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Así se vive en las aldeas palestinas de Masafer Yatta, bajo las amenazas de expulsión de Israel

En mayo, y tras 22 años de proceso judicial, la Corte Suprema israelí dio luz verde a que el Ejército pudiera usar Masafer Yatta como zona militar. Desde entonces, los habitantes de esta comunidad al sur de Hebrón (Cisjordania) han visto cómo sus vidas se complican cada vez más. Israel ha intensificado las demoliciones de estructuras, las confiscaciones de vehículos y cisternas de agua, así como los controles de entrada. Sin embargo, palestinos como Sua’od prometen que no se irán.

En el cruce hacia Yatta y las ruinas de Susya, una roca tricolor da la bienvenida a los poblados palestinos de Masafer Yatta. La bandera palestina no solo ondea sobre la piedra, también cubre las primeras edificaciones y un parque infantil vallado. Pero no es eso, sino el rebuzno de un burro y un pastor con el rebaño de ovejas lo que confirma la llegada a las últimas colinas del sur de Hebrón.

Si no se tienen las coordenadas, desde la carretera no se vislumbran ni los áridos senderos ni la profundidad del desierto del Néguev. Se trata de un paisaje áureo que en cambio, por 60 años, ha estado reflectado en la piel de Sua’od Mohammed Jaber Dbabseh –y antes en la de su padre, y antes en la de su abuelo–, aunque ahora haya dejado de recorrerlo

Como no cuenta con camioneta, como agricultor está evitando caminar solo por las lomas, no fuera el caso que le pillaran “los tiros” del Ejército israelí.Sua’od Dbabseh señala cómo ingresó la bala del Ejército israelí y se incrustó en el techo de su vivienda durante un ejercicio militar a inicios de julio. © Federico Cué Barberena

A inicios de julio, la Administración Civil de Israel –la autoridad militar israelí en Cisjordania ocupada– informó a su ‘Khirbe’ (‘aldea pequeña’) de Khilet a-Dabe de un entrenamiento. Si bien iba a durar tres horas durante las cuales los residentes debían ausentarse de casa, al rato les avisaron que el ejercicio quedaba anulado.

Por eso la sorpresa de Sua’od fue doble cuando sobre su cabeza, en el techo metálico, sintió el impacto de una gran bala. Al reclamar al Ejército el susto, este le respondió primero “eso no es nuestro”. Luego, y ante la evidencia, declaró que en su mapa de entrenamiento “no aparece una aldea llamada Khilet a-Dabe (…) no sabíamos que había un poblado”.

“Se puede ver que esta población no está escondida ni nada”, replica Sua’od al hacer memoria del proyectil sobre su vivienda y de cómo tuvieron que deshacerse de un pedazo de techo para sacarlo.

Ensayos militares, un peligroso método de presión

Nunca antes una bala israelí había alcanzado a alguna de las desperdigadas ‘Khirbe’ de Masafer Yatta. Esta es la primera, que a la par, de una forma peligrosa, ratifica a Sua’od y a otros 1.300 residentes que el Ejército israelí ya está usando el terreno en el que viven como “zona activa de disparo”, de número “918”.

Fue Ariel Sharon, entonces como ministro de Agricultura, quien en 1981 incentivó que Israel declarara “más zonas militares cerradas al público”, a razón de “la expansión de aldeanos árabes desde las colinas hacia el desierto”.

Desde 1970 hasta hoy, el Estado hebreo ha convertido el 18% de Cisjordania en zona de tiro. Pero fue Sharon el que insistió que estas 3.000 hectáreas eran “muy cruciales” –así lo revelaron investigadores israelíes– y que los habitantes palestinos en ellas eran temporales y no tenían permisos de construcción.

Frente a las primeras órdenes de expulsión, Sua’od y el resto alegaron haber residido en cuevas y trabajado la tierra por generaciones. Sobre sus huertos y viviendas erigidas con el paso del tiempo, aportaron pruebas, algunas del Imperio Otomano. Sin embargo, en mayo, y tras más de 22 años de juicio, el Supremo israelí les negó que fueran habitantes permanentes y les revocó el único amparo que los protegía del Ejército.

