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Darío Sztajnszrajber: “Soy feliz cuando me angustio porque la angustia es liberadora”

El filósofo argentino que se anima a sembrar preguntas existenciales en la masividad acaba de publicar su nuevo libro, “Filosofía en 11 frases”. En diálogo con Infobae Cultura, se refirió a los tiempos normalizadores y a la necesidad de transgresión, al ser humano como “animal contradictorio” y al conflicto como “generador del crecimiento intelectual”

Darío Sztajnszrajber prefiere mandar audios. Del otro lado del teléfono, su voz —inconfundible— confirma que sí, que estará en el lugar y el tiempo indicados. Y así es: Darío Sztajnszrajber se hace presente envuelto en zapatillas de lona, jean suelto, remera floreada y campera de algodón. En la espalda una mochila y en la nuca, su rodete característico. Después de un café de máquina y algunos comentarios sobre la lluvia torrencial que estaba a punto de largarse, el caos permanente de una ciudad que ya no sabe qué hacer con su ansiedad y alguna observación ácida sobre el mundillo de los medios de comunicación, aquí está, como siempre: relajado, vivaz y dispuesto a conversar de Filosofía en 11 frases, editado por Paidós hace apenas unos días, pero también de todo lo que esas 311 páginas no contienen.

“Un encuentro entre la ficción y el ensayo filosófico”, dice frente a la cámara, sentado sobre una banqueta alta, para describir su última publicación. Es una especie de continuación de ¿Para qué sirve la filosofía?, el primero, publicado en 2013, porque hay un personaje que toma del contexto cotidiano distintos elementos para filosofar. En aquel libro, ese personaje transita por el conurbano; en este, lo hace por la Capital. De este modo y sin ser un libro atestado de citas, notas al pie y bibliografía de referencia, el viaje literario que propone Filosofía en 11 frases surge de los cursos abiertos que dio en Buenos Aires, en la Facultad Libre de Rosario, en Montevideo con un dispositivo similar: “Este año fui por este lado: cada clase, una frase, y los resultados de ese curso y la investigación que hice me sirvieron de plataforma para escribir este libro”, explica.

Quizás ni haga falta mencionar por qué Darío Sztajnszrajber es el gran divulgador contemporáneo de la filosofía, el hombre que encendió una chispa perdida entre los adolescentes, el primer nombre que aparece en Google cuando alguien pone en el buscador “filósofo argentino”. Su programa televisivo Mentira la verdad, el radial Demasiado humano, los espectáculos teatrales Desencajados y Salir de la caverna dicen mucho al respecto. Pero más dicen sus propias palabras —espontáneas, pero no por eso menos reflexivas— cuando salen de su boca de forma clara, precisa, firme, argumentadas como si fueran una guía modesta en el cielo que nos cuenta cómo salir del laberinto de la monotonía.

—Imagino que no habrá sido fácil la elección de las frases, sobre todo por las que tuviste que dejar afuera. ¿Cómo fue ese proceso?
—Fue un horror. Todavía sigo pensando en las que dejé afuera. Como dice Kierkegaard, toda elección implica una angustia, porque elegís una entre infinitas que no elegís. O sea, siempre elegís mal, porque el infinito termina siendo superior a esa única elección que, al final, te arrepentís. Yo tenía como setenta frases… imaginate la cantidad de frases como estructura lingüística que podés encontrar en la filosofía, las levantás con pala. Además tenía al principio la idea de salirme de la filosofía más canónica, más tradicional. Tenía, por ejemplo, una frase del Mayo Francés: “Seamos realistas, pidamos lo imposible”. Tenía frases de películas, como la de Blade Runner donde, al final, el replicante termina muriendo y dice: “Es hora de morir”. Y con esa frase iba a trabajar la cuestión de la muerte. Pero bueno, un poco en términos editoriales, decidimos con Paidós un libro con determinada cantidad de páginas y apuntalar con frases que sean todas estrictamente filosóficas. Y ahí hice como un recorte. Eran doce. Saqué a último momento una de Walter Benjamin: “Todo documento de cultura es un documento de barbarie”, traducida al peronismo argentino como “la historia la escriben los que ganan”. Pero toda lista es arbitraria

