Chubut Para Todos

El doble rol de los salarios

La aceleración de la inflación durante el primer trimestre de 2021, potenciada por el evidente rezago de los salarios, que vienen perdiendo con los precios sistemáticamente desde 2016, ha hecho que desde hace algunas semanas se vuelva a poner en agenda en Argentina la puja distributiva

La aceleración de la inflación durante el primer trimestre de 2021, potenciada por el evidente rezago de los salarios, que vienen perdiendo con los precios sistemáticamente desde 2016, ha hecho que desde hace algunas semanas se vuelva a poner en agenda en Argentina la puja distributiva. Se cierran paritarias, se renegocian contratos, se discute la evolución futura de los salarios nominales en un contexto de inflación incierta, con lo que, si bien podemos saber si algunos sueldos recuperarán lo perdido por la inflación pasada o no -o, mejor dicho, si empardarán el salario real de determinado momento, dado que ninguno llegará al valor de 2015-, lo que no podemos saber es si estos aumentos de salarios serán mayores o menores que la inflación proyectada a futuro. Es decir, la puja distributiva tiene un momento clave, pero no único, en las paritarias: el resultado de la puja dependerá de cómo evolucionen los precios.

En tiempos de puja es común ver en la televisión y en los principales diarios a los grandes empresarios reclamando la moderación de las paritarias o la reducción de costos (entre ellos el salario) con el fin de evitar que empeore la competitividad. “Si suben mucho los costos, nadie querrá invertir y caerá el empleo”, nos dicen, “con lo que a los aumentos salariales benefician a los sindicatos pero no a los trabajadores en general”. ¿Qué tan cierta es una aseveración como esta? O, mejor dicho, ¿cuáles son los fundamentos que la sostienen silenciosamente?

Es cierto que, ceteris paribus -es decir, si todo lo demás permanece constante- un aumento de salarios implica una reducción del margen unitario de ganancia de los empresarios, equivalente a cualquier aumento de costos -impuestos, energía, insumos, alquileres, etcétera-. Es decir, si para cada unidad producida y vendida podemos calcular un costo unitario -también llamado costo medio- y el margen es la diferencia entre el precio de venta de esa unidad y el costo unitario, claramente un aumento de algún costo implicará una reducción de ese margen.

Desde ya, los costos medios pueden ser constantes, crecientes o decrecientes en relación a las cantidades producidas. Es lógico suponer que en establecimientos nuevos, que requieren una gran inversión en capital fijo, los costos serán decrecientes, puesto que los costos fijos se prorratearán entre más unidades de producto. Sin embargo, en empresas que ya funcionan, y que en relación al capital fijo lo que deben contemplar son las depreciaciones, amortizaciones o reparaciones, que los costos sean constantes, crecientes o decrecientes dependerá de características tecnológicas. Si bien la teoría neoclásica suele asumir que los costos son crecientes -o los rendimientos decrecientes- este supuesto, que surge de una explicación de David Ricardo sobre el sector agrícola, no parece generalizable a las industrias modernas ni mucho menos a la producción de servicios. En cualquier caso, es claro que aumentar la escala de producción hará que suban los costos totales, pase lo que pase con los costos medios. También es claro que el aumento de precio de alguno de los componentes del costo, por ejemplo el salario, hará que el costo de producir la misma cantidad que antes sea mayor. En este sentido, parecen tener razón los empresarios que se quejan del impacto de los aumentos salariales en sus costos y en sus márgenes.

Sin embargo, debe prestarse atención a que en el párrafo anterior aclaramos que la cantidad producida debe ser la misma que antes. ¿Qué define cuántos bienes produce una fábrica? En este punto la ortodoxia tiende a suponer que, en teoría, produce lo máximo posible dada la disponibilidad (y precio) de los insumos necesarios. Sin embargo, este supuesto es demasiado restrictivo. En general, las empresas producen de acuerdo con la demanda que reciban. Es decir, la escala de producción depende del tamaño del mercado. Entonces, siempre que miremos un cambio en algún precio o en cualquier variable que incide sobre el proceso productivo deberemos observar no solo el efecto sobre el costo medio o el margen unitario sino también el impacto sobre las cantidades demandadas, mucho más indirecto. Este efecto no suele contemplarse desde las miradas ortodoxas que suelen asumir que la cantidad producida está fija o solo determinada por factores externos al funcionamiento de la economía.