“Imagina que estás descansando en tu propio hogar y alguien viene y te dice ‘voy a demoler tu casa’. ¿Cuál sería tu sentimiento? –reivindica Sua’od, el menor de seis hermanos y padre de siete–. ¿Quieren demoler las casas? Está bien. Es verdad que esta casa es sencilla y si es tan importante, que lo hagan. Pero no me iré, ni dejaré mi tierra, ni se la dejaré a ellos”.Lila y Sua’od, padres de siete hijos, conversan sobre su temor por el bienestar de los niños frente a las acciones del Ejército israelí. © Federico Cué Barberena

“Solíamos vivir en cuevas y al Ejército (de Israel) no le importaba” –precisa a su lado Lila Ali, su esposa–. Pero ellos se oponen a que vivamos en la superficie, quieren que sigamos bajo tierra, ese es su objetivo”.

Lila cree que el 2012, cuando su familia salió a “la superficie” y abandonó la tradición de estar en cuevas, fue el año que agudizó su propia amenaza de desalojo. En aquella época en Masafer Yatta se vivía entremedias, a la espera del fallo. Ahora ignoran en qué momento los tanques aplastarán sus casas y cultivos, como ya ha ocurrido en las aldeas que rozan el desierto.

No obstante “los tiros” y los tanques no son lo único que “daña su rutina”, en registro de Dror Sadot, portavoz de la ONG israelí B’Tselem. Desde mayo, esta trata de difundir cómo los soldados cortan las rutas e imponen controles a los residentes, que los retienen por horas; además de los daños y confiscaciones de automóviles –incluidos aquellos de organizaciones–, y la forma en la que el Ejército notifica las demoliciones.Esta orden de derribo de una cerca fue colgada por la Administración Civil israelí en un alambrado, sin notificar a nadie de su existencia; los vecinos se comunican entre sí estos avisos, cuando los encuentran. © Federico Cué Barberena

Por lo general, las familias o individuos desconocen las órdenes porque la Administración Civil israelí no toca a sus puertas para informales cara a cara, sino que las deja sobre una piedra o una reja cualquiera. Si no se las lleva el viento, los cortos márgenes de un día para el otro no siempre posibilitan evitar la destrucción.

Las agresiones de colonos completan el cerco sobre Masafer Yatta

Reconstruir hasta en cinco ocasiones, con un gasto total de 60.000 dólares, es a lo que se resignó el vecino y sobrino de la pareja, Jaber Dbabseh. Al quinto derribo del Ejército, él y sus siete familiares recogieron sus pertenencias y se trasladaron a la cueva sobre la que habitaban.

“Antes de que demolieran mi casa, esta cueva quedó para el clima caluroso del verano. Cuando destruyeron todo, la cocina y las habitaciones, me vi forzado a vivir en ella en invierno y verano. Es raro encontrar a otros que puedan vivir esta vida. Pero mi resiliencia, y lo que quiero, es quedarme en Khilet a-Dabe, así que debo soportar lo que estoy atravesando”, reconoce Jaber, cuyos gestos agrupan la cocina, la ducha, el dormitorio y el salón en un solo espacio, no ajeno al peligro, “porque pueden entrar serpientes o escorpiones”.Sin acceso a los servicios básicos, la cueva de Jaber Dbabseh utiliza energía de paneles solares y costosas garrafas de gas solo para las tareas esenciales de la vida cotidiana. © Federico Cué Barberena

Mucho más joven, la agricultura y la ganadería de sus ancestros no son sus medios de vida exclusivos. Pero sí son fundamentales para Sua’od, cuyas articulaciones le fallaron a la hora de encontrar trabajo en Israel.

Así, frente a su casa, un huerto con tomates, berenjenas, higos, uvas y sandías sustentan a su familia, y el excedente –que sería mayor si Israel “me dejara usar una excavadora” para trabajar el campo– le sirve de venta en pueblos cercanos. Salvo que en su ardua tarea de almacenar bien el agua o verificar que no se la hayan apoderado las autoridades, también ha tenido que vérselas con las agresiones de colonos israelíes judíos que han levantado asentamientos ilegales aledaños.

Mientras una noche le prendieron fuego al heno que utiliza para alimentar a sus ovejas; otra, le incendiaron los campos en los que las llevaba a pastar y donde poseía unos 300 olivos y almendros. A veces, traen a su propio ganado. “Venían a provocarnos trayendo sus ovejas bajo la protección del Ejército –denuncia Sua’od– para que no los pudiéramos echar. ¿Qué quieres más que eso?”.

