#Ministeriables Jorge Argüello: VIP en la barra de amigos de Fernández, tiene el teléfono de Trump y asfalta una avenida del medio hacia la Casa Blanca. Peronismo flexible, viejos ruidos con CFK y malvinismo militante.
Le dieron la tarea más difícil y tocó la tecla correcta. Con cuatro décadas en el peronismo y dos en el mundo de la diplomacia, Jorge Argüello fue el encargado de convertir en hecho político un movimiento que lo excede pero lo involucra: marca el inicio de una relación dificil y, a la vez, estratégica para el próximo. El ex embajador en Washington gestionó el llamado de Donald Trump a Alberto Fernández y le permitió al presidente electo, con un solo golpe, quebrar la imagen de una Argentina a la deriva tras la derrota de Mauricio Macri.
Antes de las elecciones de octubre, el entonces candidato del Frente de Todos le había pedido a su amigo Argüello que comenzara la gestión en busca de una alianza que considera clave para su posicionamiento global y, sobre todo, para su relación con el FMI. La respuesta positiva, según dice el ex embajador a su entorno, llegó a las pocas horas de que Fernández ganara los comicios, pero demoró algunos días hasta concretarse por dos contratiempos que afectaron a Trump. El primero fue la suspensión de la cumbre Asia Pacifico que se iba a realizar en Chile con la presencia del presidente norteamericano y la mitad de su gabinete; el segundo, el impeachment en su contra en el Congreso de Estados Unidos. Sea como fuere, el teléfono del sucesor de Macri sonó en un momento inmejorable, antes de viajar a México y en medio de los cruces con el clan Bolsonaro.
Entre los miembros de la diplomacia del PJ, destacan que no es usual que un presidente de Estados Unidos llame a un mandatario electo y que el diálogo sea personal, en un gesto que trasciende los habituales cables del Departamento de Estado. Según pudo saber Letra P, los contactos de Argüello en el Departamento de Estado norteamericano fueron decisivos y le ahorraron al ex jefe de Gabinete los servicios de lobistas empinados del Círculo Rojo que merodean el Frente de Todos.
Para el peronista amigo de Fernández, es una revancha íntima: en 2012, Cristina Fernández de Kirchner lo desplazó de la embajada de Estados Unidos un año después de que asumiera sus funciones y puso en su lugar a Cecilia Nahon, cercana al ahora gobernador electo de Buenos Aires, Axel Kicillof.
ENTRE PUEBLA Y EL MODELO TRUMP. Entre las próximas tareas de Argüello, está la de preparar la visita de Fernández a la Casa Blanca, prevista para diciembre. Según la tesis que propaga el ex embajador, Trump se movió de manera inteligente y comenzó a tejer la relación con el presidente del país más estable de la región después de un “octubre difícil” para los gobiernos de América Latina. Anfitrión del Grupo de Puebla, pese a los consejos de algunos dirigentes del Frente de Todos que le pedían evitarlo, Fernández apuesta a lograr la difícil misión de alcanzar un vinculo estrecho en el que se puedan respetar los intereses de cada país. “Sin hacer seguidismo”, tal como afirma el diplomático peronista.
Como contracara y complemento de la postal de líderes progresistas que tendrá a Alberto en el papel de nuevo vértice para la región, Argüello dedicó el viernes a recibir a la misión de legisladores norteamericanos que visitó el Congreso. Aunque sus visiones sobre el vinculo con Estados Unidos no son idénticas, el ex embajador participó a pura sonrisa junto a Sergio Massa y el embajador norteamericano, Edward Prado. Habló de “las muchas coincidencias entre ambos países, por encima de las pocas diferencias”, y pidió “avanzar con pragmatismo en una lógica que mejore el intercambio comercial en el marco de un diálogo sólido”. En el albertismo diplomático, destacan el modelo Trump de proteccionismo, “defensa del trabajo nacional” y bajos índices de desocupación. La idea es aplicar barreras similares en algunos sectores y evitar la xenofobia.
