Chubut Para Todos

Doble conducta

Se los puede ver juntos en Punta del Este: Coppola y Stiusso, Guillermo y Jaime, el ingeniero. Uno, experto en Maradona, hablando de Diego y de la muerte del hermano Hugo. El otro, protagonista subdesarrollado de Le Carrè, atendiendo la multitud de rumores que ronda al inestable gobierno de los Fernández. Dicen que parece saber más de lo que expresa: el mito del espía.

También retozan por el balneario otros allegados al Presidente, léase el ex vocero Biondi (más atinado en no decir que en decir cuando estuvo en el Gobierno, al revés de su sucesora en el cargo) y un Vitobello que supo animar las copiosas tertulias de Olivos.

Mundo breve dominado por la llegada de Alberto a la CELAC en su vocación de busto y figurita del Billiken, el sinuoso desfiladero de Martín Guzmán ante el FMI y la nueva confrontación entre el uno y la dos del oficialismo, recurrente, aburrida, con Máximo nervioso y Massa observando las promesas incumplidas del ministro.

También Massa, ahora encerrado porque la esposa está con covid y sin disfrutar la colocación de un ministro de Transporte en la provincia de Buenos Aires, no desea quedarse afuera y se dispone a competir en el 2023 por la primera magistratura. Así lo advierten intendentes bonaerenses que ya le han dicho lo característico en estas situaciones: “Yo te pertenezco”. Las encuestas, por ultimo, determinaran la duración de esa propiedad.

Hasta reapareció Kicillof como médico de cabecera de la Doctora, justo cuando Martín Insaurralde y el Cuervo Larroque se prueban el traje del presunto muerto gobernador: creen que esa herencia futura les corresponde.

Escapar hacia adelante. Alberto logró un cargo internacional en la populista CELAC luego de varios fracasos en otros organismos. Se ayuda para sostener su fuga hacia adelante: la proclamada reelección, un optimista. Varios de sus íntimos le objetaron ese empeño “antiyanqui”, pero triunfó más la tentación y el halago.

Lo ayudó en la gestión el esfuerzo –es una forma de decir– de Cafierito y su sherpa en países caribeños, el embajador Martínez Pandiani, a quien se lo recuerda como “el hombre que la ayudaba a pensar a Chiche Duhalde”, el que la imaginaba posible presidenta y no solo gobernadora, redactor de varios de sus libros y quizás autor de frases memorables como “me duele la Argentina” (nunca ella dijo cuál era la parte de su cuerpo afectada). Se ha vestido de verde el mandatario con boina al tono para fustigar al gobierno de Biden, acompañado por una legión de incorrectos regionales o agentes dobles como López Obrador: más griterío para un patio trasero en constante decadencia.

Se congratula Alberto en Chapadmalal de ese nuevo pasaporte, aunque su interna es un hervidero: Máximo lo ha increpado por saltearlo junto a Massa de ciertas deliberaciones, se comenta que Wado de Pedro no cumple con determinadas instrucciones a los gobernadores que ordena el Presidente, Cristina se le ausenta de cualquier convocatoria y le ha puesto un veedor en la conducción económica:  Kicillof. Mucho ruido.

Luego de una reunión en la Rosada con la oposición que se había publicitado como clave (y que se repetirá en 15 días), el gobernador partió raudo a susurrar su contenido en los oídos de Cristina, típico correveidile para sostenerse en el puesto y aspirar a otro superior. No le alcanzan a la vice con los informes de los servicios.

Un rato antes, el ahora relanzado Kicillof, se había despachado contra Guzmán frente a sus narices: insinuó que no conocía las reglas del poder internacional, compartió la amenaza de la deuda como una bomba atómica y, lo peor, sugirió la conveniencia de tomar medidas excepcionales ante la roca Tarpeya de vencimientos a pagar en marzo. Como nadie sabe cuál es la dimensión “excepcional” enunciada por el gobernador preferido, los bonos caen mientras se evaporan los dólares.

El ministro se ha vuelto un enigma, inclusive para su protector Alberto. Ni hablar para Cristina, quien lo ha consultado pero solo ha visto castillos de arena: tanto secreto guarda Guzmán sobre sus negociaciones exclusivas que ahora hay más de una sospecha sobre la existencia de tales negociaciones. Sería la estafa del siglo. Y, si no lo fuera, ya puede considerarse irresponsable haber dejado en una sola persona y bajo siete llaves el tratamiento de un tema tan delicado. Inclusive si Alberto estuviera enterado.

El verso del Fondo. El FMI, por su parte, al margen de las advertencias, se cobija en recursos lingüísticos para seguir la llamada “sarasa” de Guzmán: como aceptan que “la deuda no debe pagarse con el hambre del pueblo” ni bajo el “ajuste” que empezó a ejercerse hace varios meses, ya no insiste con las reformas estructurales ni reclama por cambios impositivos, laborales o jubilatorios. Simplemente comunica: avisen cuáles son las medidas para que el país crezca, no queremos interferir. Casi el mismo lenguaje que la Casa Rosada. Pero sin efectividades conducentes, como diría Yrigoyen. Por ahora.

Son los mensajes para la tribuna. En el vestuario, se preguntan cuánto quiere gastar el gobierno argentino, el descenso de la emisión y cómo va a financiar su déficit (hay pruebas de que Guzmán aventuró fuentes absurdas en su rechazado presupuesto).

Entre otros interrogantes, les cuesta entender la doble conducta de Guzmán, que por un lado habilita la suba de tasas del Banco Central en línea con un posible acuerdo y, en simultáneo, como si fuera a romper con el organismo, intenta preservar reservas con medidas inéditas, recesivas e inflacionarias. Como  la negación a financiar a las automotrices, lo que no se le ocurrió siquiera a Guillermo Moreno en su momento de esplendor estatista (no se sabe, tampoco, la razón de este veto a los autos y no a los celulares de alta gama que los amigos de Macri y los Fernández producen en el Sur).

Se puede entender que operen a favor de un acuerdo por terror a un colapso financiero, pero no se comprende por qué al mismo tiempo actúan como si no desearan cerrar esa negociación. O será que le temen en demasía a un pacto con el FMI que será doloroso y ajustado no solo para jubilados y un sector de los empleados públicos. Como hasta ahora.

Por Roberto García – Perfil