Los límites de la imaginación se superan cuando este agricultor cuenta a France 24 que carga con un proceso judicial por matar a una hiena liberada por colonos, cuya intención era atacar a su ganado, pues en el pasado lo habían hecho con zorros. Como las autoridades israelíes juzgaron que no tenía permiso para matar al animal, lo detuvieron 13 días y lo condenaron a 14 meses de prisión. Las audiencias las destinaron en Ramallah –y no a un tribunal local–, lo que lo obliga a trasladarse más de 150 kilómetros.Sua’od recoge tomates del huerto frente a su casa; con pocas herramientas, lo que cultiva le permite subsistir con su familia y el excedente lo venden en pueblos cercanos. © Federico Cué Barberena

“Estas áreas están lejos de los asentamientos y no representan ninguna amenaza para los asentamientos ni para el propio Ejército. Para los israelíes, hay un millón de alternativas para que el Ejército practique en otro lugar. Pero se les ocurren excusas para tomar la tierra, quieren que la gente abandone su tierra”, dice Jaber.

Los asentamientos de colonos alrededor de Masafer Yatta conforman una suerte de cordón. Bajo el derecho internacional estos son ilegales. También incluso bajo algunas leyes israelíes. No obstante, igual cuentan con guardias, acceso a carreteras y servicios como agua corriente. Este puñado de aldeas palestinas es el último obstáculo para conectar –como lo predijo Sharon– el sur de Hebrón ocupado con el Néguev israelí.

Ante a esta situación, Sua’od jura: “¿Quieren que nos vayamos y les dejemos las tierras? No lo haremos. Es la tierra en la que crecimos y no la dejaremos. Incluso si eso significa que nos echen, nos prendan fuego o demuelen nuestras casas, esta es nuestra tierra y no saldremos de aquí”.

Sin otro lugar al que ir o al que querer ir, resistencia en Twitter

Con militares vigilando cada paso, la respuesta de quienes habitan Masafer Yatta es sacar sus teléfonos o cámaras y comenzar a filmar. Así lo hicieron cuando, en plena grabación de este reportaje, dos soldados del Ejército israelí se acercaron a Khilet a-Dabe, según sus residentes, solo para intimidar.

Este acto casi reflejo es una de las formas de resistencia de los palestinos en la zona. Y para ello tienen el respaldo de grupos como B’Tselem (también de la Unión Europea o la ONU), que les da cámaras para que “documenten sus vidas y las violaciones de derechos humanos que experimentan”. “Después –desarrolla Dror Sadot– tomamos estas imágenes y las hacemos públicas para mostrar al mundo lo que está pasando”.Dos soldados israelíes se presentan sin motivo en la aldea de Khilet a-Dabe, un acto que sus habitantes consideran una intimidación. © Federico Cué Barberena

Como ante la Justicia israelí no les quedan opciones, convertirse en documentalistas improvisados es la sola alternativa de denuncia. No obstante, remarca Sadot, “la única solución” al eventual desalojo masivo –que de concretarse sería la mayor expulsión de palestinos desde 1967– “es que la comunidad internacional y el público no dejen que esto pase”.

Para la portavoz de B’Tselem, Israel busca una “transferencia silenciosa” en lugar de “ponerlos en camiones y trasladarlos” porque eso “no es algo bien visto”. Un desplazamiento por la fuerza en territorio ocupado que además “es un crimen de guerra” bajo el derecho internacional. En su lugar, sentencia Sadot, “vamos a ver cómo hacen las vidas de estas personas cada vez más difíciles hasta que ya no puedan habitar aquí. Y eso es lo que tenemos que frenar”.

Con o sin ayuda de las ONG, los 1.300 afectados de las ocho aldeas amenazadas en Masafer Yatta se unen en las palabras de la familia Dbabseh: seguirán en estas tierras hasta las últimas consecuencias. Es la única “alternativa”, puesto que no tienen otra y no desean otra.

“Nuestra existencia aquí fue anterior a que conociéramos cualquier organización. Yo –asegura Jaber, de 34 años– heredé esta tierra de mi padre, y mi padre la heredó de su propio padre. Mi padre tiene 87 años, por lo que es mayor que la edad (del establecimiento del Estado) de Israel”.

“Estamos arraigados aquí como los olivos”. Es lo que vendría a decir uno de los grafitis que adornan Masafer Yatta, fotografiados por los habitantes palestinos. Y como a los olivos, Laila –que hace “un llamado a los países árabes, islámicos y occidentales para que miren nuestra situación (…) Israel nos está sofocando”–, siembra en sus hijos “que necesitan quedarse arraigados a la tierra. No hay otro lugar para nosotros”.