Por la noche, el ex embajador estuvo sentado a la mesa de “El Café Las Palabras” junto a Fernández, Dilma Roussef, José “Pepe” Mujica y Fernando Lugo, entre muchos otros.
QUÉ ROL. De acuerdo a la definición de su amigo Eduardo Valdés, otro de los miembros de la mesa del albertismo porteño, Argüello “no es el preferido, pero es el más preparado” para ser canciller. Por razones que no tienen que ver con sus antecedentes, Fernández ya parece haber reservado ese lugar para Felipe Solá. Antes de ser embajador en Washington (2011-2012), el gestor del contacto con Trump fue cuatro años embajador ante las Naciones Unidas (2007-2011) y después recaló en Portugal (2013-2015). Argüello, que se llevaba mal con el fallecido Héctor Timerman y con el entonces omnipresente Guillermo Moreno, había quedado cuestionado por temas menores como la recordada charla en Harvard, de setiembre de 2012, en la que CFK pasó un momento incómodo con las preguntas de los alumnos.
De acuerdo a la definición de su amigo Eduardo Valdés, Argüello “no es el preferido, pero es el más preparado” para ser canciller.
De cara a la nueva etapa, con un Fernández que quiere fijarle su propio trazo a la política internacional, Argüello aparece como una figura clave, aunque se declara sin mayor interés para regresar como representar argentino ante Estados Unidos. Podría hacerlo, si Fernández lo considerase imperioso, pero tal vez le gustaría más ocupar un cargo que le evitara volver a vivir fuera del país. En el albertismo, especulan con un rol similar al que Macri creó para Fulvio Pompeo -antiguo discípulo de Argüello en el peronismo-: secretario de Planeamiento Estratégico. O como el que Lula le otorgó a su asesor internacional Marco Aurelio García. Pronto se sabrá.
No sólo el deseo de no estar lejos influye en el ex dirigente del PJ porteño. También, el interés de preservar su trabajo en la Fundación Embajada Abierta, el espacio que creó en 2016, organiza ciclos de debate y elabora informes sobre política internacional. La fundación apuesta a consolidarse como un CARI en versión peronista y le rinde buenos dividendos al amigo y asesor de Fernández.
DE GROSSO A FERNÁNDEZ. Argüello nació en Córdoba, pero hizo toda su carrera en el peronismo estéril de la Ciudad. Conoció a Fernández en la Facultad de Derecho de la UBA y vio en él, desde el principio, condiciones que nadie le vio hasta el 18 de mayo pasado. Como contó Letra P, en la mesa del albertismo le reconocen haber sido el primero en mencionar -ya en febrero de 2018- la alocada idea de que Alberto fuera candidato a presidente.
Cuando Carlos Grosso hizo pie en la política porteña, Argüello y Valdés lanzaron una corriente que sólo los memoriosos recuerdan, pero sonaba a herejía para dos “hijos de familias gorilas”, como dicen ser. Su nombre todavía funciona: “Victoria peronista”. Más tarde, cuando Carlos Menem designó a Grosso intendente porteño, Argüello se convirtió nada menos que en el presidente del Concejo Deliberante y el ex embajador en el Vaticano aterrizó como secretario general de la municipalidad. No había autonomía, no existía Legislatura y no se hablaba de la Ciudad, pero ya empezaban a incubarse los motivos para que, casi dos décadas después, surgiera en la Capital el experimento del macrismo.
Cuando Menem se cansó de Grosso, cuando la corrupción empezó a consumir sus primeros políticos, Argüello y Valdés buscaron amarrar en nuevos puertos, sin abandonar la actividad en la Ciudad. Apareció un joven dirigente que se llevaba el mundo por delante y se había peleado con Menem, precisamente, por el nido de la corrupción: el ahora renacido Gustavo Béliz. Argüello fue convencional constituyente por Nueva Dirigencia y encadenó dos mandatos como legislador porteño hasta 2003. El jefe del bloque peronista de la Legislatura porteña era otro Guillermo Oliveri, el después secretario de Culto de Néstor y Cristina Kirchner.