—Ya que estamos con el aniversario 200 de Karl Marx, ¿por qué elegiste “Todo lo sólido se desvanece en el aire” habiendo tantas otras? ¿Por qué te interesó ésta particularmente?
—¿Viste que los aniversarios son una cosa…? 200 años del nacimiento de Marx, pero el año pasado fue el aniversario 199 y a nadie le importa un pomo el 199, que es un número más bello que el 200. Hay muchas frases de Marx. Obviamente más representativa es “La historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases”, y te escribís un libro de dos mil páginas. “Un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo”, esa ya la tomó Derrida para escribir Espectros de Marx y hablar de cómo permanentemente el comunismo está como un fantasma asediándonos. Hermoso libro. Esta frase que elegí yo también la eligió Marshall Berman en un famoso libro de fines de los ochenta que es: Todo lo sólido se desvanece en el aire. Quise trabajar más a un Marx cuestionando la modernidad capitalista industrial con lo que genera en su dualidad. Por un lado, causal de lo que va a ser la exclusión de gran parte de la sociedad, la clase obrera, de lo que es su justicia, su posibilidad, como decía Marx, de cobrar por su trabajo real: esta idea de la explotación, que es una idea técnica muy propia del capitalismo. Pero al mismo tiempo, un capitalismo que Marx , como bien explica Marshall Berman, no es que lo denuesta, sino que veía la modernización tecnológica en función del trabajo como algo, en principio, para mirar, para ver hacia dónde se conduce. Me parece que también hay una idea falsa del marxismo como que quiere destruirlo todo, cuando el problema principal tiene que ver con la redistribución de la riqueza y de la propiedad del trabajo. Me gustaba trabajar eso y aprovechar entonces a Marx para hablar un poco de cómo nos zamarrea la idea de lo moderno, una idea también en cuestión. Sabés que desde los ochenta está en boga el debate de moderno-posmoderno y esa crisis de la modernidad me parece todavía nos afecta.

Frases, frases y frases. Están por todos lados. Graffittis, pancartas, sobrecitos de azúcar, flyer de Facebook, remeras. Son enunciados representativos y condensadores que nos representan, nos simbolizan. Y como todo, pueden ser una genialidad o una verdadera estupidez. “Son frases que tienen esta ambigüedad —comenta el filósofo—: por un lado parecen ser reduccionistas con respecto al pensamiento, pero al mismo tiempo son disparadores de todo lo que uno puede problematizar después”.

Ya en el prólogo de su nuevo libro se opone a lo que llama la “listificación general de la existencia” y se anticipa: “Todo listado es arbitrario”. El problema del reduccionismo, de la superficialidad es un mal de época. Sin embargo —lo dirá el mismo Sztajnszrajber más adelante—, frente a tanto achatamiento y normalización, nace la necesidad de transgresión. ¿Qué sería este mundo que conocemos sin aquellos transgresores que se permitieron dudar de todo lo dado? Desde un militante revolucionario hasta un alumno enajenado: son llamas que se encienden en la oscuridad de la noche.

—Y si hablamos de frases, en el libro decís que “la filosofía angustia porque la pregunta angustia” y pareciera que no es una buena estrategia para atraer gente a la filosofía, sin embargo el resultado es el inverso.

—Yo creo que vivimos un tiempo sobrecargado de sentido. En general cuando se habla de nuestro tiempo se lo presenta como un tiempo vaciado de sentido, como que hemos perdido justamente la posibilidad de encontrar un significado existencial, pero ¿debido a qué? Debido a que la superpoblación de objetos, de artefactos, eso que en una línea nietzscheano-heideggeriana se llama la sociedad tecno-científica. Pero justamente me parece que el esquema es inverso: la abundancia de cosas, porque estamos como rodeados de cosas. Estamos haciendo esta entrevista y estamos tan rodeados de cosas que hasta nosotros nos terminamos creyendo que nosotros también somos cosas y que nuestro funcionamiento se explica del mismo modo que se explica el funcionamiento de las cosas. Y la ciencia genera un poco eso: así como explica el funcionamiento de una cámara de televisión explica el funcionamiento de un riñón, o el mal funcionamiento de un riñón. Entonces creemos que podemos abordar las cuestiones existenciales con la lógica mecanicista de la ciencia. Pero la pregunta existencial siempre desborda eso, porque vos podés explicar cómo se origina la vida pero la pregunta existencial acerca del hecho, del acontecimiento, no de la vida, sino que de que vos, yo, estemos, no sólo vivos, sino en este momento haciendo esto, una entrevista, pensando, es absolutamente abierto, inefable, incontestable. Porque la biología me puede dar todas las respuestas acerca de cómo se concibe un embrión, pero que yo haya sido ese embrión y me haya tocado a mí, así, de este modo y en este espacio… esas preguntas existenciales angustian porque no se contestan. Uno trata de zafarlas contestándole con la lógica de la ciencia o clavándose tres clonazepam para huirle, pero Heidegger, Kierkegaard, los filósofos de la angustia, lo que te proponen es al revés: reconciliate con tu angustia, con la angustia existencial porque es liberadora con respecto a un mundo sobrepoblado de sentido donde todo viene con su manual de instrucciones, con sus recetas precisas, todo viene elaborado para que uno use. Me parece que ahí hay un valor de la pregunta que es un valor liberador. La pregunta abre. Y lo abierto angustia porque uno está buscando permanentemente certezas que lo tranquilicen. Entonces en filosofía, la angustia… obviamente, no te voy a decir que genera una sensación de bienestar, por lo menos en el sentido tradicional de la palabra, pero sí genera un bienestar realizativo. Si ser feliz es realizarte, yo soy feliz cuando me angustio, porque la angustia es liberadora y es como que puedo realizar lo que a mí me más convoca: hacer filosofía, hacer preguntas que desmadren lo que funciona bien. La filosofía no se hace preguntas para encontrar respuestas, se hace preguntas para que las respuestas vigentes se desestabilicen, para pelearse contra el sentido común”.

