Chubut Para Todos

Brasil se debate entre dos vías

El gigante sudamericano celebra este 2 de octubre la primera vuelta de unas elecciones presidenciales alcanzadas por una polarización que ha radicalizado especialmente a los sectores de derecha encolumnados detrás de Jair Bolsonaro y que le dan al histórico líder izquierdista Lula Da Silva otra oportunidad de llegar al poder aunque en un contexto, global y local, muy diferente del que acompañó sus primeros dos gobiernos (2003-2011).

Más de 156 millones de brasileños están convocados a participar este 2 de octubre de la primera vuelta de las elecciones presidenciales y de comicios para senadores, diputados, gobernadores y legisladores provinciales, con el escenario polarizado por los intentos de reelección del derechista Jair Bolsonaro y de retorno al poder del izquierdista Lula Da Silva.

Las encuestas dan como favorito a Lula (76), del Partido de los Trabajadores (PT), esta vez en alianza con el tradicional Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), con la candidatura a vice en la fórmula de su antiguo rival Geraldo Alckmin, en un intento de las dos fuerzas por cerrar el paso a la reelección del ex capitán y ex diputado Bolsonaro (67, Partido Liberal), apoyado por sectores cada vez más radicalizados de derecha.

Lula, un sindicalista que fue candidato por el PT en tres elecciones (1989, 1994 y 1998), antes de gobernar Brasil durante los mejores ocho años (2003-2011) de la economía del país desde el Plan Real de estabilización de 1993, vuelve a la vida política tras casi 600 días de cárcel y una absolución del Supremo Tribunal Federal por cargos de corrupción que le imputó el entonces juez Sergio Moro, luego ministro de Bosonaro.

La gestión de Bolsonaro quedó marcada por la pandemia de COVID-19, que el presidente calificó como una “gripezinha” pero costó 700 mil muertes en el país. También pesa el persistente declive de la economía, perjudicada en el bienio 2015-2016 (-3,5% y -3,3%) por tensiones políticas que llevaron a la destitución de Dilma Roussef (PT, 2011-2016), y acentuada por la crisis global desde 2020 (-36%), pese al rebote del PIB en 2021 (4,6%).

La campaña presidencial transcurrió entre grandes concentraciones de los dos principales candidatos, pero también eclipsada por algunos episodios de violencia política, como el asesinato de dos militantes del PT y amenazas que obligaron a suspender actos opositores.

Lula y Bolsonaro competirán en primera vuelta (si hay segunda, será el 30 de octubre), con otros 10 candidatos: Ciro Gomes (PDL), Simone Tebet (MDB), Vera Lúcia Salgado (PSTU), Felipe D’ Avila (Nuevo), Soraya Thronicke (Unión Brasil), José María Eymael (DC), Léo Péricles (UP), Sofia Manzano (PCB), Roberto Jefferson (PLB) y Pablo Marçal (PROS).

En Brasil, el voto es obligatorio para los ciudadanos de entre 18 y 69 años y el sistema de votación que rige desde 1996 es electrónico, que Bolsonaro esgrimió para sembrar dudas sobre la transparencia del proceso: “Si no gano con el 60%, algo raro hay”, desafió.

LULA, OTRA VEZ

El actual escenario político de Brasil sería imposible de explicar sin considerar los dos procesos abiertos por corrupción contra los dos últimos antecesores de Bolsonaro: a Lula le costó la cárcel y a Dilma, su destitución (reemplazada por Itamar Franco, hasta 2019).

Parte de lo que sus seguidores consideran un “lawfare” orquestado por algunas elites conservadoras de América Latina para neutralizar liderazgos desde Argentina a Ecuador, en 2018 y 2019 Lula pasó 580 días en una cárcel de Curitiba, por delitos de corrupción ventilados en la Operación Lava Jato, de pago de sobornos desde la estatal Petrobras.

El juez federal Sergio Moro lo acusó y condenó a 9 años y seis meses por favorecer a contratistas de Petrobras a cambio de recibir un apartamento en la ciudad balnearia de Guarujá (corrupción pasiva y lavado de dinero). Después, en segunda instancia, fue condenado además como responsable de funcionarios corruptos. Pero, al final, las sentencias serían anuladas y los casos desestimados por prescripción o falta de pruebas.