En el medio, el gestor del llamado de Trump a Fernández intentó ser candidato a intendente del PJ en la Ciudad. Corría 1999, el menemismo ya había dado y devastado todo y Arguello se movía entre los dos líderes que intentaban desplazar al riojano: Eduardo Duhalde y Domingo Cavallo, dos núcleos de poder con proyectos contrapuestos y alianzas circunstanciales. Producto de su elasticidad o de la confusión, el peronismo oscilaba entonces entre la Convertibilidad como biblia y la devaluación como salida. Ahí estaba Argüello y ahí estaba también Alberto Fernández. Cuando el ex embajador en Naciones Unidos decidió competir en la interna del PJ contra los menemistas Raúl Granillo Ocampo y Mario “Pacho” O’Donnell, pensó en que el mejor compañero de fórmula podía ser el presidente del Grupo Bapro, su amigo Alberto.
Ya Arguello veía que Fernández podía ser candidato a algo, ya convocaban al periodismo en Puerto Madero, ya empezaban a ejercitarse en la gimnasia de la derrota. Salieron terceros cómodos detrás de la lista de Granillo que respondía a Carlos Corach y se quedó con 12 circunscripciones, Pacho ganó en 11 y la alianza Arguello-Fernández -que tenía el apoyo de Litto Nebbia y Alejandro Dolina- logró la victoria en 5: su mejor resultado fue en la circunscripción 17, pleno Palermo.
Un año después, con el estallido a la vuelta de la esquina, la alianza Beliz-Cavallo fue un salvoconducto que le permitió al peronismo disidente colar 20 legisladores. La primera era Marta Oyhanarte, el segundo era Enrique Rodríguez, el tercero era Arguello, el décimo primero era Fernández, el último era Oliveri. Más tarde, vendrían el interinato del senador Duhalde, los asesinatos de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, el Grupo Calafate, la visita del actual albertismo a la Casa de Santa Cruz, la irrupción de Kirchner como última alternativa para derrotar a Menem y el largo período del kirchnerismo en el gobierno. Siete años después de haberlo desplazado de su sillón en Washington, la ex presidenta le dio a Argüello -como parte del albertismo fundacional- una nueva oportunidad para volver a ser protagonista desde el poder.
CUESTIÓN MALVINAS. Entre 2003 y 2007, antes de debutar como embajador, Arguello fue el presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Diputados. En ese lapso, creó el Observatorio Parlamentario de la Cuestión Malvinas, un tema que conoce como pocos y que -todo indica- también será prioridad en el mandato de Fernández. En ese entonces, el macrista Pompeo era asesor suyo y se definía malvinero, una condición que defenestraría después en la gestión cuando viajó a Londres con Marcos Peña para homenajear a los soldados británicos muertos en el conflicto sin aludir al reclamo de soberanía.
Hace un año, Rosana Bertone designó a Argüello como secretario de Estado para la cuestión Malvinas del gobierno de Tierra del Fuego. En setiembre pasado, a 30 años del acuerdo de Madrid con Gran Bretaña, el ex embajador escribió una nota titulada “Cuestión Malvinas: se necesita una nueva estrategia”. Ahí planteó el objetivo de “la dirigencia argentina” para definir una política de Estado que aumente la presión en busca de logros concretos y apele a todas las herramientas del derecho internacional para recuperar el “ejercicio efectivo de la soberanía” de las Islas, entre ellas, llevar el reclamo ante la Corte de La Haya y volver a discutir el tema en la Asamblea General de la ONU.
Por Diego Genoud – Letra P
Massa y Argüello, con el embajador de EE.UU., recibieron a legisladores estadounidenses en Buenos Aires.