Chubut Para Todos

Acelerar y cerrar los ojos

¿Paz o tregua en Todos? La opción por un mayor gasto en un contexto de crisis política, debilidad presidencial y fragilidad económica. ¿Se acaba la anestesia?

 

En enero, el entonces primer ministro de Italia, Giuseppe Conte, logró rearmar una mayoría legislativa para seguir gobernando después de la crisis que provocó la salida de la coalición de gobierno del partido Italia Viva, de Matteo Renzi. Tras reiteradas y cada vez más ácidas críticas a la política oficial en materia presupuestaria y judicial, el segundo retiró a sus ministros y obligó a Conte a pedir un voto de confianza. Este sobrevivió, pero apenas un mes más tarde ese triunfo se le escurrió entre los dedos: debilitado, no logró impedir su caída y su reemplazo por el economista Mario Draghi.

Lo ocurrido en los últimos días en la Argentina responde perfectamente al modelo de crisis de un gobierno de coalición en un régimen parlamentario, con la salvedad crucial de que aquí no rige tal sistema sino uno presidencialista: lo que en el primero se rompe para rearmarse de inmediato, en el segundo deriva en conmociones como la de 2001.

Así, la emergencia hizo especialmente acuciante la pregunta sobre las condiciones en las que Alberto Fernández podría culminar su mandato en diciembre de 2023, una que no termina sino que recomienza con el nombramiento de un nuevo gabinet y con el golpe de timón hacia una política fiscal más expansiva. El piloto –la pilota, en realidad– pisa el acelerador. Es hora de cerrar los ojos.

Podría observarse, con acierto, que el “presidencialismo de coalición” ha regido con éxito en países vecinos como Uruguay y –hasta hace poco– Chile, pero también que este resulta espasmódicamente disfuncional, igual que en la Argentina, en el Brasil de la amenaza de impeachment permanente. Para que ocurra lo primero y no lo segundo, lo fundamental son las actitudes de los actores políticos, más civilizadas que brutales, aunque, con independencia de la disquisición inicial de esa columna, no hay sistema que resista la locura.

La crisis de marras entre Fernández y la vicepresidenta Cristina Kirchner es un remixado del clásico A mi manera: el peronismo vuelve a exportarle sus dilemas existenciales a toda la sociedad. La particularidad del caso actual es que ocurre en medio de un proceso electoral. En efecto, lo que el Frente de Todos perdió no es más que una primaria y la verdad sobre la nueva conformación del Congreso se dirimirá recién el 14 de noviembre. ¿Le irá mejor o peor en esa instancia tras el espectáculo posporno de los últimos días? Para que se dé el milagro de la recuperación, los votantes del espacio deberán encontrar la cuadratura del círculo: ¿el cristinista de corazón deberá votar la lista que, se supone, sostendrá a Fernández en el próximo bienio?; ¿el moderado o independiente que sufragó en 2019 por el actual oficialismo deberá apostar sus fichas otra vez a compartir el barco con Cristina o, en cambio, deberá escudriñar en la lista la presencia de posibles Fernandas Vallejos?

De los tres socios principales, Sergio Massa probablemente sea el único que se mostró a la altura del desafío apuntalando en privado esa torre de Pisa que es el Frente de Todos y callando en público. Sus esfuerzos y los de otros que trataron de acercar a las puntas permitieron que la crisis encontrara un cese del fuego; eso y no un tratado de paz definitivo es lo que expresa el nuevo gabinete.

Los otros dos actores, los más importantes, se trabaron en una pelea pública inverosímil. La vocación de Cristina de intervenir la campaña hacia el 14-N, el gabinete y la política oficial era fácil de adivinar tras lo ocurrido en las PASO. También lo fue el aguante que se planteó el Presidente una vez consumado el palazo electoral. A ese duelo siguió, frenéticamente, la sucesión de renuncias hechas públicas, el hilo de Twitter y la entrevista en los que Fernández sacó pecho como único dueño de las decisiones, los audios filtrados de la “pobre” Vallejos y la feroz carta de la vice. En ella, Cristina contó que el Presidente la ignora en la toma de decisiones y que es ella la que tiene que llamarlo para reunirse, sugirió que Fernández sería un mentiroso y un hipócrita que dice cosas diferentes en privado y en público –con lo que degradó al extremo la imagen pública de este–, reveló que el mandatario estaba dispuesto a entregar la cabeza de Santiago Cafiero, tildó de “operador” a Juan Pablo Biondi y le destinó a Martín Guzmán el peor epíteto que cabe dentro de una administración que se asume como popular: ajustador. Un montón.