Así, si la perturbación genera un aumento de la demanda, salvo que haya límites a la expansión productiva esto significará un incremento en las cantidades fabricadas y vendidas. Si la tecnología del sector es de rendimientos crecientes -o costos decrecientes- esto implicará un aumento tanto de los márgenes totales -es decir, la masa de ganancias- como de los unitarios. Si los rendimientos son constantes, el margen unitario no sufrirá alteraciones pero la masa de ganancias aumentará. Si son decrecientes, el margen unitario caerá y el resultado sobre márgenes totales dependerá de cada caso.

Entonces, cabe preguntarnos en qué casos un aumento de los salarios implicará un incremento en la demanda. La respuesta es evidente: en aquellos sectores cuya producción se destina principalmente al consumo de trabajadores domésticos. Si además se trata de un sector con rendimientos crecientes -es decir, costos decrecientes- el aumento de la demanda lleva a una reducción de los costos unitarios. Este es el caso paradigmático de las industrias fordistas de mediados del siglo XX -incluyendo las de la Argentina de la sustitución de importaciones- y sigue siendo vigente en parte de la producción manufacturera actual. Entonces, los costos suben por el aumento salarial pero caen por la expansión de la producción, en tanto las ganancias totales aumentan. Si es así, ¿por qué los grandes empresarios se oponen con tanto fervor a los aumentos de salarios?

Por un lado, no todos los sectores operan con rendimientos crecientes, con lo que en muchos casos es razonable pensar que el margen unitario disminuya (lo que, incluso, puede suceder en sectores con rendimientos crecientes trabajo-intensivos, donde el efecto de costos sea mayor al del aumento de la demanda). Sin embargo, ante un aumento de la demanda es razonable que aumenten las ventas  -y por ende la masa de ganancias- en la mayoría de los casos.

Sin embargo, no todos los sectores basan su demanda en el consumo doméstico ni mucho menos en el consumo de trabajadores. La lógica fordista, que se basaba en la producción de bienes durables en series largas para el consumo de familias obreras, hoy se reproduce parcialmente. Desde hace unos cincuenta años se viene profundizando una transformación productiva global tendiente a segmentar productos y distinguir nichos de mercado. Ya no se trata de venderle lo mismo a muchas personas, sino de venderle muchas cosas a un grupo selecto de personas. Si la escala se vuelve internacional -porque la producción es a su vez transnacional- ese grupo selecto puede no ser tan pequeño. En las actuales cadenas globales de valor, los obreros de los eslabones intensivos en trabajo, radicados en países subdesarrollados, rara vez acceden al consumo de los bienes que ellos mismos producen en grandes cantidades. Que ellos perciban un bajo salario no perjudica las posibilidades de realización de las ganancias en la producción en la que participan.

En este sentido, si el sector en cuestión apuesta a la demanda externa, los salarios serán solo un costo y en el cálculo de los empresarios estos deben ser tan bajos como sea posible. Si se trata de sectores intensivos en trabajo, que compiten con otros similares de países mucho más pobres, la competitividad internacional estará signada por la baja de costos. En cierto sentido, la creciente desigualdad mundial inscripta en una globalización asimétrica ha generado que cada vez más sectores productivos tengan como única premisa el aumento de la competitividad internacional, desechándose el rol del salario como potenciador de la demanda interna.

