía todavía más gracioso, desde los memorables tiempos de Humor redondo (contando las andanzas del Cabezón Fanfaifa para regocijo de Cammarota, Garaycochea, Jorge Basurto y Héctor Larrea) hasta una destacada aparición diez años atrás en Primicias, tira de Pol-Ka y un último, fugaz y olvidable paso porRSM en 2005. Ese don impar para narrar cualquier hecho cotidiano en clave humorística seguía la línea de sus ancestros españoles. De su padre andaluz heredó la jovialidad de un humor que se valía de la fantasía, el absurdo y la exageración. De su madre cordobesa, la vocación artística: ella era bailarina de jotas e hija de otro español que había llevado las romerías de su tierra a la provincia mediterránea.

El resto fue aportado por la propia idiosincrasia cordobesa y la voracidad lectora de Mesa, que de chico memorizaba sin problemas extensas obras en verso de Rubén Darío, Lugones y Belisario Roldán y, de grande, también supo escribir poemas que permanecen inéditos. Nadie como él (quizás con la sola excepción de Roberto Fontanarrosa) supo sacar provecho en sus rutinas cómicas de las enseñanzas que deja la lectura de los clásicos.

Todo comenzó en Córdoba, cuando recurrió a la radio como punto de apoyo para la difusión de un conjunto folklórico, La gauchada, junto al cual recorría la provincia presentándose en fiestas y exhibiciones. Años después, ya en Buenos Aires, perfeccionaría su estilo con un programa matutino que también dejó huella, El tenis de Mesa. Llegó a ser director artístico de Splendid y, más tarde,integrante del comité de programación de Canal 13.

Juan Carlos Mesa deja como herederos a un hermano (Edgardo) que siguió parte de ese camino cambiando el periodismo serio por el humor y un hijo (Gabriel) que sigue sus pasos con nombre propio y reconocimiento creciente. El último programa que escribió fue Rompenueces, con parte del gran elenco uruguayo de Hupumorpo.

“La realidad nos llevó al talk show, a los realities, a las economías. Los capocómicos fueron desapareciendo. Los programas con elencos grandes y sketches perdieron interés”, confesó amargamente luego del rápido levantamiento del ciclo. Allí cerró un ciclo de casi 60 comedias para TV, 10 programas de radio, 14 películas, 29 obras de teatro y café concert, innumerables premios, homenajes y reconocimientos. “Aunque las cosas han cambiado mucho -dijo allí, casi como una despedida anticipada- no me quejo de mi suerte. Yo solamente escribo”. Le alcanzó para ser un grande de verdad, en todo sentido.