—En este contexto que planteás pareciera que no son buenos tiempos para la filosofía, sin embargo cada vez son más lo interesados.
—Parecería que no son buenos tiempos porque este mundo, así sobrecargado de sentido evidentemente achata, porque reduce las opciones y las posibilidades, pero justamente me parece el impacto es inverso: al estar todo tan normalizado, evidentemente hay también una necesidad de transgresión, entonces no es casual la cantidad de gente que se acerca a las propuestas que hacemos nosotros y otros filósofos, el éxito de un programa como Merlí, lo que pasó con nuestro programa Mentira la verdad de Canal Encuentro, que desbordó sus lugares naturales porque se ve de distintos modos y en todos lados: hoy está en la programación del canal público de Portugal. O sea, mis redes empezaron a explotar con gente de Portugal haciendo preguntas de filosofía porque el programa está en hora pico. Evidentemente hay un hambre por la filosofía que se genera justamente por esto: al no haber un espacio libre, al estar todo de algún modo compactado, la filosofía es la que busca recuperar ese carácter contingente de la existencia, el que no todo está determinado. O sea, está claro que nacemos para morir y que estamos permanentemente buscándole un sosiego a ese vértigo originario, pero cuando el sosiego te lleva puesto y te obtura esa conciencia de finitud… pasa lo mismo al revés: el ser humano es básicamente un animal contradictorio. Cuando todo tiene su respuesta busca abrir preguntas, y cuando las preguntas son demasiado abiertas busca responder a cualquier costo. Recuperar ese tránsito. Nietzsche define a lo humano como una soga, un tránsito, un puente entre aquello de lo que provenimos y aquello a lo que iremos. Me parece que hay que recuperar los contingentes, y en tensión, siempre en conflicto. Este es un buen tiempo para recuperar el carácter conflictivo originario de la existencia misma, porque la existencia es conflictiva, porque estás todo el tiempo en diferentes situaciones del conflicto, pero nuestra sociedad, y más la sociedad argentina, instituye la idea del conflicto como un valor negativo y está todo el tiempo tratando de instalar una idea de una supuesta armonía new age en la cual todo el mundo viviría feliz. Ahora, el conflicto no genera violencia. La violencia se genera cuando una de las partes en conflicto impone su lógica como si fuese la lógica única. Al revés, el conflicto es el que puede generar la diferencia y que esa diferencia crezca y se plasme justamente en el choque con el otro. Si no hay otredad, el conflicto obviamente se disuelve. Pero si el conflicto se disuelve, la otredad misma también se disuelve. La posibilidad de la otredad tiene que ver con que la cosa no cierre… en la política, en el amor, en la escuela, donde quieras. En eso yo soy más, y la filosofía tiende más también, de esta idea de lo conflictivo como generador del crecimiento intelectual.