El proceso de acusación y su encarcelamiento (se entregó en 2019) movilizó sólo a los más fieles del PT, pero su liberación -por orden del Supremo Tribunal Federal, que consideró incompetente y sesgada la actuación de Moro- reactivó con más fuerza una nueva candidatura de Lula, rejuvenecido en lo personal tras enviudar, perder un hermano, un nieto y, finalmente, volver a contraer matrimonio, con la socióloga Janja Da Silva (56).

Bolsonaro sacó provecho del encarcelamiento de Lula tanto como lo había hecho antes desde el llano con la destitución de Dilma en el impeachment en 2016 (por violar normas fiscales), una maniobra que dejó en el poder al conservador Michel Temer, unió a todo el arco de derecha brasileño e impulsó su candidatura presidencial en 2018 con un discurso radicalizado de derecha, emparentado con el trumpismo en Estados Unidos.

Lula vuelve hoy a ofrecer a los brasileños el regreso a unos años de gobiernos del PT en los que más de 30 millones de personas salieron de la pobreza (el país dejó el Mapa del Hambre de la ONU en 2015, ya volvió en 2022), que mereció su reelección en 2006 con 61% y que lo despidió del poder con una imagen positiva en tres de cuatro votantes.

OTRO BRASIL

Sin embargo, el contexto es completamente diferente: Brasil perdió relevancia en los foros globales, su economía ha sufrido varios retrocesos en los últimos siete años, la crisis económica internacional conspira contra un retorno de la bonanza regional de los 2000 y, en frente, el PT tiene ahora una derecha más organizada y de ideas más extremistas.

Ese corrimiento fogoneado por Bolsonaro le quitó votantes al moderado PSDB, ahora aliado de Lula (“el mayor líder popular de la historia moderna de Brasil”, reconoció Alckmin), pero al mismo tiempo aglutinó a todas las fuerzas de izquierda en torno del PT, desde ambientalistas a movimientos que antes cuestionaban parte de su ideario y de su gestión.

También lo favorecen los aires de cambio en la región, expresados en la llegada al poder de los izquierdistas Gabriel Boric, en Chile, y Gustavo Petro en Ecuador, aunque el proceso de integración política y económica que el propio Lula lideró en los 2000 con varios gobiernos afines, como el de Néstor Kirchner en Argentina, luce debilitado desde 2018, cuando la UNASUR quedó virtualmente paralizada por los gobiernos conservadores de turno.

En campaña, Lula ha prometido una “restauración de las condiciones de vida de la gran mayoría de la población brasileña, la que más sufre la crisis, el hambre, el alto costo de la vida, aquellos que han perdido sus trabajos, hogares y vida familiar”. También el “desarrollo económico sostenible con estabilidad”, que tenga en cuenta el “compromiso con la justicia social y la inclusión con derechos, trabajo, empleo, ingresos y la seguridad alimentaria”.

En el tramo final, Lula volvió a apuntar al voto moderado y sumó a Henrique Meirelles, el expresidente del Banco Central (2003-2010) y exministro de Economía de Temer. Bajo su gestión de la entidad, el país creció 4% promedio, con inflación de 4,5%, pagó la deuda al FMI para lograr la “independencia financiera” y acumuló USD 300 mil millones en reservas, según recordó el economista, al expresar su apoyo a Lula “con tranquilidad y confianza, porque sé que puede funcionar en Brasil”.

La campaña de Lula se planteó recuperar como valores el desarrollo económico-social y la garantía de derechos, así como la recuperación del rol del Estado, pero esta vez adquiere un protagonismo especial la cuestión ambiental y climática, con el apoyo de líderes como su exministra de Ambiente Marina Silva, quien retiró su candidatura presidencial para apoyarlo.

Aún así, con la Amazonia brasileña perdiendo 10 mil km2 al año por la deforestación, la minería y la agroganadería, y episodios violentos que causaron la muerte de ambientalistas y amenazan a pueblos indígenas, el líder del PT advirtió que el problema de la región no es estrictamente de explotación: “No es un santuario, es de interés para la supervivencia de la Humanidad y debe estar abierta a la exploración de su biodiversidad”, aclaró.

Tampoco Brasil tiene la misma relación con el mundo y la región. Gobernado por Lula, el país fue protagonista activo en el Grupo de los 20 (G20) y los BRICS. Con Bolsonaro, desdibujó su compromiso con el multilateralismo todo lo que pudo. En el caso del MERCOSUR, faltó a cumbres, pidió reducir su estructura y cuestionó el Arancel Externo Común -bajó al 10% tras su amenaza de romper la unión aduanera-, una tendencia que se acentuará si el presidente es reelegido, o que deberá revertir Lula si accede al poder.