El desenlace del culebrón demolió la narrativa de que quien toma las decisiones es el Presidente, a quien la vice debilitó severamente.

Como la tirria no fue en rigor una de nombres sino de políticas, el futuro del oficialismo –y del país, que no se vuelva a olvidar– estará atado a los resultados que obtenga el Gobierno ya no en las urnas, sino en su desempeño concreto. Se acerca entonces la prueba ácida acerca de si la macroeconomía resiste un aumento del gasto, como impuso la vice, o si el próximo choque está a la vuelta de la esquina, como temen Guzmán y el jefe de Estado.

Cristina, que l aclaró al ministro que no lo quería destituir –“no sos vos, son tus políticas”–, acierta cuando señala que subejecutó el Presupuesto de este año a pesar de la gravedad de la situación social y de la celebración de elecciones. Lo que está por verse es si eso ocurrió, como sostienen, para mostrar a fin de año un déficit fiscal decreciente que allane el camino a un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) o si, en realidad, lo hizo para evitar sobresaltos con el dólar, la piedra con la que tropieza la economía nacional cada vez que se precipita una crisis de gran calado. ¿O será que las dos cosas son, en verdad, una sola?

Ya que todo el debate oficial se cuelga de una soga al sol, sería bueno que quienes sostienen la primera hipótesis dijeran también en público si les parece buena idea defaultear la deuda de 45.000 millones de dólares que Macri nos legó –en 2022 vencen impagables 19.000 millones–.

Spoiler uno: eso sería un gran inconveniente porque colgarle la galleta el Fondo es hacerlo con los países que lo conforman, desde Estados Unidos hasta China, pasando por los de la Unión Europea y todos los demás. Spoiler dos: sin esa refinanciación, el país no va a tener crédito por muchos años más que los que ya pueden calcularse, ni para el Tesoro ni para las provincias ni para las empresas y crecer sostenidamente, como hace falta, en esas condiciones se parecería bastante a una utopía. Spoiler tres: sin acceso al mercado voluntario, la propia deuda ya renegociada con los acreedores privados de la Nación y varias provincias volverá a resultar impagable y el país enfrentará a mediano plazo una nueva cesación de pagos, algo que ya se empieza a asumir y que se expresa en un riesgo país de 1.500 puntos. Spoiler cuatro: con muchos más pesos sobrantes en la calle y con expectativas deterioradas, es probable un salto del dólar –en principio, de los paralelos– por encima de sus niveles actuales, que parten de brechas ya enormes con el oficial de entre el 65 y el 80%. Spoiler cinco: las reservas realmente disponibles en el Banco Central para aguantar los trapos –el dólar oficial– hasta el reinicio de la temporada alta de la soja, a partir de fines de abril, no van mucho más allá de los 5.000 millones de dólares. Evidentemente, en los últimos días hubo sobredosis de política en los análisis.

En el fondo, emerge con claridad el dilema, irresuelto desde hace décadas, que derrumbó al gobierno de Juntos por el Cambio y el que amenaza ahora al del Frente de Todos: ¿cómo sanear la economía y darle lugar a un proceso de crecimiento sostenido sin destrozar lo que queda del tejido social y las vidas de millones y millones de compatriotas?

Traducido a lo político, esa disyuntiva es la que se dirime entre sustentabilidad macro y gobernabilidad. Mauricio Macri quiso saltar ese bache rellenando el corto plazo con deuda, mientras sostenía la trama de planes sociales. Fernández busca un desvío en el que el rebote no se ahogue y, a la vez, en el que los daños a los sectores de ingresos bajos y medios resulten más acotados que con su antecesor. Sin embargo, Cristina pateó la mesa y desde ahora se sabrá si tiene razón cuando afirma que hay margen para mejorarles la vida a los argentinos y a las argentinas sin peligro de estallido.

Lo que está en juego, finalmente, es el camino para relanzar –alguna vez– la Argentina. Si el gradualismo se revela imposible en todas sus variantes, lo que volverá es el canto de sirena de la “cirugía mayor sin anestesia”, el ajuste en modo de shock. Cierre los ojos y agudice el oído entre tanto ruido: ¿no comienza ya a escucharlo?

Por Marcelo Falak – Letra P