—Hablás de la escuela y aparece la pregunta, ya que durante muchos años diste clases en secundarios, de cómo hacer para que los chicos se interesen por la filosofía, cómo instalarles esa inquietud que resulta fundamental para generar ciudadanos críticos.
—Yo creo que la inquietud la tienen, lo que te mata es el formato escolar. Yo di 18 años clases en secundarios. Mi carrera previamente a este trabajo en el que estoy ahora que es la divulgación, por ahí a una escala más masiva, fue siempre en enseñanza media, en facultades también, pero la mayor carga horaria la tenía en escuelas de diferentes zonas de Capital y Gran Buenos Aires, y la sensación era que en la medida en que vos habilitaras por fuera de los formatos escolares tradicionales el espacio para la filosofía, los chicos se enganchan de una. No hay edad donde surja más la reflexión existencial, para mí, que en la adolescencia y en la vejez. Son dos momentos clave, dos etapas a las que nadie les da pelota. De la vejez podemos hablar un montón, pero en la adolescencia peor porque el dispositivo escolar termina deserotizando lo que pueda suceder en el aula. Yo no puedo dar una clase sin que pase algo. No puedo convertirme en un burócrata de la educación. La escuela está siempre lidiando con ese límite, con incurrir y caer en una especie de burocracia reproductiva de un sistema que en nombre de la excelencia de la nota o del renacimiento cuantitativo desposee al aula de lo que es, para mí, incluso tradicionalmente la vocación, el propósito de la educación, que pase algo. El eros, que no es amor y punto. Eros es el deseo, el deseo de querer saber. Querer saber. ¿Sabés cómo se dice en griego? Filosofía. Que pase algo. Yo daba clases los lunes ocho menos cuarto de la mañana. Venían los chicos… imaginate, eran almohadas con patas. Y tenía que pasar algo. ¿Entonces qué iba a hacer? ¿Me iba a poner a leer las Meditaciones metafísicas de Descartes? No, hablábamos de fútbol y entonces, en medio de la charla, encontrabas que la pelota entró o no entró en el arco, porque los sentidos engañan y parece que la pelota entró y no entró, y ya con eso las críticas cartesianas al empirismo y a la posibilidad de que la vista tenga o no certezas en su conocimiento. Pero tenés que entrarle por otro lado. Entonces, ya en la escuela fui trabajando fuertemente recursos que después los llevé a la televisión, a la radio, al teatro, a los distintos espectáculos que haga. Pero me parece que ahí hay una deuda de la escuela. Y además hay una, entiendo yo, falsa implicación donde hoy se cuestiona mucho al docente, a la corporación docente como que defiende una escuela en crisis. Y me parece que los primeros que somos conscientes de que la escuela está en crisis y de que el formato no funciona y de que hay que estar reinventándolo todo el tiempo somos los docentes. Me parece que es una gran astucia por parte del Gobierno al colocar al docente defendiendo una escuela que no se sostiene y logrando aparte generar en la opinión pública esa idea de que el docente es un docente vetusto al que no le importa el alumno, el que solo está más pendiente de su propia lógica. Parece que ahí hay de todo en todos lados pero creo que hay un desconocimiento de que al interior de la escuela los docentes estamos permanentemente trabajando formatos, reinvenciones de nuestra práctica. Incluso el Canal Encuentro, que en su origen era parte del Ministerio de Educación, se había propuesto como una manera de trabajar un formato alternativo al aula y funciona bárbaro, entonces está bueno ahí entender algo: yo creo que la escuela no está en crisis, la escuela es crisis, porque la escuela es vida, es estar permanentemente lidiando con esos conflictos. Es crisis, ¡por suerte es crisis! Sino sería un cementerio o una fábrica. Y no queremos ni que el aula sea un cementerio ni una fábrica. Queremos que el aula sea expresión de la posibilidad de construcción de una ciudadanía libre, abierta y con ansias de expansión y crecimiento.

Cuando Darío Sztajnszrajber tenía cinco años, ingresó en un colegio religioso y esa simbología enseguida logró su pregnancia. “La culpa siempre es de los padres, no olvidemos —dice de inmediato—, y como padres ahora somos culpables de lo que les pasa a nuestros hijos”. Los relatos bíblicos se tornaron lectura habitual y esas imágenes retóricas, sueños continuados. Sin embargo, había en él algo que le generaba angustia. No en términos de aflicción o congoja, sino más bien como una inquietud. “Leer de tan chico la Biblia me habilitó la pregunta”, reconoce hoy y recuerda cuestiones básicas: cómo se originó el mundo y qué hay después de la muerte. Los tramos anterior y posterior de la vida. Un día le contó a un compañero de la escuela todo lo que le daba vueltas en la cabeza. Recibió, del otro lado, una mueca de desconocimiento. En esa estaba solo o no: tal vez esas preguntas constantes, esa filosofía originaria e iniciática fue una suerte de compañía.