Pero hay algo más, que en la Argentina del siglo XXI no puede ser soslayado. La industria manufacturera local sigue vendiendo principalmente al mercado interno y sigue explicando una parte fundamental del empleo. Los servicios, aun siendo cada vez más transables por el avance de las tecnologías de la comunicación, no dejan de depender enormemente del mercado interno. En criollo, que la gente tenga plata en el bolsillo es indispensable para que los comerciantes barriales y las pequeñas empresas puedan subsistir. Si bien es cierto que el salario no es el único canal para tener plata en el bolsillo -y aquí cabe resaltar el rol de las transferencias monetarias no condicionadas, asignaciones o jubilaciones-, no deja de ser central. Entonces, si la demanda de muchos sectores sigue dependiendo enormemente de la plata en el bolsillo que viene del salario, ¿por qué los empresarios patalean ante cada aumento de sueldo?

A nivel individual, es bastante claro que el efecto de costos es mucho más directo que el de la demanda. De hecho, a cada empresario le conviene pagar salarios bajos (por el efecto costo) pero que los demás empresarios paguen salarios altos (por el efecto demanda). Por eso mismo en la Europa de los Estados de Bienestar la negociación colectiva tripartita (Estado, cámaras empresarias y sindicatos) no solo era deseable para los trabajadores sino que también lo era, en su resultado social, para los empresarios. Desde ya, cuando coexisten en un mismo país y en una misma negociación salarial sectores mercadointernistas y sectores exportadores la cuestión es mucho más compleja. Sin embargo, en general la posibilidad de arribar a consensos representativos que expresen un resultado social indirecto y trasciendan los efectos directos depende de la institucionalidad, de aspectos propiamente políticos y de los paradigmas consensuales de cada momento. Las disputas internas en las propias cámaras y confederaciones empresarias son expresión de esta dificultad.

Pero hay algo más, que ya fuera adelantado por el economista polaco Michal Kalecki en su famoso artículo titulado “Aspectos políticos del pleno empleo”, de 1943 (disponible aquí: http://www.cyta.com.ar/biblioteca/bddoc/bdlibros/Kalecki-pleno-empleo.pdf): la agenda política del empresariado muchas veces se contradice con su agenda económica o con la pretensión de maximizar ganancias (sean márgenes unitarios o totales). Los altos salarios o el bajo desempleo, que suele venir acompañado por sueldos más altos, son, muchas veces, situaciones en los que los capitalistas ganan muchísimo dinero, pero la acción política del capital como clase social lejos está de actuar como tal. Cuando los salarios suben, los empresarios pueden perder poder relativo, o en todo caso poner en riesgo el control de los procesos políticos y económicos. La desaparición del miedo al desempleo o el enriquecimiento relativo de los trabajadores hacen que cambien las relaciones de fuerza al interior de las fábricas y unidades productivas, con su correspondiente expresión diferencial en la política nacional.

En síntesis, en una economía capitalista los salarios juegan un doble rol a los ojos de los empresarios: son un costo, pero también son demanda. Cuál de los dos prime dependerá de cada sector o de cada empresa: lo tecnológico o técnico, el mercado, la diferenciación o segmentación de la demanda, la inserción internacional, el tipo de negociación colectiva, la previsibilidad del futuro o el debate político en general, entre otras, son variables relevantes. Pero también lo es la teoría económica sobre la cual se construyen consensos, tanto entre los empresarios como a nivel general. La ortodoxia, al asumir que las cantidades producidas están fijas, omite estos debates y se queda solo con el salario como costo. A su vez, la sobrerrepresentación mediática y corporativa de algunos sectores empresariales, vinculados al mercado externo, a cadenas globales o inserciones multinacionales, donde efectivamente prima la búsqueda de competitividad por salarios, tiende a silenciar las voces de sectores que dependen fuertemente del poder adquisitivo de la demanda interna y que, no casualmente, son aquellos que más han sufrido las consecuencias de las recesiones, principalmente cuando tuvieron lugar en conjunto con políticas aperturistas y desreguladoras.

El salario es costo pero también es demanda y una parte importante de las firmas argentinas necesita demanda para poder funcionar. Los aumentos del salario real benefician a los trabajadores pero también a muchas empresas, principalmente pequeñas y medianas. Revertir la unicidad mediática de la dimensión del salario como costo es una tarea fundamental a la hora de dotar de legitimidad social a las negociaciones paritarias.

Por Nicolás Dvoskin- EPD