DIOS, PATRIA, FAMILIA Y LIBERTAD

En su fulgurante ascenso y su llegada al Planalto, después de siete mandatos como diputado federal por Río de Janeiro en los que se hizo conocido por alegatos subidos de tono y luego por su agresivo manejo de redes sociales, Bolsonaro fue comparado con Donald J. Trump (2017-2021) por su agenda nacionalista y reaccionaria, aunque teñida del neoliberalismo económico con el que se ganó el favor de las finanzas y del poderoso agronegocio brasileño, con el halcón Paulo Guedes como ministro de Hacienda.

Bolsonaro supo concitar el interés de sectores descontentos con la clase política, azuzados por medios de comunicación durante el Lava Jato, y absorber al mismo tiempo a franjas medias que votaban por fuerzas de derecha moderadas -incluyendo a las de Alckmin y del expresidente Temer- y que se entusiasmaron con un discurso simple y radicalizado, bajo la consigna “Dios, patria, familia y libertad”, contra el derecho al aborto y el colectivo LGTB+, y con la izquierda como el enemigo a derrotar en su cruzada (se impuso al petista Fernando Haddad por 55,1% a 44,9% en el ballottage e 2018).

“Toda Sudamérica se va a teñir de rojo y, en mi opinión, Estados Unidos se convertirá prácticamente en un país aislado”, dijo dos meses antes de la elección, a la que llega sostenido especialmente por vastas congregaciones cristianas evangélicas, poderosos intereses agroganaderos (Brasil es el segundo productor mundial de soja) y, en especial, por las Fuerzas Armadas a las que perteneció, que no habían dudado en respaldar abiertamente el encarcelamiento de Lula, en abril de 2018.

El Ejército está de nuestro lado”, proclamó el actual presidente, al lanzar su reelección en julio pasado, pero no está tan claro que los sectores que se esperanzaron con un programa económico neoliberal en toda regla le renueven automáticamente su apoyo, después de una gestión sin tantos logros en esa dirección, como por ejemplo en las privatizaciones (recién en mayo pasado se aprobó la parcial de Eletrobras, por 13.500 millones de dólares) y otras reformas laborales, previsionales e impositivas favorables al empresariado. “El Trump tropical ha hecho un gran trabajo”, dijo desde Estados Unidos el propio expresidente.

Sin embargo, quitando la pésima gestión de la pandemia (“Me llamo Mesías, pero no hago milagros”, ironizó Bolsonaro), esta vez la economía puede jugar un rol tan preponderante como la ideología bolsonarista o los sentimientos anti Lula. Brasil registra una inflación de 10% anual, la más alta en 18 años, y el país reingresó en el Mapa del Hambre de la ONU -si pasa el 2,5% de la población sin alimentos, en este caso 4,1%-, con más de 61 millones de personas en situación de inseguridad alimentaria (de ellos 15,4 millones son casos graves). De ahí la suba de las ayudas sociales -de 400 a 600 reales- en vísperas de los comicios, y la reivindicación de la caída del desempleo, del 21% en pandemia a 9,8% ahora).

Tampoco puede exhibir tan en alto otra bandera de su primera campaña, la lucha anti corrupción, ya que si bien bajo su mandato Lula fue encarcelado, su convocatoria al juez Moro para el gabinete terminó en un fracaso: “El Presidente no cumplió la promesa que me hizo de que tendría carta blanca”, dijo el exmagistrado al renunciar, mientras la familia de Bolsonaro temía ser investigada por lavado de dinero y manejo irregular de redes sociales, todo lo cual revivió el fantasma de otro impeachment en el Congreso, pero en su contra.

Cuando las encuestas previas a las elecciones -que favorecieron a Lula por más de 10 puntos sobre Bolsonaro e incluso cerca de conquistar la presidencia en primera vuelta- confirmaron su segundo lugar en las preferencias, en su discurso ante la Asamblea General de la ONU Bolsonaro corrió el eje del rol de Brasil en el mundo para centrarse en atacar a Lula: “En mi gobierno extirpamos la corrupción sistemática que existía en el país (…) El responsable por eso fue condenado en tres instancias por unanimidad“.

Días antes de los comicios, Bolsonaro anunció: “Si es la voluntad de Dios, continúo. Si no, paso la banda y me retiraré”, lo cual de confirmarse dejará abierto el interrogante sobre el futuro de la coalición ultraderechista que consiguió conformar.

Fuente: Embajada Abierta