“¿Qué? ¿Me decís que Moisés abrió las aguas del Mar Rojo? Yo no lo podía entender y, entonces, entre pitos y flautas llega Spinoza, que dice que los milagros no existen… Tener instalado el chip del deseo existencial hizo que después, naturalmente, llegue a la filosofía”, y después de decirlo, se ríe. Es un recuerdo gracioso, en el fondo. “Cuando me enteré de que había una carrera donde estudiabas todo eso que yo me preguntaba para adentro fue un flash. No podía creer que iba a estudiar las boludeces que me preguntaba todo el tiempo, y recibir un título y trabajar de eso”.

—¿Cómo te llevás con la etiqueta de divulgador?
—Me costó pero bueno, me han costado muchas etiquetas. Me costó mucho asumirme bilardista, que es un tema, más en un país que celebra a Bilardo que nos dio el último campeonato mundial, pero lo celebra soterrándolo. Hay algo ahí raro. Me pasa lo mismo con la divulgación. Hoy no sólo estoy orgulloso de lo que hago, y hasta te puedo justificar cómo en la etimología de divulgación está la palabra vulgo, que el vulgo tiene que ver con lo popular, y me parece que un saber que, en uno de sus aspectos, no se popularice es un saber al que le falta algo. Respeto muchísimo la academia, vengo de ahí, me encanta lo que se hace. Lo único que no respeto de la academia ni de nadie es la monopolización de una supuesta naturaleza de las cosas. Que haya alguien que diga “la verdadera filosofía es ésta”, a mí ya me expulsa, pero sobre todo porque no creo en la verdad, entonces no puede haber una verdadera filosofía. Puede haber formas distintas de hacer filosofía, propósitos distintos. Hay una falsa competencia. Por algo a la academia le hace ruido y le molestamos los que hacemos divulgación. Evidentemente algo estamos tocando ahí no cerrado, no elaborado por parte de la academia. Yo lo veo como lenguajes distintos. Yo creo que se hace filosofía en distintos lenguajes. El lenguaje de la investigación académica tiene un propósito distinto al lenguaje de la docencia, que tampoco es el lenguaje de la divulgación. Porque cuando vos das clases, si es en un secundario, es para treinta chicos. Si es en una facultad, es en función de una currícula, de un propósito. Pero en la divulgación, en este libro que acabo de sacar, en el teatro con Desencajados y Salir de la caverna le estás hablando a un público que no sabés cuántos son, con qué propósitos llegaron. Lo que sabés es que viene porque le interesa la filosofía, que tiene cierta identidad. Pero es muy diferente hablarle a miles que hablarle a treinta. Tampoco es lo mismo la docencia que la divulgación. La docencia es un proceso donde trabajás durante un año. Obviamente allanás cuestiones conceptuales, pero el objetivo lo evaluás en un proceso. Yo en el secundario tenía 3°, 4° y 5° año. Los agarraba a los 14, 15 años y los soltaba a los 18 en una edad donde se les transformaba la conciencia, el cuerpo, la existencia, todo. La divulgación es más anónima. Inspirás, en el sentido de que no tenés un direccionamiento con una voluntad de algo concreto como puede ser en un aula. Entregás parte de lo que vos hacé sabiendo que esa forma de trabajar puede llegar a un público diverso. Yo en los cursos de filosofía que hago, el martes pasado terminé la clase, y se me acercaron dos chicos, uno que estaba terminando la carrera de Contador Público y el otro de Ingeniería. Vinieron, nos sacamos una foto. Y me dijeron: “Nosotros somos como medio extranjeros”. Yo juego mucho con la palabra extranjería porque me parece que define bien a la filosofía porque es un discurso otro, un discurso no acostumbrado. Y yo les digo: “No, de todos los que vienen acá nadie es de filosofía, porque los que son de filosofía van a la facultad a estudiar filosofía”. O sea, la gente que viene a un curso de divulgación es esa: chicos que estudian Ingeniería, Economía, Arquitectura, gente que está atravesada por otras lógicas en lo que es su perfil vocacional, pero que entienden que la filosofía les otorga la posibilidad de compensar esa lógica productiva con una pérdida. La filosofía te invita a perderte. Es como una especie de “desamarre” para que las cosas en las que uno cree que son las únicas entren en una especie de perspectivismo y entiendas que así como la cosa fue por un lado pudo haber ido por otro. Está bueno reapropiarse de eso en la vida cotidiana.

Por Luciano Sáliche